El otro día, cuando estaba parado afuera de Junk Junction, pude ver que las nubes azules comenzaban a cerrarse rápidamente. La tormenta llegaría pronto, y sabía que nadie sobreviviría a dicha tormenta. Empecé a correr, con mi rifle de francotirador en mano.

     Habiendo llegado a un lugar seguro, rápidamente construí un refugio improvisado y luego me dediqué a realizar una loca serie de asesinatos.

Si este recuento de mis actividades recientes le parece inquietante, amenazante y completamente enigmático, es probable que no haya pasado mucho tiempo últimamente con adolescentes y personas de unos 20 años. De lo contrario, reconocería los detalles inconfundibles de "Fortnite: Battle Royale", un videojuego lanzado al mercado en septiembre pasado que se convirtió en un fenómeno cultural extraordinario casi de inmediato.

Un gran arenero virtual donde los jugadores construyen cosas y las hacen explotar, mientras se atacan entre sí, es más inventivo, libre y divertido que cualquier otro juego que tenga palpable en la memoria reciente. Ha atraído a un gran número de devotos, incluidas personas que no suelen ser jugadores.

¿Qué tan popular es "Fortnite"? La firma de investigación de mercado Sensor Tower informó este mes que el juego reditúa dos millones de dólares diarios solo en plataformas móviles, poniendo a la compañía que lo produce, Epic Games con sede en Carolina del Norte, en una vertiginosa valoración que irá de cinco a ocho mil millones a finales del año, de acuerdo con Bloomberg.

El juego en sí es gratis, por lo que el dinero se gasta en compras dentro del juego que van desde trajes virtuales hasta nuevos y geniales movimientos de baile.

Pero los números por sí solos no captan la importancia cultural de "Fortnite". El juego ha satisfecho un conjunto de necesidades emocionales y sociales que el resto del mundo de los jugadores ha ignorado en gran medida: es un juego de disparos con varios jugadores que se revela en una autoexpresión simplona y alegre.

“Fortnite” es un universo virtual de caricatura en el que, en cada juego, un centenar de avatares corren alrededor, se deleitan con matarse unos a otros de maneras extravagantes mientras una tormenta en formación hace que su patio de recreo sea más pequeño cada minuto. Solo un jugador puede sobrevivir y salir triunfante, por lo que cualquier momento que no pase disparándole a extraños perfectos se destina a destrozar cosas, recoger materias primas y construir todo tipo de refugios.

Pocos videojuegos han captado el atractivo de esta improbable combinación. Durante al menos una década, la industria de los videojuegos, con algunas excepciones, se ha visto envuelta en su propia y sombría carrera armamentista, y con los editores compitiendo por la prominencia lanzando gigantes digitales como “Battlefield 4” o “Assassin's Creed Origins”, que recurren a hiper-gráficos realistas, historias cada vez más intrincadas --y muy poca diversión.

Como era de esperarse, esta tendencia ha ayudado a crear una generación de jugadores que son altamente competitivos y, a menudo totalmente desagradables. En los juegos multijugador más oscuros y brutales, es mucho más probable que escuches una maldición o una difamación que un grito de placer y un triunfo lúdico.

“Fortnite” se ha resistido a esa tendencia. Reconoce que incluso en una cultura que presiona a los adultos jóvenes a crecer vertiginosamente, hay mucho que decir acerca de un poco de caos inmaduro y en gran medida inocente.

Esto tiene que ver tanto con la construcción como con la destrucción, lo que lo convierte en un entorno más atractivo para muchos que han encontrado los juegos anteriores demasiado violentos y estresantes.

“Fortnite” entiende que un juego no vale la pena jugarse a menos que uno pueda celebrar las pequeñas victorias moviendo cadenciosamente las caderas al ritmo de un acorde bullicioso a todo volumen. Son las cosas de las que están hechos los sueños de la infancia.

Traducido por  Luis Felipe Cedillo

Editado por Michelle del Campo           

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Fecha de publicación: 23/08/2018