La mayoría de las películas son más largas, sin mencionar más ruidosas de lo que deben ser --tanto así que me he vuelto un fanático. Cuando me entero que una película que estoy a punto de ver seguirá su curso en alrededor de 90 minutos, supongo que será una obra maestra, a menos que se demuestre lo contrario.

A Quiet Place’ (‘Un lugar en silencio’) tiene exactamente 90 minutos de largo, o corto. Puede que no llegue a ser una obra maestra, pero ésta película de terror es enormemente entretenido, porque está confabulada alrededor de una idea genial: la necesidad de un silencio absoluto.

Qué gran concepto, una película que lleva a su audiencia a la ausencia de sonido. Todas las cintas hicieron eso durante la época del cine mudo, pero ésta, dirigida por John Krasinski basado en un guion que escribió con Bryan Woods y Scott Beck, es en gran medida un soundie, esos musicales cortos que se grababan en la década de los cuarenta para ser transmitidos en los cines, aunque rara vez un talkie, una ditriba con música de fondo.

 La distinción radica en la naturaleza del horror. En un rincón rural de un mundo post-apocalíptico, un esposo y su esposa embarazada, interpretados por el Krasinski y Emily Blunt, su esposa en la vida real, intentan desesperadamente de proteger a sus tres hijos de un nuevo mal altamente evolucionado y altamente especializado. Una terrible plaga de monstruos ciegos que escuchan el más mínimo sonido y luego devoran al desventurado humano que lo hizo.

Si esto le suena --vaya, lo siento-- a una premisa arbitraria, es una que se vuelve inquietantemente plausible en las primeras escenas con un elegante simplicidad y suspenso implacable. La película fue filmada por la excelente directora de fotografía Charlotte Bruus Christensen.

Los resultados prácticos del dilema familiar son muchos. Dondequiera que vayan, adentro o afuera de la casa, ellos caminan descalzos, de puntitas y con la respiración contenida. Tocan música o escuchan cualquier mensaje del mundo exterior, solo a través de auriculares. Entre ellos pueden susurrar si hay un sonido fuerte y natural  de fondo, como una cascada, para enmascarar sus palabras.

 La mayor parte del tiempo, sin embargo, se comunican en lenguaje de señas, que utilizan exclusivamente cuando la conversación incluye a su hija mayor, Regan, que es sorda. Quien es interpretada por Millicent Simmonds, sorda, y cuya actuación evoca elocuentemente el aislamiento del mundo auditivo que la sordera puede imponer a las personas. Es una nueva visión de la vida pionera en la que el principio permanente, era “permanece en silencio para seguir vivo”.

Esta es la tercera oportunidad de Krasinski como director de largometrajes, y el polo totalmente opuesto de su trabajo anterior, ‘The Hollars’, una tragicomedia familiar con un libreto desigual. La escritura aquí es inteligente, sobria y astuta, además de agradablemente desparpajada en el uso de algunos venerables tropos de suspenso.

    El guión toma la dirección que merece --tan fuerte y confiado que casi no se nota-- al menos mientras pasan esos 90 minutos, con algunos fallos lógicos y tropiezos de precisión narrativa. Una de ellos se refiere a una posible arma contra las criaturas voraces.

Krasinski es conmovedor en su retrato de un padre que teme lo peor para sus hijos: “¿Quiénes somos?”, pregunta, “¿Y si no podemos protegerlos?” Blunt, excelente en todo este proceso, le da un nuevo significado a la actuación del dolor de parto.

Hay motivos para estar agradecidos cada vez que una película de género trasciende los límites de ese género sin dejar de respetar sus convenciones. Pero este es un caso especial, una pequeña y nítida producción que aborda el padecimiento de sobrecarga sensorial que aflige al público actual.

    Mientras las películas dominantes luchan por mantenerse en un mundo de medios cada vez más concurrido y competitivo, todas nos atiborran de imágenes y sonidos: pantallas llenas de densas imágenes, altavoces que emiten decibeles hasta, o más allá, del umbral del dolor. Esto es una fórmula para la pasividad, un embotamiento de la percepción en el ámbito de los sentidos en retroceso.

En contraste, el arma más formidable que esgrime ‘A Quiet Place’ es su liviandad sensorial. La película invita, y recompensa, agudeza emocional. Te mantiene escuchando, no solo observando, satisface tu apetito dramático al hacerle cosquillas a tu membrana timpánica. Es una película, en el sentido clásico del término, una historia perfectamente inadecuada para la televisión de gran formato. No hay necesidad de grandes atracones cinematográficos en este caso; la comilona es breve pero ciertamente satisfactoria.

Traducido por Michelle del Campo  

Editado por Luis Felipe Cedillo

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Fecha de publicación: 10/04/2018