La llegada de los robots y la inteligencia artificial está perrmitiendo replantear en diversos círculos mucho de los conceptos que hasta ahora han regulado el trabajo remunerado y no remunerado. Foto AP/Chuck Burton.
La llegada de los robots y la inteligencia artificial está perrmitiendo replantear en diversos círculos mucho de los conceptos que hasta ahora han regulado el trabajo remunerado y no remunerado. Foto AP/Chuck Burton.

29 de ene. (Dow Jones) -- A medida que la inteligencia artificial y la automatización se multiplican, también lo hacen las predicciones distópicas de que millones de empleados se volverán redundantes.

     Sus tareas, dicen algunos, las realizarán máquinas de manera más confiable y económica.

     Pero, ¿será la “apocalipsis robótica” tan apocalíptica?

     Podría incluso proporcionar una oportunidad única en una generación para reescribir el contrato básico del mercado laboral, que no es más que recibir un cheque de nómina que refleja una contribución.

     En este futuro alternativo, los robots se harán cargo de gran parte del trabajo rutinario, liberándonos a millones para hacer lo que realmente amamos, o lo que la sociedad realmente necesita, desde criar a los hijos hasta escribir poesía, pasando por ayudar a los desamparados.

     La clave para que esto suceda es el “ingreso básico universal”, o IBU, una suma mínima que cada adulto obtiene independientemente de su empleo, ingreso o capacidad.

     Las propuestas de un ingreso básico universal datan de siglos atrás, pero el interés ha aumentado en los últimos años.

     Sus defensores a la izquierda lo ven como la solución para la creciente desigualdad de ingresos, ya que la automatización desplaza a los trabajos de habilidades intermedias, como los trabajadores en la línea de ensamblaje o las secretarias.

     Los defensores a la derecha piensan que es una alternativa más ordenada y menos paternalista a los innumerables programas de asistencia social.

     Valor y precio no son lo mismo. Algunos de los trabajos más valiosos en la sociedad no son remunerados. Debido a que es gratuito, es escaso, ya que las personas que lo abastecerían normalmente, principalmente mujeres, tienen también que ganarse la vida.

     Los críticos dicen que el IBU es anti-trabajo ya que facilita a los destinatarios a renunciar a sus labores.

     Andrew Yang, precandidato a la presidencia del partido demócrata y un defensor del ingreso universal, dijo en una entrevista que esa paga favorece el trabajo ya que “amplía la definición de lo que consideramos un trabajo. Mi esposa está en casa con nuestros dos hijos, uno de los cuales es autista. Trabaja increíblemente duro y está haciendo un trabajo vital y desafiante, que creo que probablemente contribuye un millón de veces más que muchos de los trabajos que hay por ahí cuando alguien se aparece en una oficina de nueve a cinco”.

     La frontera entre el trabajo remunerado y no remunerado siempre ha sido algo arbitraria.

     En 1965, los economistas James Tobin y William Nordhaus, quienes luego ganarían el Premio Nobel, estimaron que si se pagara la actividad no remunerada, incluido el cuidado infantil, la limpieza y la preparación de alimentos, el producto nacional bruto (similar al producto interno bruto) sería aproximadamente 50% más grande.

     Alrededor de esa época, ese tipo de trabajos comenzaron a recibir remuneración.

     Las mujeres comenzaron a unirse al mercado laboral en masa, pagando a otros para que hicieran algo de lo que solían hacer de forma gratuita. Entre 1960 y 2000, la proporción de mujeres que eran amas de casa cayó de 56 a 30%, mientras que la proporción de mujeres que eran trabajadoras remuneradas aumentó de 40 a 70%, escribieron las economistas Nancy Folbre y Julie Nelson en Journal of Economic Perspectives en 2000.

     “Cuidado infantil pagado, hogares de asistencia para ancianos, terapia de conversación y sexo telefónico son solo algunos ejemplos” de tareas que han pasado del “ámbito privado de las relaciones familiares y sociales” al “mundo público de los mercados y el gobierno”, agregaron.

     Del lado positivo, esto dio a las mujeres una nueva libertad económica y personal. En ocasiones, incluso, los trabajadores remunerados hacían mejor las labores: los maestros de guardería tienen capacitación que la mayoría de los padres carecen.

     Del lado negativo, muchos de los trabajos recién creados también fueron para mujeres que terminaron mal pagadas: el cuidado infantil es conocido por su alta rotación y calidad irregular, escribieron Folbre y Nelson.

     Más de unos cuantos padres hubieran preferido quedarse en casa con sus hijos, pero no pueden permitírselo.

     Algunos argumentan que esto significa que demasiado de lo que una vez estuvo fuera del mercado se ha convertido en parte del mercado y debería salir de nuevo.  

     “El mercado ignora sistemáticamente muchas de las cosas que sabemos que son increíblemente importantes”, agregó Yang. “No solo la crianza, el cuidado y la educación de los hijos. También hay voluntariado no pagado, artes, creatividad, emprendimiento y tomadores de riesgos”.

     Una forma en que el ingreso universal podría revivir el voluntarismo es a través de “bancos de tiempo”.

     Propuestos por primera vez en la década de 1980 por Edgar Cahn, escritor de discursos para el senador Robert Kennedy, los bancos de tiempo son cooperativas en las que un miembro realiza una tarea por otro, como llevar a un vecino mayor al médico. A cambio, recibe una hora de crédito que puede usar más tarde, por ejemplo, para lecciones de piano que da otro miembro.

     No son estructuras físicas sino libros de contabilidad, originalmente en papel. Hoy en día en línea.

     Las estructuras han batallado para evolucionar más allá de ser un nicho. Gran parte de lo que la gente necesita no se puede comprar con su propio tiempo: reparaciones de automóviles, atención médica, un refugio para vivir.

     Uno de los bancos de tiempo más exitosos se encuentra en el condado de Dane en el estado de Wisconsin (que incluye Madison, la capital del estado). La estructura tiene dos mil 800 miembros registrados, de los cuales 100 están registrando actividad en un momento dado.

     Stephanie Rearick, quien lo fundó en 2005, dice que el IBU podría liberar a más personas para hacer los tipos de trabajo que ellos y la sociedad realmente necesitan a través del banco de tiempo.

     Yang incluso cree que el voluntariado, a través de los bancos del tiempo, podría ser “sobre-estimulado” con el IBU.

 

     El IBU no es la única idea nueva para rehacer el mercado laboral. En lugar de pagarle a la gente por un trabajo que carece de precio, ¿por qué no dar precio a ese trabajo no remunerado?

     Esta idea está ganando vigencia con el auge de las plataformas en línea. Cuando buscas en Google, cuando das “me gusta” a una publicación en Facebook o cuando envías un tweet en Twitter, contribuyes con datos que hacen que los algoritmos que impulsan estas plataformas sean más inteligentes y más rentables para las empresas que usan esos data para vender anuncios u otros productos.

     Glen Weyl, un economista del grupo de expertos interno de Microsoft, y Jaron Lanier, un científico informático acreditado con la creación de “realidad virtual”, dijeron que los usuarios deberían ser pagados por sus contribuciones.

     Proponen la creación de “mediadores de datos individuales”, esencialmente sindicatos que negociarían con las compañías digitales en nombre de sus usuarios para establecer el precio y las condiciones bajo las cuales las empresas pueden usar su data.

     “Una futura persona en edad de jubilación ganará una pequeña suma de cada uno de los cientos de esquemas de datos en los que participaría a lo largo de su vida (subtitulando fotos, comentando productos y similares)”, escribieron en Harvard Business Review en 2018.

     Claro que las barreras políticas y logísticas a ambas ideas son formidables. Las compañías digitales dicen que nadie está hoy obligado a contribuir con su data, lo que sugiere que los usuarios obtienen algo valioso a cambio.

     En cuanto al IBU, el apocalipsis robótico no se ve hasta ahora en ninguna parte: el desempleo está en su nivel más bajo de los últimos 50 años y el crecimiento de la productividad, donde el impacto de la automatización debería aparecer, es lento.

     Luego está el costo. Yang dice que el ingreso universal podría financiarse mediante un impuesto al valor agregado de 10% y el crecimiento económico adicional  que generaría y que aumentaría, a su vez, los ingresos fiscales gubernamentales por un mayor consumo.

     Kyle Pomerleau, analista de Tax Foundation, un grupo de expertos que favorece la reducción de impuestos, se muestra dudoso de los supuestos beneficios del IBU.

     Él estima que el llamado “dividendo de la libertad”, o Freedom Dividend, costaría 2.8 billones de dólares al año, mientras que los impuestos de Yang solo recaudarían 1.4 billones. Además, considera, que los impuestos terminarían reduciendo, no expandiendo, el PIB al desalentar el trabajo remunerado.

     Yang dijo que crear el ingreso universal sería políticamente muy popular.

     Claro que la universalidad lo haría también dramáticamente más costoso, ya que requiere un impuesto “que excede ampliamente cualquier otro en la historia”, dijo Robert Greenstein, del Center on Budget and Policy Priorities.

     A él le preocupa que el IBU desvíe recursos de los programas de asistencia social, dejando a los pobres en una situación más vulnerable.

     (Yang permitiría a las personas elegir entre el ingreso universal o los programas de asistencia social existentes).

     Nadie dijo que rehacer el vínculo entre trabajo y dinero sería fácil. Aun cuando estas ideas no llegaran a despegar, el avance implacable de la tecnología garantiza que más ideas de este tipo están por llegar.

 


Fecha de publicación: 29/01/2020