Contenedores en espera de su transporte y cuyo traslado podría frenarse en caso de que la guerra comercial genera un choque de oferta que desacelere a la economía global.  Foto por Aidan.
Contenedores en espera de su transporte y cuyo traslado podría frenarse en caso de que la guerra comercial genera un choque de oferta que desacelere a la economía global. Foto por Aidan.

24 de jun. (Dow Jones) -- La turbulencia del mercado generada por el aumento de los aranceles estadounidenses a China y la amenaza de los mismos a México se debe en gran parte al temor a lo desconocido: nadie sabe lo que haría una gran guerra comercial, como Estados Unidos no ha estado en una desde la década de los treinta.

     Sin embargo, hay un análogo más reciente: el embargo petrolero árabe de 1973. Tanto ese embargo como las nuevas barreras arancelarias representan una crisis de suministro en el que se reduce repentinamente un suministro confiable de importaciones baratas --petróleo en ese entonces, productos manufacturados ahora. Los precios pagados por los consumidores y las empresas estadounidenses suben, mermando la confianza y el poder adquisitivo.

     El embargo de 1973 triplicó el precio del petróleo y hundió a Estados Unidos en lo que entonces fue su peor recesión desde la década de los treinta. Las circunstancias, por supuesto, fueron diferentes y hoy en día es poco probable que se produzca un desplome igualmente severo.

     No obstante, esa crisis petrolera esbozó una táctica para afrontar el presente. Quizás lo más importante: incluso después de que pase el dolor a corto plazo, los insumos permanentemente más caros requieren ajustes costosos en las cadenas de suministro y los modelos de negocios, lo que repercutirá en el crecimiento en los próximos años.

     En 1973, después de que Egipto y Siria atacaron a Israel, Estados Unidos apresuró el envío de armas y la ayuda al estado judío. En represalia, los exportadores árabes de petróleo redujeron la producción y suspendieron las exportaciones a las empresas y consumidores estadounidenses, que durante mucho tiempo estuvieron acostumbrados a la abundancia de petróleo a un costo de menos de cuatro dólares por barril, que no estaban completamente preparados cuando éste subió por encima de los 11 dólares.

     La factura del país por el petróleo importado y productos relacionados se disparó de los 28 mil millones de dólares en 1972 a 132 mil millones de dólares actuales en 1974, un aumento de facto de impuestos equivalente a aproximadamente a 1.5% del producto interno bruto.

     La Reserva Federal inicialmente redujo las tasas de interés, luego las elevó bruscamente cuando el petróleo hizo que la inflación subiera a dos dígitos. Los gobiernos agravaron el caos con el racionamiento y los controles de precios, lo que llevó a largas colas en las estaciones de servicio.

     La recesión terminó en 1975, pero las reverberaciones duraron años. Innumerables empresas y trabajadores encontraron que sus fábricas, productos y habilidades --desarrollados para un mundo de petróleo barato-- ya no era útiles.

     Las automotrices estadounidenses nunca dominaron el cambio de los autos grandes a los pequeños.

     El crecimiento de la productividad se desaceleró drásticamente después de 1973 y los economistas creen que el impacto del petróleo fue una de las principales razones.

     Hasta hace poco, Estados Unidos era tan dependientes de los productos manufacturados baratos de China como lo era del petróleo barato de Medio Oriente en la década de los setenta. Pero de la misma manera en que Estados Unidos llegó a lamentar su dependencia del petróleo árabe, muchos ahora quieren que Estados Unidos libere su economía de la de China, a medida que aumentan las tensiones sobre sus políticas comerciales y tecnológicas y su rivalidad geoestratégica.

     Además, como en la década de los setentas, el rompimiento de esos vínculos un costo.

     Economistas de Goldman Sachs estiman que los aranceles estadounidenses impuestos o propuestos sobre el acero, el aluminio, los paneles solares, las lavadoras y las importaciones de China ahora equivalen a 200 mil millones de dólares anualizados.

     Y agregar todas las tarifas amenazadas a México llevaría el total a 288 mil millones de dólares para finales de octubre. Al representar 1.4% del PIB, eso equivale aproximadamente al “impuesto al petróleo” del embargo árabe. Lo que no incluye el impacto de los aranceles de represalia de China --y potencialmente de México-- así como las relaciones con los proveedores debido a las sanciones impuestas por Estados Unidos a Huawei Technologies.

     Las consecuencias económicas de la guerra arancelaria deberían ser más leves que las del embargo de 1973, por varias razones. La más importante es que la medida preferida de la Fed, la inflación subyacente, es de tan solo 1.6%, por debajo de su objetivo de 2%. Entonces, mientras que Goldman estima que los aranceles podrían sumar 1.25 puntos porcentuales a la inflación, es probable que la Fed se preocupe más por su impacto en el crecimiento y recorte las tasas en lugar de aumentarlas.

     El beneficio de los precios más altos del petróleo importado fue para los productores extranjeros de petróleo. Por el contrario, los aranceles se pagan al Tesoro de los Estados Unidos, que podría gastar el dinero para compensar algún daño de tales gravámenes.

     No hay pánico sobre la escasez y tampoco colas en las gasolineras. Por supuesto, hay filas de facto en el Departamento de Comercio a medida que los importadores estadounidenses presentan miles de solicitudes para obtener exenciones, además de la incertidumbre generalizada sobre si se impondrán los aranceles amenazados y represalias, o se cancelarán los actuales aranceles, lo que está frenando la inversión.

     Históricamente, los aranceles estaban destinados a impulsar la producción manufacturera estadounidense al protegerla de la competencia extranjera barata. Pero la producción globalizada significa que las importaciones en la actualidad a menudo consisten en bienes intermedios que se mueven de una etapa de una cadena de suministro a otra, y no hay sustitutos disponibles de Estados Unidos.

     En lugar de fabricarlos en Estados Unidos, muchos importadores contemplan trasladar su producción china a Vietnam, elevar los precios o reducir los productos más afectados por los aranceles. Algunos habían planeado mudar su producción a México, pero tal vez deban reconsiderarlo. Al igual que con la crisis del petróleo, estos ajustes podrían tardar años y generar innumerables ineficiencias, reduciendo la productividad.

     Una última lección de la crisis petrolera: el embargo árabe no cambió el apoyo estadounidense a Israel. Sin embargo, hizo que Estados Unidos creara reservas estratégicas, que buscara un suministro más seguro en el Mar del Norte, México y Alaska y conservara la energía a través de estándares de economía en el consumo del combustible.

     Los precios altos finalmente hicieron posible la revolución de la fracturación (fracking) y eso está a punto de poner fin a las importaciones netas de petróleo de Estados Unidos. Por lo tanto, Estados Unidos se ha protegido en gran medida del “arma petrolera” extranjera.

     La lección para hoy es que los aranceles pueden no cambiar el comportamiento de China. Pero al romper las cadenas de comercio, inversión y conocimientos que unen a ambas economías, a la larga puede hacer que Estados Unidos sean menos vulnerable a la influencia china, que es lo que quiere lograr la administración Trump.

Traducido por  Luis Felipe Cedillo

Editado por Michelle del Campo           

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Foto: “Contenedores” por Aidan via Flickr licensed under CC by 2.0 https://www.flickr.com/photos/aidanwojtas/34885389822

 


Fecha de publicación: 24/06/2019

Etiquetas: Economía Aranceles Comercio China EUA México Trump Represalias Crisis Petrolera Económica