Villa Del Rosario, Colombia, 11 de oct. (Dow Jones) -- Para escapar de Venezuela un día reciente, nueve migrantes caminaron tambaleándose por un pastizal demasiado crecido, atravesaron el río Táchira portando sus cosas en la cabeza y pasaron con dificultades por una granja para llegar a este remanso atestado de compatriotas.

Como muchos otros, ellos solo tenían unos cuantos dólares en pesos colombianos y un vago plan: llegar a una gran ciudad colombiana o hasta Perú, a pie si era necesario. Primero tuvieron que caminar por senderos clandestinos de una frontera sin ley y a veces violenta, que es lo que un número creciente de venezolanos indigentes y hambrientos están enfrentando para huir de su país.

“Darwin dijo que solo los más aptos sobreviven, y así es como estamos en Venezuela”, dijo Jorge Useche, de 43 años, y explicó por qué había realizado un viaje de 10 horas en autobús con dirección a la frontera para cruzar ilegalmente hacia Colombia. “No importa si eres ingeniero, bombero o médico, si no te adaptas, no sobrevives”.

Detenerlos es casi inútil, admiten fácilmente los comandantes de la policía colombiana. Hay cientos de senderos ilegales a lo largo de la frontera de aproximadamente dos mil 240 kilómetros, que las autoridades estiman que son utilizados por miles de venezolanos diariamente. Ya casi un millón de venezolanos vive en Colombia.

“¿Cómo controlas eso?” Preguntó el frustrado coronel de la policía colombiana Carlos Girón, cuyos oficiales patrullan aquí. “Hacemos patrullajes nocturnos, patrullajes diurnos, pero es muy difícil hacer algo eficaz porque cómo vas a controlar a las personas cuando el problema es que tienen hambre”.

Es el mismo problema que enfrentan Estados Unidos y Europa, que han luchado para impedir que los migrantes crucen sus largas y permeables fronteras que son costosas de patrullar. Pero mientras en el pasado, los inmigrantes de América del Sur se dirigían principalmente a Estados Unidos, no habían emigrado a los países vecinos en números tan grandes y en un período de tiempo tan corto.

Las consecuencias son enormes para Sudamérica, que ha visto cómo la población de Venezuela en nueve países ha explotado de 87 mil en 2015 a más de 1.5 millones este año. Las autoridades de migración temen que las llegadas solo se incrementen en los próximos meses, ya que las políticas en Venezuela que muchos economistas dicen que son diseñadas a medias empeoran la escasez de alimentos y la hiperinflación, que se espera que llegue a un millón por ciento.

Ya, a mil 600 kilómetros de distancia en la frontera con Ecuador, 70 mil venezolanos ingresaron a través del puente principal con Colombia en junio, 450% más que en el mismo mes del año pasado. Perú, el segundo receptor de venezolanos en América, tiene un enclave de más de 350 mil venezolanos, frente a los dos mil 300 de hace solo tres años, dijo la Organización Internacional para la Migración.

Para muchos de los que buscan una nueva vida, la odisea comienza aquí, en los más de 70 caminos clandestinos que se extiende a lo largo de la frontera de 35 mil kilómetros de Villa del Rosario con Venezuela.

Algunos de los caminos son senderos que serpentean por la maleza, tachonados con ropa vieja y heces humanas. Otros son lo suficientemente grandes como para que pasen autos y camiones, que los contrabandistas usan para transportar gasolina venezolana subsidiada que se vende ilegalmente a unos pocos kilómetros de distancia, en Cucuta, que tiene una población de 700 mil habitantes.

“La gente y los vehículos pasan por aquí fácilmente, y se pueden ver las pruebas aquí”, dijo Girón, el comandante de la policía, parado sobre las huellas recientes de neumáticos, mientras un equipo de oficiales fuertemente armados escaneaba el río.

Poco después, Girón y sus oficiales se encontraron con migrantes y contrabandistas venezolanos a pie, algunos cargando grandes bolsas de bienes para su venta, desde paquetes de papel hasta ejes de neumáticos.

El coronel le advirtió a un hombre que llevaba docenas de botellas licor de malta: “Sabes que puedo quitarlas, ¿verdad?”

“Por supuesto, está en todo su derecho”, respondió el hombre, un venezolano. Pero le suplicó al comandante de la policía, recordándole la situación en Venezuela. “Nos están matando de hambre, señor”, le dijo a Girón.

Al tener tanto territorio que patrullar y tanta gente que utiliza los senderos, la policía lo dejó cruzar la frontera. Girón dijo que, en cambio, sus oficiales concentran su energía en arrestar a los que contrabandean gasolina o la carne de precio controlado en Venezuela, que se oculta bajo las tablas del piso de las viejas carcachas y que se vende en los pequeños mercados.

Los migrantes tienen algo más de qué preocuparse que de las autoridades colombianas. La policía y los oficiales militares dicen que el lado venezolano de la frontera está controlado por guerrilleros colombianos del Ejército de Liberación Nacional (ELN), mientras que en el lado colombiano están los grupos de narcotraficantes como el Clan del Golfo, cuyos miembros extorsionan a los migrantes.

“Ellos son los enemigos”, dijo Pepe Ruiz, el alcalde de Villa del Rosario, sobre los grupos armados. “Si una pandilla le extorsiona dinero a la gente aquí, allá los matan. O si un miembro del ELN viene aquí, las pandillas lo ejecutan”.

Traducido por Michelle del Campo  

Editado por Luis Felipe Cedillo

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Fecha de publicación: 11/10/2018

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