10 de sep. (Dow Jones) -- La reunión en Richmond, Virginia, pasó por alto rápidamente los asuntos de rutina, incluidas las presentaciones, antes de que los líderes principales comenzaran a hablar. El trabajo en equipo y el reclutamiento, dijo un alto líder, necesitaban mejorarse. Además, cualquiera que quisiera matar a un rival debería obtener la aprobación previa.

Mara Salvatrucha, la violenta pandilla callejera internacional conocida como MS-13, había sufrido varios dolores de cabeza para el momento de su reunión de otoño de 2015, que fue rastreada subrepticiamente por las autoridades de Estados Unidos. Una solución propuesta fue gestionar mejor a los aproximadamente 10 mil miembros de Estados Unidos muy al estilo de otras bandas criminales tipo corporativo, como la Mafia o los cárteles de la droga.

Los líderes de MS-13 crearon un eslogan, “El programa”, para ampliar su influencia y mejorar el flujo de caja.

“Lo que estamos pidiendo es una cooperación total”, dijo un alto dirigente al grupo vía telefónica con altavoz desde El Salvador. “Trabajemos todos juntos, unidos, ya saben como”.

Durante años, el impacto de MS-13 en Estados Unidos fue estrictamente local: se limitó a vecindarios específicos y ciudades diseminadas por todo el país, ya que la pandilla recurrió a la violencia para proteger y mantener su territorio.

Luego, los funcionarios federales rastrearon un desarrollo alarmante. A medida que creció la influencia de MS-13, también lo hizo su ambición para aprovechar su red de franquicias locales como una marca nacional cohesionada. Eso llevaría a MS-13 a un territorio que una vez estuvo ocupado por la mafia, y que actualmente es ocupado por los cárteles de la droga mexicanos.

Una serie de pruebas que finalizaron este verano en Boston mostraron cómo MS-13 está presionando para dar ese salto racionalizando su estructura de auto gestión y creando estándares uniformes, de la misma manera que una empresa multinacional. La pregunta, una que determinará si MS-13 puede dar el siguiente paso para lograr la trascendencia nacional, es si esa transformación puede imponer el orden entre sus miembros rebeldes y violentos.

El grupo, en parte debido a su éxito en Estados Unidos se ha convertido en un asunto político, teniendo al presidente Trump y el fiscal general Jeff Sessions utilizando los actos horripilantes de miembros de MS-13 para promover la estricta política de inmigración de la administración. El fiscal general ha llamado a MS-13 “uno de los grupos más peligrosos en Estados Unidos”, mientras que Trump ha declarado que sus miembros son “matones” y “animales”. Los demócratas y legisladores a favor de imponer restricciones más flexibles dicen que su retórica es exagerada.

Los funcionarios federales y estatales encargados de hacer cumplir la ley dicen que la membresía a la pandilla MS-13 ha crecido en varios miles de miembros durante la última década más o menos. Se extiende en por lo menos 40 estados y el Distrito de Columbia, de acuerdo con el Departamento de Justicia.

“Definitivamente han demostrado su capacidad organizativa en términos de ordenar la violencia y de reclutamiento, y recomposición de sus filas”, dijo Derek N. Benner, un alto funcionario de Homeland Security Investigations de Immigration and Customs Enforcement.

MS-13 ha atraído reclutas al calificarse como una empresa ultraviolenta, de acuerdo con funcionarios federales, una imagen pandilleril de protección y estatus. Sin embargo, mientras incursiona en las drogas, los robos en las calles y la pequeña extorsión, sus ganancias son minúsculas. Los allanamientos federales de residencias de MS-13 típicamente generan poco más que un puñado de cuchillos, dinero en efectivo y ocasionalmente una pistola.

Las cuotas de membrecía oscilan entre 15 y 30 dólares mensuales, en gran parte pagadas por miembros de MS-13 que trabajan como jornaleros, trabajadores de la construcción o lavaplatos. La mayor parte del dinero se destinada a los líderes de pandillas en El Salvador, para pagar teléfonos y armas. Lo que queda se agrupa localmente para adquirir cuchillos, pistolas y drogas recreativas.

“Por la forma en que están actuando en este momento, no van a alcanzar el nivel de organización de, digamos, la mafia mexicana o la mafia italiana”, dijo George Norris, un investigador de la Oficina del Fiscal del Estado de Anne Arundel, Maryland y un experto en pandillas sancionado por la corte. “Son demasiado violentos. Como otras pandillas lo han descubierto, la violencia periodística es mala para los negocios”.

MS-13 fue fundada en la década de los ochenta en Los Ángeles y sus alrededores por inmigrantes de El Salvador que habían huido de la guerra civil de su país. En sus nuevos vecindarios, se encontraron rodeados de bandas hostiles. Por protección, formaron su propio grupo, al que llamaron Mara Salvatrucha.

Después de una alianza con la mafia mexicana para su protección dentro de las prisiones de California, Mara Salvatrucha se convirtió en MS-13. M es la decimotercera letra del abecedario, una señal de respeto hacia sus nuevos socios.

Las redadas de inmigración de Estados Unidos en la década de los ochenta terminaron enviando miembros de la MS-13 a El Salvador, donde la pandilla echó raíces y se transformó en una empresa transnacional.

La primera vez que los agentes federales comenzaron a rastrear el impulso organizativo de MS-13 se produjo durante una conferencia telefónica a nivel de bandas en 2013. La línea fue compartida por cerca de dos docenas de líderes en California y El Salvador, de acuerdo con funcionarios encargados de hacer cumplir la ley y registros judiciales. El objetivo de la convocatoria era consolidar a los miembros “bajo una única estructura de liderazgo coherente”, dijeron los fiscales de Estados Unidos en documentos judiciales.

“El discurso de convencimiento fue que todos en MS-13 se beneficiarán”, dijo un funcionario federal encargado de hacer cumplir la ley. “Los miembros locales obtendrían más dinero, pistolas, autos y apoyo de la pandilla si fueran arrestados. Mientras tanto, grandes cantidades de dinero fluirían nuevamente hacia los líderes en El Salvador”.

Traducido por  Luis Felipe Cedillo

Editado por Michelle del Campo           

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Fecha de publicación: 10/09/2018

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