13 de jun. (Dow Jones) -- Este artículo no aborda el talento, inteligencia emocional, honestidad o alguna otra habilidad de liderazgo que las personas debieran o deserían poseer 

La Copa del Mundo, que inicia el jueves en Rusia, puede ser el mejor laboratorio del planeta para estudiar el lado oscuro del liderazgo. Con una audiencia proyectada en tres mil 200 millones de personas, este torneo obligará a sus 32 capitanes de equipo a lograr un equilibrio entre la presión abrumadora por ganar y el imperativo moral de jugar limpio.

Es glorioso cuando estos objetivos se alinean, pero la carga más pesada del liderazgo mana cuando no lo hacen, cuando el capitán tiene que elegir irremediablemente entre uno u otro.

El mes pasado, cuando capitaneaba a su equipo, el Real Madrid, Sergio Ramos (que también liderará a España en el Mundial) tomó esa decisión exactamente. Estando la final de la Liga de Campeones de Europa empatada sin goles, el defensor de 32 años sujetó al brazo del máximo goleador del Liverpool, Mohamed Salah, con el suyo, y luego haló su cuerpo al césped. Salah salió del partido con una lesión de hombro.

En todo el mundo, la gente respondió con indignación explosiva a la victoria de 3-1 del Real Madrid. Vieron la sujeción violenta de Ramos como la encarnación de todo lo que está mal en los deportes y lo acusaron de lastimar a propósito al estelar egipcio. Su calidad de capitán tanto para el club como para el país hizo que la óptica empeorara exponencialmente.

En cuestión de días, 500 mil personas habían firmado una petición en la que calificaban a Ramos “un terrible ejemplo para las futuras generaciones” e instaron a los órganos rectores del deporte a castigarlo retroactivamente.

No hay duda de que Ramos será abucheado enérgicamente en Rusia y que algunas personas nunca lo perdonarán. La pregunta más provocativa es si él incluso dudaría en volver a hacerlo en otra instancia.

Cuando la alta sociedad inglesa llevó el deporte organizado a la prominencia, ésta lo basó en un código de conducta que se conoce como “espíritu deportivo”. Hasta el día de hoy, les enseñamos a nuestros hijos que no se trata de si se gana o se pierde, sino cómo se juega.

Las violaciones a este código, que son comunes en la Copa del Mundo, pueden provocar una ira descomunal. Muchos aficionados franceses nunca perdonarán a Zinedine Zidane, ex capitán de la selección de Francia, por golpear con su cabeza a un jugador italiano en un ataque de pánico durante los minutos finales de la final de 2006. Su expulsión posterior efectivamente arruinó las posibilidades de ganar de su equipo.

Líderes empresariales y otras áreas competitivas a veces también son derrotados con tretas malevolas. El año pasado, informes de tácticas agresivas y una cultura tóxica en el lugar de trabajo llevaron al consejo administrativo de Uber a despedir a Travis Kalanick, su agresivo director ejecutivo. Un video viral que mostró a Kalanick involucrado en una acalorada discusión con un conductor no ayudó.

Lo difícil del liderazgo agresivo es que ninguna persona con mentalidad recta cree que es 100% negativo. No estaríamos hablando de Uber si Kalanick no hubiera dado de codazos mientras expandía la empresa a cientos de nuevos mercados. El verdadero problema no es el instinto del líder de hacer cosas agresivas; es nuestra confusión sobre cuándo eso es o no apropiado.

Antes de juzgar cualquier ejemplo, hay cuatro pruebas por aplicar. La primera es identificar el motivo.

A partir de la década de los sesenta, los investigadores comenzaron a separar la agresión en diferentes sabores. La variedad más común es la agresión “hostil”, que es motivada por el deseo de herir o lesionar a alguien. Este motivo es completamente negativo.

Un segundo sabor, sin embargo, implica una acción que puede parecer hostil, pero que se hace principalmente para lograr un objetivo que vale la pena. Eso es lo que los investigadores llaman agresión “instrumental”.

Los estudios realizados con atletas han demostrado que cuando ellos salen al campo entran a un “marco de juego” donde las reglas del deporte reemplazan a las reglas cotidianas de la sociedad. Podrían hacer cosas en competencia que nunca harían en ningún otro lado. Los atletas ven lo que los espectadores, que viven en el mundo real, a menudo no ven: las reglas del deporte no son leyes en sí mismas, sino directrices sujetas a interpretación por parte de los árbitros deportivos.

Eso también es cierto en el lugar de trabajo, donde las normas de comportamiento variarán y el consejo de administración o el departamento de recursos humanos tienen la última palabra.

A diferencia del impulsivo cabezazo de Zidane, no hay evidencia de que la tacleada de Ramos fuera un acto hostil. Aunque Salah todavía no lo ha perdonado públicamente, Ramos se acercó a él momentos después y dijo que ambos intercambiaron palabras. Visto de esta manera, como estratégica en lugar de maliciosa, su sujeción encaja perfectamente en la categoría “instrumental”.

La segunda prueba es si una jugada realmente fea le ayuda a un equipo a ganar, y si el líder se salió con la suya.

Los capitanes deportivos de élite descritos en mi reciente libro, ‘The Captain Class’, describieron uniformemente las cosas desagradables que hicieron en competencia como actos calculados a sangre fría.

Por experiencia y después de estudiar a los árbitros, esperaban cometer “faltas inteligentes” que cayeran dentro de los límites del juego limpio, incluso si los fanáticos las consideraban excesivas.

La falta de Ramos también cumplió con esta norma. Sacar al mejor jugador del Liverpool del partido le ayudó a su equipo y los árbitros no lo sancionaron por ello.

La tercera prueba es una cuestión de tiempo. ¿La recompensa potencial supera el riesgo de fracasar en el cometido?

Ramos seguramente sabía que una falta fuerte podría conducir a su expulsión. En este caso, sin embargo, las consecuencias de perder palidecieron en comparación con la recompensa en juego. Al ganar, el Real Madrid se acercó a lo legendario: es el cuarto equipo en la historia que gana tres títulos europeos consecutivos.

La prueba final es si la agresividad de un líder permanece confinada al campo --y nuevamente, Ramos sale bien librado. Quizás quiera abandonar su sueño de convertirse en rapero, pero no es un alborotador.

Visto desde el exterior, la sujeción de Ramos podría no parecer más inteligente que el cabezazo de Zidane. La diferencia es que este último fue desastroso, inútil, de sangre caliente y completamente hostil. El primero fue obra de un líder comprometido.

No importa en qué negocio se encuentren, los líderes excepcionales se preocupan más por los resultados del equipo que en cómo se pueden juzgar sus contribuciones individuales. Son excepcionales porque no les importa si los terminas detestando.

Lo que coloca a Sergio Ramos en otro nivel es que su falta fue intencional, calculada, inteligente, desinteresada, oportuna y no indicó cómo se comporta en el mundo real. Además le funcionó.

Me doy cuenta de que esto es confuso. Estas reglas no deberían aplicarse a las formas amateur de competencia donde el objetivo es ayudar a los niños, o estudiantes, a desarrollar habilidades de trabajo en equipo que son ampliamente aceptables. El último mensaje que queremos enviar a los jóvenes es que los tramposos prosperan, ciertamente.

Pero esta es la verdad incómoda sobre los líderes: algunos actos malévolos que son reprensibles, detestables, criticables provienen de alguien que es fundamentalmente bueno.

Traducido por  Luis Felipe Cedillo

Editado por Michelle del Campo           

Copyright © 2018 Dow Jones & Company, Inc. All Rights Reserved

 


Fecha de publicación: 13/06/2018

Etiquetas: Deportes Liderazgo Actos Buenos Malos Deportivismo Limpieza Probidad Objetivos Fracaso