Estudios científicos revelan que el desorden en sí mismo puede ser el camino al genio. Foto archivo.

Todos solemos ser presa de las modas pasajeras de las que rápidamente nos arrepentimos. Patines del diablo eléctricos. Ropa interior usada como exterior. Bitcoins. Autos que tiene la forma de camión de panadería. La Macarena. TAE Bo. Creer honestamente que ingerir dosis masivas de Kombucha le curará esa úlcera. El jazz suave.

A estas puede agregar una de las modas más siniestras de todas: la obsesión actual con descartar cosas. Tirar madre y media se basa en la dudosa idea de que tener demasiadas complicará nuestras vidas y nos impedirá hacer las cosas que realmente queremos realizar.

Si tan solo pudiéramos deshacernos de todos esos innecesarios discos compactos, todos esos libros que nunca leeremos y toda esa ropa que casi nunca usamos, eso liberaría la energía psíquica para ayudarnos a perder peso, aprender mandarín, tener mejores relaciones con nuestros hijos, hacernos ricos. Lo único que se interpone entre nosotros y lo que realmente queremos es deshacernos de lo que ya tenemos.

Sin embargo, una cantidad abrumadora de datos científicos irreprochables sugiere que esta mentalidad es totalmente errónea. Numerosos libros y estudios científicos sostienen que el caos y el desorden general pueden hacer que las personas sean más productivas.

El dormitorio de Winston Churchill era un desastre ya que estaba lleno de periódicos, revistas, mapas y parafernalia de un aficionado a los puros, pero ese desorden no le impidió ganar la Segunda Guerra Mundial.

Los antiguos egipcios construyeron muchas más pirámides de las que cualquier sociedad podría necesitar, sin embargo, a nadie pareció importarle, ni en ese entonces, ni ahora.

Ningún experto en descartar tiliches llevó una toga de recuerdo manchada de sangre al emperador romano y le dijo: “La neta Tiberio, ¿realmente crees que necesitas esto?” Como dice el viejo refrán romano: la basura de un hombre es el tesoro de otro.

Los museos son un ejemplo perfecto de los usos positivos del desorden.

Tome por ejemplo a Barnes Foundation de Philadelphia, un pequeño museo lleno de una enorme cantidad de obras de arte colgadas sin ningún orden en particular, con implementos agrícolas, veletas de paletas y cucharones de cocina ocupando el mismo espacio que lad pinturas de Monet.

Los expertos en el orden le dirían a Barnes que no necesita 181 lienzos de Renoir en un espacio abarrotado, que 30 o 40 de los realmente buenos serían suficientes. Sin embargo, Barnes es un milagro. El error que siempre cometen los expertos en el orden consiste en equiparar la abundancia con el desorden.

El registro histórico sugiere que muchos de los hombres y mujeres más exitosos de la historia prosperaron en el desorden. Beethoven era cualquier cosa menos un monstruo ordenado. El Palacio de Buckingham tiene demasiadas cosas, pero esto no impidió que la familia real prosperara durante siglos.

Ingrese a la mayoría de los laboratorios científicos y verá demasiados archivos antiguos y equipos arcaicos esparcidos por todas partes. Sin embargo, ahí es donde se desarrollará la cura para el cáncer.

Einstein celebró descaradamente las alegrías de la entropía. Las fotos antiguas del escritorio de Madame Curie, antes de que los curadores limpiaran las cosas, representan un desastre semi-caótico. Su laboratorio no era mucho mejor.

El ordenamiento se basa en la idea de que podemos determinar fácilmente a qué cosas debemos aferrarnos y las que nunca volveremos a usar. Pero si el pago del pecado es la muerte, la del despojo es el lamento.

Lamenta no poder escuchar ese viejo disco de Mötley Crüe porque desechó su tocadiscos. Lamenta no poder usar su chaqueta de bombardero MC Hammer en su reunión número 25 de la prepa porque la vendió en eBay. Lamenta haber tirado su copia de ‘Siddhartha’.

La verdad es que no existe tal cosa como tener demasiados libros, demasiadas fotos, demasiadas camisetas de Iron Maiden, demasiadas palanquillas. Los influyentes trataron de imponer el orden de manera feroz e implacable como un estilo de vida, y mira dónde los llevó.

Al final, el que muere con el mayor número de canicas, de hecho, es el que gana.

Traducido por  Luis Felipe Cedillo

Editado por Michelle del Campo           

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Fecha de publicación: 16/05/2019