La disputa cultural que divide los valores europeos está en contra de uná Unión Europea ampliada. Foto archivo.

Cuando el Papa Juan Pablo II visitó Irlanda y su Polonia natal en 1979, estos dos bastiones de la fe católica parecían seguir una vía similar. Millones se reunieron para escuchar con fervor evidente al santo pontífice en Dublín y Varsovia.

En Polonia, la ola de fervor religioso después de su viaje catalizó la resistencia, alentando el movimiento del sindicato Solidarność (Solidaridad) que se originó en los astilleros del puerto de Gdansk al año siguiente y que coadyuvó a precipitar la cadena de eventos que condujeron al colapso de la Unión Soviética.

En Irlanda, la influencia de la Iglesia Católica también pareció crecer tras la visita del Papa, la primera en la historia de la nación. En un referéndum de 1983, cerca de dos tercios de los votantes irlandeses apoyaron una enmienda constitucional para prohibir el aborto. En otro referéndum, tres años después, una mayoría similar siguió la guía de la iglesia y votó en contra de legalizar el divorcio.

Hoy en día, estos dos estados miembros de la Unión Europea, donde la Iglesia Católica desempeñó un papel vital en su resistencia a un gobierno extranjero y en fomentar la identidad nacional, parecen estar siguiendo trayectorias divergentes. Síntoma de una división más amplia que podría amenazar todo el proyecto europeo.

Adoptando tardíamente las tendencias liberales que se han extendido en el resto de Europa occidental, Irlanda votó por enormes márgenes a favor de reconocer el matrimonio entre personas del mismo sexo en 2015 y legalizar el aborto al año pasado. El país tiene poco sentimiento antiinmigrante, y no es un problema político que el Primer Ministro Leo Varadkar sea el hijo abiertamente gay de un médico hindú.

La Iglesia Católica de Irlanda, debilitada por las revelaciones de abuso sexual generalizado, ha perdido gran parte de su atractivo. Solo una fracción de las multitudes que recibieron a Juan Pablo II en 1979 acudieron a ver al Papa Francisco en agosto pasado.

“Ya no somos un país católico. Las generaciones jóvenes son predominantemente ateas o agnósticas, aunque la gran mayoría se educó en escuelas religiosas”, dijo el padre Peter McVerry, un prominente sacerdote católico con sede en Dublín que dirige una organización benéfica nacional que apoya a las personas sin hogar. “Muchos de ellos opinan que la iglesia es irrelevante en sus vidas y que la posición de la iglesia sobre la sexualidad es propia de la Edad Media”.

La historia es muy diferente en Polonia, y en muchas otras partes de Europa oriental y central. El gobierno conservador de Polonia ha hecho de la oposición a la inmigración musulmana su política distintiva y ha promovido activamente una versión nacionalista de la historia que a menudo ignora las páginas oscuras del pasado polaco.

Como aliado de la Iglesia Católica, que es generosamente financiada por el estado, también ha tratado de reforzar aún más las estrictas restricciones de Polonia al aborto. De campaña para las elecciones al Parlamento Europeo programadas para mayo, Jaroslaw Kaczynski, jefe del gobernante Partido Ley y Justicia, denunció este mes que el alcalde de Varsovia planeaba “atacar a los niños” al enseñar sobre los derechos de los homosexuales en las escuelas de la ciudad. El matrimonio del mismo sexo sigue siendo un tabú.

“Polonia tiene raíces cristianas y católicas, toda su historia se basa en estos valores cristianos y católicos, y la mayoría de los polacos se guían por estos preceptos”, dijo Robert Telus, un legislador del partido gobernante que causó revuelo al patrocinar una exhibición en 2016 sobre los supuestos azotes de la homosexualidad. “Dudo que alguna vez llegue eso aquí tan lejos como en Irlanda. Se está iniciando un retorno a nuestros valores básicos y naturales en toda Europa, incluso en Polonia”.

Esta discrepancia de actitudes entre Polonia e Irlanda refleja la gran división entre Europa occidental y los nuevos miembros de la Unión Europea que alguna vez formaron parte del antiguo bloque soviético.

Una reciente encuesta Pew mostró que las opiniones sobre la igualdad de los homosexuales y las minorías, como los musulmanes o los judíos, varían drásticamente en los dos lados de la antigua Cortina de Hierro --al igual que la importancia de la religión, considerada como un componente importante de la identidad en el este de Europa.

En el tema del matrimonio entre personas del mismo sexo, por ejemplo, las mayorías en todos los países encuestados de Europa occidental, excepto Grecia, apoyan el reconocimiento legal, mientras que las mayorías en todas las naciones del antiguo bloque oriental (excepto la República Checa) se oponen.

En Polonia, solo 33% dijo que aceptaría a los musulmanes como familiares, en comparación con 60% en Irlanda.

Esta brecha de valores entre Oriente y Occidente plantea interrogantes acerca de cómo será sustentable la integración europea largo plazo, y si la Unión Europea se verá afectada por las disputas culturales en temas como el aborto o la inmigración, que ya polarizan la política nacional de Estados Unidos.

La brecha los valores sociales se traslapa con la creciente aprensión que priva en el resto de la Unión Europea de que países como Hungría, Polonia y Rumania, y que han dado marcha atrás en sus compromisos europeos en asuntos fundamentales como la independencia del poder judicial.

“Se respeta la diversidad, pero esto no significa que no se cuestionen entre sí. Nos hemos adherido a un sistema de valores común, y es este sistema de valores el que debe dictar las preguntas y los debates”, dijo Simon Coveney, canciller y viceprimer ministro de Irlanda, en una entrevista. “Lo que no queremos en la Unión Europea es crear divisiones fundamentales, particularmente este-oeste y norte-sur”.

Funcionarios polacos replican que el respeto a las creencias de los votantes es el más importante de estos valores comunes. “Eso es democracia. La gente elige gobiernos, y en Polonia, las personas eligen gobiernos que garantizan el respeto por los valores tradicionales, cristianos y basados en la familia. En Irlanda, es lo contrario. Respetamos su elección y esperamos que respeten la nuestra”, dijo el diplomático polaco Bartosz Cichocki, quien se desempeñó hasta este mes como viceministro de Relaciones Exteriores del país.

Las preocupaciones sobre la división social de Europa son exageradas, agregó: “Incluso en Estados Unidos, algo prohibido en un estado está permitido en otro estado, y nadie dice que la nación se esté desintegrando”.

Traducido por  Luis Felipe Cedillo

Editado por Michelle del Campo           

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Fecha de publicación: 25/04/2019