De acuerdo a Aristóteles, la felicidad es el significado y proposito de la vida, la única meta y propósito de la humanidad. Foto de archivo.

La felicidad parece escasear hoy en día, ya que la acritud, incivilidad y mal comportamiento están impregnando a la sociedad y los medios de comunicación, desde las más altas esferas del gobierno hasta los niveles menos favorecidos de la sociedad. Sin embargo, la felicidad siempre ha sido algo codiciado por la humanidad en general.

El derecho inalienable de buscarla con afán, junto con la vida y la libertad, fue consagrado por Thomas Jefferson en la Declaración de Independencia de Estados Unidos.

Sin embargo, si queremos buscarla, primero necesitamos definirla. Y para entender lo que Jefferson realmente quiso decir con felicidad, debemos recurrir al pensador que lo influenció: el filósofo griego Aristóteles que vivió en el siglo IV A.C.

El sistema ético de Aristóteles --tal como lo describe en sus principales tratados, La ética Nicómaquea (θικ Νικομάχεια) y la Ética Eudemia (θικ Εδήμεια)-- gira en torno a la idea de que el objetivo de la vida humana es la felicidad, que él llamó eudaimonia. (En griego, la raíz eu significa “bien”, y daimonia sugiere un espíritu guardián o la influencia de la suerte en la vida que redunda en la felicidad).

Aristóteles no comparó la felicidad con la riqueza, el placer o la fama. Para él, la felicidad era un estado mental interno, una felicidad o satisfacción que solo podemos adquirir al vivir la vida de la mejor manera posible --llevar una vida de virtud.

Aristóteles nació en una pequeña ciudad–estado griego independiente, pero pasó años en lugares cercanos a la familia real de Macedonia. Fue testigo presencial de la corte de Felipe II, el padre despótico de Alejandro Magno, que fue despiadado, codicioso y adicto al consumo conspicuo. Felipe enfrentó entre sí a sus tenientes, esposas, concubinas e hijos para que estuvieran en contra, y estos respondieron tramando incesantemente ataques recíprocos de asesinatos.

Aristóteles vio que estos miembros aparentemente afortunados de la elite en realidad eran los más miserables que había podido conocer. Estas personas pasan su vida adquiriendo posesiones materiales o buscando la gratificación sensorial, pero al llegar a cierto nivel deducen que estas actividades no conducen a la verdadera felicidad. Incluso pueden reconocer lo correcto, pero son demasiado débiles o perezosos para actuar.

Aristóteles creía que la verdadera felicidad proviene de un esfuerzo continuo para convertirse en la mejor versión posible de uno mismo. Al igual que su maestro, Platón, y el propio maestro de Platón, Sócrates, se suscribió al antiguo proverbio grabado sobre el oráculo de Delfos: Conócete a ti mismo.

En sus tratados, Aristóteles analizó una amplia gama de rasgos de carácter: en griego, ethos, de donde derivamos la palabra “ética”. Estos incluyen la libido, coraje, ira, cómo tratamos a otras personas y cómo consideramos el dinero. Todos poseemos estas propiedades, y la felicidad proviene de cultivar cada una en la medida correcta, de modo que sea una virtud en lugar de un vicio.

Es en esta noción de “significado” que la ética aristotélica difiere de otros sistemas morales de la antigüedad.

Aristóteles no enseña, por ejemplo, que la ira es un vicio y la paciencia una virtud. Más bien, él cree que cuando sentimos enojo en la medida correcta, en el momento correcto y hacia las personas adecuadas, es virtuoso. Sin éste, no nos defenderíamos a nosotros mismos ni defenderíamos principios importantes. No sentir enojo cuando nos hacen mal es un vicio, pero también lo es el enojo excesivo, fuera de lugar o gratuito.

Y lo mismo ocurre con cualquier otra cualidad. La responsabilidad fiscal, por dar otro ejemplo, es la virtud que se encuentra entre los vicios de la parsimonia --que Aristóteles despreciaba, especialmente entre los ricos, y el gasto imprudente.

Los buenos aristotélicos reconocen tanto sus mejores como sus peores características morales y trabajan continuamente para mejorar. Intentan desarrollar hábitos de generosidad, honestidad, responsabilidad, integridad, equidad, amabilidad y buen humor. El resultado es una autosuficiencia moral reconfortante que incluso el duelo, la bancarrota o la pura mala suerte no pueden perturbar.

Las recetas de sentido común de Aristóteles para lograr la felicidad también ofrecen esperanza para la comunidad en general. Cuando dijo que somos animales políticos, quiso decir que florecemos cultivando las virtudes en relación no solo con nosotros mismos y nuestras familias, sino también con nuestros amigos, vecinos y conciudadanos.

Él nos ofrece una manera de perseguir nuestra felicidad como individuos, pero sus principios pueden ayudarnos a hacer que la arena pública también sea un mejor lugar para todos.

Traducido por  Luis Felipe Cedillo

Editado por Michelle del Campo           

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Fecha de publicación: 28/02/2019