Lo más fácil de decir sobre ‘A Star Is Born’ (‘Nace una estrella’) es que está bien. No me refiero a un “está bien” como cuando aceptamos que algo es bueno con cierta indiferencia y un encogimiento de hombros, más bien en el sentido de que es emocionante y casi milagrosamente correcta en todos los aspectos.

La venerable fórmula finalmente encontró su destino no tan evidente después de tres intentos anteriores: cuatro, si contamos ‘What Price Hollywood’ (‘Hollywood al desnudo’), el drama de 1932 que estableció la dinámica de la trama.

Esta vez, los amantes, uno que se eleva hacia el deber y la fama, y el otro que va de la celebridad a la calamidad incipiente, son interpretados a la perfección dramática y musical por Lady Gaga y Bradley Cooper. (Cooper se estrena como director en este largometraje). Es como si ninguno de los interesados ​​supiera que estaban filmando un refrito. La película parece fresca desde el relampagueante comienzo hasta el exquisito final.

En cierto sentido eso no sorprende. La anticipación de que sería algo especial comenzó a generarse en junio con el lanzamiento del avance, una de las piezas más efectivas de la mercadotecnia cinematográfica actualmente. Los avances son solo notas promisorias; esta película bien podría haber sido otro ejemplo de un deslumbramiento destinado a decepcionar.

Pero en retrospectiva, fue una destilación de 2.5 minutos de lo que sostiene el alma de la película, sí, una producción de Hollywood con un alma rica, que se disfruta en el transcurso de dos horas y cuarto: deslumbres y destellos en abundancia, pero también amor, generosidad, quietud, pasión y, antes y después de todo, música.

Ese es el ingrediente secreto de la nueva película. La música no figuró en absoluto en ‘A Star Is Born’ de 1937, con Janet Gaynor protagonizada junto a Fredric March, quien interpreta al alcohólico líder Norman Maine. Pero en la versión de 1954, donde Maine fue interpretado por James Mason, el corazón de la sorprendente actuación de Judy Garland fue la canción. Además, en la versión de 1976, Barbra Streisand y Kris Kristofferson interpretaron a músicos, al igual que lo hacen ahora Gaga y Cooper, ella como Ally, una cantante y compositora renuente a cantar sus propias canciones, y él como Jackson Maine, una estrella de rock con un don para interpretar baladas tiernas y la autodestrucción con la bebida.

La diferencia esta vez es una colaboración musical intrincada que confiere sentimientos complejos en una trama esquemática. Garland fue un acto solitario; Los personajes de Streisand y Kristofferson eran esencialmente actos paralelos con música común. Para Ally y Jackson, la buena música --la película está llena de ella-- significa más que una carrera. Es la gravedad lo que los une, la fuerza que los mantiene juntos con una intimidad, urgencia y especificidad que no se ha visto en la pantalla grande desde hace más de una década, desde que los músicos en una pequeña película llamada ‘Once’ cantaron a dueto por primera vez para transportar a las audiencias al encantamiento.

A Star is Born’ no es pequeña. Esta película es grande, amplia y profunda, no solo en virtud de sus valores de producción (Matthew Libatique hizo la espléndida cinematografía), sino también por la resonancia emocional del guion (escrito por Eric Roth, Cooper y Will Fetters) y el fascinante encuadre: el poder de las actuaciones.

El virtuosismo de Lady Gaga no es una noticia de último momento; lo que es notable es su rango dramático. Al principio, cuando Ally es tierna y temerosa, cantando tonadas populares en un bar donde trabajó recientemente como mesera, la representación del personaje que hace Gaga no es modesta, ya que no hay nada que deba moderarse, ya que la actriz y el personaje son indivisibles, entonces y en el todo.

 Ally y Jackson se encuentran accidentalmente después de uno de sus conciertos --la primera de las muchas convenciones retomadas de otras películas-- pero el accidente allana el camino para la inspiración en un estacionamiento de un supermercado por la noche. Los dos se divierten musicalmente por un tiempo, luego ella se relaja con una canción asombrosamente impresionante, excepto que no hay quien admire el espectáculo, solo la conjunción incandescente de dos espíritus afines. Todas las canciones de la película se interpretaron en vivo y el efecto es electrizante.

Cooper ya ha actuado de manera brillante anteriormente: en ‘Silver Linings Playbook’ de David O. Russell, en ‘American Hustle’, en ‘American Sniper’ de Clint Eastwood y, por supuesto, en ‘The Hangover’ de Todd Phillips, la comedia de 2009 que lo puso en el mapa.

Sin embargo, nada de eso nos había preparado para la plenitud con la que actúa aquí --y lo hace bajo su propia y desinteresada dirección.

Las versiones anteriores de su personaje estaban obviamente condenadas por el alcohol y las drogas. Jackson también está condenado, pero eso es mucho menos obvio. Está enamorado de Ally, con alma y corazón --los celos se han eliminado sabiamente de la ecuación convencional-- y se esfuerza por ayudarla, aunque no puede ayudarse a sí mismo.

    Mucho más que una colección de adicciones, canta en un barítono bellamente profundo (en parte el resultado, se nos dice, del entrenamiento vocal intensivo de Cooper); pero tiene una deficiencia auditiva que está acelerando su declive (lo que, inevitablemente, es menos interesante que las notas crecientes de la narración); y traiciona una melancolía conmovedora que puede convertirse, en un instante impactante, en vitriolo volcánico.

El reparto es brillante también. Sam Elliott es Bobby, el hermano de Jackson y su desagradable manager; comparten el registro subterráneo de sus voces y la angustia de su infancia. Dave Chappelle es Noodles, el viejo amigo de Jackson y el despiadado narrador de la verdad; Andrew Dice Clay es Lorenzo, el padre de Ally, quien la rebaja sutilmente aunque la adora. Anthony Ramos es Ramon, el amigo de buen corazón de Ally. Rafi Gavron es Rez, su despiadado manager.

    La única nota banal de la película se sucede cuando Rez se presenta después de que ella hace una aparición sensacional en el escenario con Jackson. No es culpa del actor; el manager es el Iago de la película, el instrumento familiar pero indispensable del negocio de la música, que hace todo lo posible por convertir su don en una mercancía.

Traducido por  Luis Felipe Cedillo

Editado por Michelle del Campo           

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Fecha de publicación: 09/10/2018