En las últimas semanas, una orca llevó con ella su ballenato muerto durante 17 días por el noroeste del Pacífico. Parecía notablemente apenada. De hecho, hay evidencia de que muchos cetáceos, es decir, las ballenas, delfines y marsopas, tienen fuertes y complicados vínculos familiares y sociales. Algunas especies cazan cooperativamente; otros practican el cuidado infantil cooperativo, cuidando los bebés de otras.

Las orcas, en particular, desarrollan tradiciones culturales. Algunos grupos solo cazan, otras solo comen salmón. Además, son una de las pocas especies con abuelas. Las hembras de orcas ancianas viven bastante más allá de su fertilidad y transmiten información y tradiciones valiosas a sus hijos y nietos. Otros cetáceos también tienen tradiciones culturales: las ballenas jorobadas aprenden sus complejas canciones de otras ballenas cuando pasan por los lugares de crianza en el Océano Pacífico sur.

También sabemos que los cetáceos tienen grandes y complejos cerebros, incluso en relación a sus grandes cuerpos. ¿Habrá cierta conexión en esto? ¿La inteligencia superior es resultado de la complejidad social y cultural?

Esta pregunta fue el meollo de un importante estudio reciente realizado por los investigadores Kieran Fox, Michael Muthukrishna y Suzanne Shultz, publicado en octubre pasado en la revista Nature Ecology and Evolution.

Sus hallazgos también pueden develar algo sobre los seres humanos. ¿Cómo y por qué nos volvimos tan inteligentes? Después de todo, en un tiempo relativamente corto, los humanos desarrollaron cerebros mucho más grandes que sus parientes primates, así como también poderosas habilidades sociales y culturales.

Cooperamos entre nosotros, al menos la mayor parte del tiempo, y nuestras abuelas, como la abuela orcas, transmiten el conocimiento de una generación a otra. ¿Nos volvimos tan inteligentes porque somos muy sociables?

Los seres humanos evolucionamos hace millones de años, por lo que sin una máquina del tiempo, es difícil saber lo que realmente sucedió. Una táctica alterna inteligente es estudiar a los cetáceos. Estos animales son muy diferentes de nosotros, y su historia evolutiva divergió de la nuestra hace 95 millones de años. Y si existe una relación intrínseca entre la inteligencia y la vida social, ésta debería ser evidente tanto en las ballenas y los delfines como en nosotros los humanos.

El Dr. Fox y sus colegas compilaron una extensa base de datos, registrando tanta información como pudieron encontrar sobre 90 especies diferentes de cetáceos. Luego analizaron si había una relación entre la vida social de estos animales y el tamaño de su cerebro. Y descubrieron que las especies que vivían en grupos sociales medianos, con entre dos y 50 miembros, tenían los cerebros más grandes, seguidos por los animales que vivían en comunas muy grandes con cientos de animales. Los animales solitarios presentaron los cerebros más pequeños.

El estudio también encontró una fuerte correlación entre el tamaño del cerebro y el repertorio social: las especies que cooperaban, se cuidaban mutuamente y transmitían sus tradiciones culturales tuvieron cerebros más grandes que aquellos que no lo hacían.

¿Qué fue primero, la complejidad social o los cerebros más grandes? El Dr. Fox y sus colegas realizaron sofisticados análisis estadísticos que sugirieron que hay un circuito de retroalimentación entre la inteligencia y el comportamiento social.

Vivir en un grupo permitía vidas sociales más complejas que recompensaban cerebros más grandes. Los animales que se destacaban en la interacción social podían obtener más recursos, lo que les permitía desarrollar cerebros aún más grandes. Este tipo de ciclo de retroalimentación también podría explicar la evolución explosivamente rápida de los seres humanos.

Por supuesto, la inteligencia es un término relativo. La sofisticación cognitiva y las habilidades sociales de las orcas no las han preservado de los estragos del cambio ambiental.

Lamentablemente, la imagen de la orca que se dolía de su bebé muerto es, tristemente, muy típica de su especie que está en peligro de extinción. Ahora nos falta ver si nuestros cerebros humanos pueden hacer algo mejor al respecto.

Traducido por  Luis Felipe Cedillo

Editado por Michelle del Campo           

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Fecha de publicación: 30/08/2018