Igro Álvarez, a la derecha, y Ángel Zuleta cavan pozos para extraer agua potable para las personas en Maracaibo que han estado plagadas de escasez. Foto archivo.
Igro Álvarez, a la derecha, y Ángel Zuleta cavan pozos para extraer agua potable para las personas en Maracaibo que han estado plagadas de escasez. Foto archivo.

Maracaibo, Venezuela, 25 de abr. (Dow Jones) -- Igro Álvarez alguna vez fue mecánico de plataformas petroleras en alta mar que produjeron grandes riquezas. Ahora, cava con picos y palas para ayudar a los residentes de una ciudad que se están recuperando de los apagones y la escasez para acceder a otro vital recurso subterráneo: el agua.

     “Ya no podemos depender del estado”, dijo Álvarez, de 47 años, descamisado y descalzo, mientras tomaba un descanso de usar una polea para halar cubos llenos de tierra de un pozo con 18 metros de profundidad que estaba cavando cerca de un complejo de apartamentos. “Ahora todos tenemos que valernos por nosotros mismos”.

     El repentino aumento en la demanda de los pozos artesanales de Álvarez subraya la desesperación y el ingenio de los 1.7 millones de personas de Maracaibo. Más que cualquier otra ciudad venezolana, Maracaibo se ha convertido en el símbolo de la distopía urbana, recrudecida por las bandas de saqueadores, apagones que perduran días, distritos comerciales paralizados, pilas de basura y hospitales sin agua.

     El gobierno del presidente Nicolás Maduro dedica sus menguados recursos a garantizar que la capital, Caracas, reciba tanta luz y agua como sea posible para evitar que los pobres se rebelen. Maracaibo, una ciudad sofocante que está cerca de la frontera con Colombia, se ha convertido, en contraste, en el rostro de la crisis de la nación.

     Hay electricidad solo unas cuantas horas diarias. Algunos días, ésta llega inesperadamente en medio de la noche. Los que tienen la suerte de comprar carne o aves de corral las cocinan rápidamente por temor a que se dañe cuando no hay electricidad. Por las noches, los residentes que intentan encontrar alivio del calor insoportable han llegado a dormir en sus techos.

     “Lloro cada vez que regresa la electricidad”, dijo Catalina Quintero, de 40 años y madre de una niña. “No sé si de felicidad o de tristeza, pero lloro”.

     Filas de automovilistas serpentean kilómetros alrededor de las gasolineras en una ciudad que alguna vez se consideró la versión Houston de Venezuela, el epicentro petrolero cerca de donde se hicieron los primeros descubrimientos de petróleo en el país hace más de un siglo.

     Las empresas ahora arman grupos de vigilantes después que la policía y las tropas de la Guardia Nacional no lograron controlar los saqueos generalizados en marzo. En su lugar, se puede ver a los oficiales de policía manejando bombas de combustible, cobrando a los conductores sobornos de alrededor de tres dólares por llenar el tanque.

     Margelis Romero, de 42 años, administradora del Hotel Brisas del Norte, vio con impotencia un día reciente cómo pandillas despojaron el edificio de cinco pisos de todo, desde los lavabos de baño hasta el cableado de cobre. Solo dejaron manchas de sangre donde se habían herido.

     “Esta es la ley de la supervivencia del más apto”, dijo.

     Maracaibo fue conocida durante mucho tiempo como la próspera ciudad de los excesos: porciones de gran tamaño de alimentos fritos y vehículos deportivo- utilitarios que consumían mucha gasolina casi gratuita que se originaba en las instalaciones petroleras en alta mar que iluminan el lago adyacente. Petroleros internacionales acudían a conferencias de negocios donde el whisky, servido por reinas de belleza, fluía libremente. La inclinación de sus residentes por el intenso aire acondicionado llevó a muchos a bromear que Maracaibo era la ciudad más fría de Latinoamérica.

     “Si tenía una reunión en Maracaibo, se tenía que traer un suéter”, recordó Humberto Calderón, un ex ejecutivo petrolero venezolano.

     Pero esos días ahora son un recuerdo ya lejano.

     Al estar la mayor parte de la ciudad en la oscuridad y los grifos secos, los residentes se forman a los lados de las calles con tambores de plástico y mendigan a conductores de pipas de agua que les dejen un poco a cambio de dinero. Un día reciente, las personas arrastraban carretillas con garrafas que llenar hasta una manguera conectada a una tubería subterránea que corría adyacente a un arroyo contaminado con aguas residuales. Un periódico local lo llamó “la corriente de la desesperación”.

     “Es indignante”, dijo Yetsabeth Yepes, de 19 años. Quien dijo que ella y su hijo de dos años, Hébert, desarrollaron infecciones fúngicas en el cuero cabelludo por consumir y bañarse con esa agua. “El gobierno dice que está ayudando a los pobres, pero nos tienen viviendo como perros callejeros”.

     Omar Prieto, gobernador de este estado, dijo en un discurso reciente que los camiones de reparto y los generadores de energía que son propiedad de empresas privadas serían secuestrados a discreción para ser usados en los hospitales. Él no respondió a una solicitud para conceder una entrevista. La administración de Maduro dijo que el racionamiento de energía y agua podría continuar durante meses o incluso un año.

     Los iracundos habitantes de los barrios pobres por vivir sin agua han optado por bloquear las calles en un desesperado llamado de atención. Eso ha llevado en el pasado a pandillas armadas por el gobierno, llamadas colectivos, que golpean a los manifestantes.

     “Vienen con armas y nos amenazan si protestamos. ¿Qué puedes hacer?”, dijo Vanessa Gasca, residente de una barriada.

     Algunos están recurriendo a personas como Álvarez, el antiguo mecánico de plataformas petroleras que se volvió buen excavador. Es un trabajo sucio y agotador para él y dos socios, que se hunden en un abismo estrecho y cada vez más profundo para tratar de encontrar un acuífero. Su paga: 20 dólares semanales.

Traducido por  Luis Felipe Cedillo

Editado por Michelle del Campo           

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Fecha de publicación: 25/04/2019

Etiquetas: Venezuela Crisis Económica Agua Falta Pozos Artesanales