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23 de ene. (Bloomberg) -- La mayor manifestación en contra del gobierno en años ha provocado en Caracas en un acalorado debate. Uno que ocurre en todas partes, en los cafés, supermercados y Whatsapp.
Hambrientos, quebrados y agotados después de años de un implacable colapso económico, la gente aquí está más iracunda que nunca con el régimen de Nicolás Maduro. No hay discusión sobre eso. El debate es sobre si valdrá la pena atender las llamadas del líder opositor Juan Guaido y levantarse en protesta este miércoles en un intento por forzar a Maduro a abandonar el cargo.
Después de días de escuchar la pregunta que ha ido de un lado para el otro, ésta básicamente puede poner a los caraqueños en dos bandos: “¿Por qué molestarse?” y “No podemos darnos el lujo de no hacerlo”.
Quienes levantan la mano y dicen que no tiene sentido recordar las manifestaciones que se desencadenaron en 2017 y que en ocasiones atrajeron a millones a las calles de todo el país. Más de 100 personas murieron y miles fueron arrestadas cuando las fuerzas de seguridad actuaron implacablemente para restablecer el orden.
Historias de tortura brutal de los detenidos surgieron rápidamente. Para cuando las protestas se desvanecieron, la oposición se dividió y fue reprimida, y el control autoritario de Maduro sobre el poder fue mayor que antes.
¿Por qué arriesgar nuestras vidas? Esa es la forma en que mi amigo Roberto, que se gana la vida vendiendo partes importadas de automóviles, lo enmarca. “Maduro es a prueba de balas”, dijo el otro día. “Salir a las calles no sirve para nada”.
El argumento contrario es que ahora es el momento. Esta vez es diferente, dicen. Maduro está bajo una presión internacional agresiva para que renuncie, desde los Estados Unidos, Brasil, la Organización de Estados Americanos, y también desde una oposición repentinamente revitalizada.
Guaidó, el jefe de la Asamblea Nacional de 35 años, ha estado realizando discursos y organizando mítines y pidiéndole a los líderes mundiales y al ejército que lo reconozcan como el legítimo jefe de estado.
Los venezolanos de todas las tendencias se han congregado a su alrededor. Es tan miserable la vida en este país, con escasez de agua, estantes de las tiendas vacías, apagones, hiperinflación y así sucesivamente, que todo el mundo ya está harto. La marea parece haber comenzado a transformarse en los barrios de clase trabajadora y barrios marginales que alguna vez fueron sólidos bastiones chavistas.
“No tuvimos ese apoyo en 2017”, dijo mi amiga María, que trabaja en mercadotecnia para una cadena de comida rápida. Maduro, dijo ella, enfrenta un tipo diferente de desafío esta vez.
Ella bien podría tener razón. Se produjeron rebeliones espontáneas alrededor de Caracas y continúan creciendo las grietas en la lealtad de las fuerzas armadas hacia el presidente, al menos en los rangos más bajos.
El lunes, cerca de dos docenas de guardias nacionales asaltaron puestos militares de Caracas, robaron armas y mantuvieron a otros soldados cautivos brevemente; los videos publicados en las redes sociales muestran a los guardias discutiendo con sus rehenes acerca de por qué no podrían romper las filas dado el estado del país.
Amigos del extranjero me siguen enviando mensajes de texto preguntándome: “¿Es real esta vez?” Todo lo que puedo decirles es que no he percibido nada como este tipo de entusiasmo, incluso ansias, por la disidencia activa desde que me mudé a mi casa en Caracas en 2017. No puedo decirles lo que pasará.
Porque el debate aún continúa. Hay mucho miedo mezclado con toda la pasión por la revuelta. El miércoles demostró cuán poderoso es el control que ejerce el miedo sobre los venezolanos.
Traducido por Luis Felipe Cedillo
Editado por Michelle del Campo
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Fecha de publicación: 23/01/2019
Etiquetas: Política Latinoamérica Venezuela Crisis Manifestaciones Nicolás Maduro Juan Guaido Decisión Economía Inflación Hambruna Represión Oposición