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Mendawai, Indonesia, 23 de ene. (Dow Jones) -- Hace once años, Dharsono Hartono, un ex banquero de JPMorgan Chase, descubrió lo que él pensaba que sería una nueva forma de hacer fortuna: el cambio climático.
El plan consistía en capturar la selva tropical en Borneo, preservarla de la tala y vender créditos de carbono a las grandes compañías contaminantes del mundo desarrollado. La temperatura de la tierra está aumentando, y esta era una manera de obtener ganancias enfrentando dicho el problema.
“Desde la perspectiva del inversionista, desde la perspectiva de los bienes raíces, esta es una nueva clase de activos”, dijo Hartono, describiendo su pensamiento en ese momento.
Inversionistas de todo el mundo han invertido dinero en activos como tierras de cultivo previamente congeladas en Canadá y cuencas de aguas subterráneas en California, apostando a que el calentamiento de las temperaturas aumentará su valor.
Otra apuesta ha sido lo que algunos inversionistas esperan que sea el resultado más rentable de un clima en proceso de calentamiento: la regulación gubernamental de las emisiones de carbono. Aquellos que anticipan correctamente las futuras respuestas del gobierno al cambio climático probablemente cosecharán ganancias.
Harton incursionó en grande. El bosque tropical de su compañía, una extensión húmeda y pantanosa que alberga orangutanes y leopardos nublados, es el doble del tamaño de la ciudad de Nueva York y tiene una de las mayores tiendas de carbono de cualquier proyecto de este tipo en el mundo.
Pero la ganancia del carbono nunca llegó.
Hartono sólo ha vendido 20% de sus créditos a corporaciones preocupadas por el medio ambiente que compran créditos voluntariamente, y ha perdido alrededor de 20 millones de dólares, quemando de cinco millones a 10 millones de dólares anuales en los últimos años. Otros inversionistas en Indonesia y Latinoamérica que hicieron apuestas similares, entre ellos uno respaldado por el banco australiano Macquarie Group, no lograron vender créditos y abandonaron sus proyectos de selva tropical.
Al igual que el clima, los gobiernos son difíciles de predecir.
“Desafortunadamente, este es probablemente uno de los negocios más difíciles” en los que se involucró, dijo Hartono. “Todo depende realmente de la regulación”.
Las cosas se veían mejor en 2007. Hartono había regresado a su país natal en Indonesia procedente de Estados Unidos unos años antes, donde obtuvo una maestría de de Cornell University en ingeniería financiera y trabajó en bienes raíces para PricewaterhouseCoopers y JPMorgan.
Su plan de negocios inicial fue comprar concesiones forestales para cultivar aceite de palma, el cultivo que está impulsando gran parte de la deforestación de Indonesia. Esos planes cambiaron después de que Rezal Kusumaatmadja, un viejo amigo de Cornell y ambientalista, lo convenciera de asistir a una conferencia de las Naciones Unidas sobre el cambio climático en Bali en 2007.
Para entonces, los gobiernos de todo el mundo estaban estableciendo mercados que exigían a las empresas contaminantes comprar créditos de carbono para compensar las emisiones, aunque en ese momento no había un mercado de cumplimiento que aceptara los créditos forestales internacionales que Hartono planeaba producir.
Él y Kusumaatmadja fundaron una empresa, PT Rimba Makmur Utama, y comenzaron a obtener los derechos de un tramo de bosque tropical rico en turba que es propiedad del gobierno de Indonesia. En lugar de ser un actor menor en la industria del aceite de palma, Hartono intentaría ser un pionero en una nueva industria verde.
“Si mañana, de repente, la gente comienza a comprar créditos de carbón, esto va a ser un jonrón”, pensó en ese momento. Él invirtió su propio dinero en el proyecto, con la ayuda de familiares adinerados. Donantes internacionales como la Fundación Clinton aportaron fondos para proyectos como el mapeo de la selva tropical local.
Pero Indonesia demoró en otorgar los permisos, que Hartono había comenzado a solicitar en 2008. Solo después de que el actor Harrison Ford visitó el proyecto para filmar un documental sobre el cambio climático, y que planteó el tema ante el ministro de silvicultura de Indonesia, se obtuvo la aprobación final para la mayor parte de la concesión en octubre de 2013.
Por un pago inicial de alrededor de tres millones de dólares al gobierno de Indonesia, la compañía de Hartono obtuvo los derechos sobre las tierras forestales por 60 años.
Para entonces, sin embargo, algunos ambientalistas estaban cuestionando proyectos privados de venta de bonos de carbono como el de Hartono. Argumentaron que comprar y preservar la selva tropical para vender créditos no disminuiría la deforestación neta, ya que los barones del aceite de palma simplemente trabajarían alrededor de las pocas parcelas protegidas del bosque.
La legislación de Estados Unidos que le habría puesto precio a las emisiones de carbono fracasó durante la administración Obama. El mercado de carbono de la Unión Europea no incluye los bosques tropicales, debido a la preocupación de que los créditos de bajo costo obtenidos ahí hagan que la contaminación sea asequible.
Sin embargo, algunos inversionistas especializados estaban intrigados y le dieron a Hartono el efectivo suficiente para mantenerse en el negocio durante varios años.
“No se trata de rentabilidad a corto plazo”, dijo Stephen Rumsey, presidente de Permian Global. “Creemos que el mercado llegará allí”. Rumsey, quien fue cofundador de European Credit Management Limited, empresa que creció hasta tener 30 mil millones de dólares en administración antes de ser vendida a Wells Fargo, se negó a decir exactamente cuánto aportó.
En las aldeas de la selva tropical a las que solo se puede acceder en lancha motora, la compañía de Hartono se puso a trabajar. Capacitó a los otrora madereros en nuevos medios de subsistencia, como la forma de trepar a los cocoteros para obtener savia que se usaría para obtener azúcar. Para proteger el bosque de los incendios forestales en la estación de sequía, pagó a los locales para integrarse a las brigadas de bomberos.
Madona Melly Melani, de 23 años, una aldeana local, recibió un pequeño préstamo de la compañía de Hartono para impulsar su pequeña empresa de venta de bocadillos fritos. Se alegró de que la compañía no quemara el bosque ni contaminara los ríos locales, como habían hecho algunas compañías productoras de aceite de palma en el pasado. “Realmente no entiendo el concepto de su negocio, pero me alegro de que trate de proteger los bosques”, dijo.
Si bien la mayoría de los créditos aún están sin usar en el balance de Hartono, sí ha habido algunas compras. Kering, un minorista de artículos de lujo con sede en París, e Itoki, una empresa de muebles japonesa, compraron créditos por un sentido de obligación ambiental. También podrían ser útiles si la regulación cambia en el futuro.
Puede haber otras fuentes de demanda. La Organización de Aviación Civil Internacional, un organismo de Naciones Unidas que gobierna las aerolíneas, planea exigir a las compañías internacionales que compensen el exceso de emisiones de carbono después de 2020. Hasta el momento, 76 países, incluido Estados Unidos, han indicado su intención de participar.
Se espera que los acuerdos climáticos de París conduzcan a un mercado internacional de carbono después de 2020, donde los países que superen los límites de las emisiones podrán comprar créditos compensatorios de países que reduzca las emisiones más allá de sus objetivos, lo que posiblemente abriría nuevas oportunidades para Hartono.
“Como empresario, empiezas a ver que hay una luz al final del túnel”, dijo.
“En este momento, Dharsono es uno de los únicos proyectos que aún se están ejecutando”, dijo Dewi Rizki, un ambientalista indonesio que desarrolló un proyecto forestal de corta duración en Borneo con Macquarie. “Dharsono está lo suficientemente loco como para esperar”.
Traducido por Luis Felipe Cedillo
Editado por Michelle del Campo
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Fecha de publicación: 23/01/2019
Etiquetas: Indonesia Dharsono Hartono Cambio Climático Créditos Carbono Empresas Contaminación Venta Contaminación Corretaje Bolsas