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8 de ene. (Dow Jones) -- Cuando Donald Trump llegó a la Casa Blanca basado en una plataforma de nacionalismo desafiante hace casi dos años, muchos temían que desmantelara el sistema de comercio global que Estados Unidos y sus aliados habían construido durante los últimos 70 años.
No lo ha hecho. En su lugar está presidiendo su realineación en dos sistemas distintos. Uno, entre Estados Unidos y sus ya tradicionales socios comerciales democráticos, que se parece mucho al sistema que ha prevalecido desde la década de los ochenta: el libre comercio con una serie de cuotas y aranceles como los que Ronald Reagan implementó alguna vez.
El segundo refleja una creciente rivalidad entre Estados Unidos y China con ecos de la Guerra Fría.
En cuanto al comercio, la inversión y la tecnología, Estados Unidos están actuando para deshacer parte de la integración que le siguió a la adhesión de China a la Organización Mundial del Comercio en 2001.
Hay dos grandes preguntas que se ciernen sobre esta realineación. La primera es decidir hasta qué punto está preparado Estados Unidos para desacoplarse de China. Estados Unidos le ha dado a China hasta el 1 de marzo para evitar aranceles más elevados al abordar las quejas de que el país discrimina a las compañías extranjeras y les roban su tecnología.
Trump cuenta con un acuerdo que evita una guerra comercial. Pero muchos en su administración y el Congreso no confían en que China haga las concesiones necesarias y probablemente aboguen por una ruptura más aguda.
La segunda pregunta es si Estados Unidos puede persuadir a sus aliados para que se unan a un frente unido para contener a China. Algunos países no tienen otra opción. Sus vínculos económicos con China son mucho más grandes de lo que fueron con la Unión Soviética durante la Guerra Fría.
Tampoco las elecciones ideológicas son tan claras. China no está librando una lucha ideológica contra Occidente como lo hizo la Unión Soviética, y Trump, aunque promulgue políticas que recuerdan al presidente Reagan, carece del compromiso de Reagan con las alianzas y el libre comercio. La decisión del secretario de Defensa James Mattis de renunciar después de la decisión de Trump de retirar las tropas de Siria subraya la ambivalencia del presidente hacia el compromiso internacional.
Hace dos años, era fácil predecir un destino más sombrío para el sistema de comercio global. Trump hizo campaña como un proteccionista dispuesto a anular los acuerdos comerciales y aumentar los aranceles para reducir el déficit comercial y recuperar empleos en las fábricas estadounidenses.
En su primera semana se retiró de la Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica de 12 naciones aún no ratificada. Se preparó para retirarse del acuerdo de libre comercio entre Estados Unidos y Corea (Korus, por sus siglas en inglés) y del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). A principios de este año, impuso aranceles elevados a las importaciones de acero y aluminio, aplicando una ley de seguridad nacional poco utilizada y amenazó hacer lo mismo con los automóviles.
Hoy, Korus y TLCAN han sido reemplazados por acuerdos actualizados (uno aún no ratificado) que se parecen mucho a los originales. Corea del Sur aceptó cuotas sobre el acero. México y Canadá acordaron salarios más altos, requisitos de contenido de Norteamérica y cuotas para los autos.
Estos representan un retroceso en el libre comercio hacia un comercio administrado, pero tendrán poco efecto práctico: los límites sobre la cantidad de autos que México y Canadá pueden enviar libres de impuestos a Estados Unidos, por ejemplo, exceden los envíos actuales. Trump no ha dejado de amenazar con tarifas en los automóviles, pero hasta ahora sus funcionarios han preferido buscar reducciones arancelarias más amplias con Japón y la Unión Europea.
Mientras tanto, el déficit comercial de Estados Unidos que tanto irrita a Trump ha aumentado durante su presidencia, especialmente con China y México, a medida que su fuerte economía estadounidense engulle importaciones al por mayor. Sus exhortaciones a los fabricantes para que traigan empleos a Estados Unidos han caído en gran medida en oídos sordos.
Douglas Irwin, economista e historiador del comercio en Dartmouth College, llama a estos resultados “la situación con los ajustes Trumpianos: un poco más de comercio administrado salpicado para las industrias favorecidas. No es bueno, pero no es la destrucción del sistema”.
Las acciones de Trump hasta el momento solo afectan a 12% de las importaciones de Estados Unidos, dijo Chad Bown, de Peterson Institute for International Economics. En 1984, 21% de las importaciones estaban cubiertas por restricciones similares, muchas impuestas por Reagan, como los automóviles, acero, motocicletas y ropa.
Esto es testimonio de algo que Irwin ha identificado en dos siglos de política comercial de Estados Unidos: tanto el proteccionismo como el libre comercio generan poderosos grupos interesados en que se mantenga la situación tan estable como sea posible. Los instintos proteccionistas de Trump llegan hasta donde el Congreso, las empresas y el sistema de seguridad nacional no los comparten.
Sin embargo, la situación con China se está desmoronando. Las empresas se han desilusionado por las restricciones impuestos a sus actividades, la transferencia forzosa de tecnología y el robo de propiedad intelectual, todas ellas destinadas a crear competidores nacionales a expensas de las empresas extranjeras.
Mientras tanto, legisladores de ambos partidos están alarmados por el aumento de la asertividad militar y la represión interna bajo el mando del presidente Xi Jinping.
Dan Sullivan, un senador republicano de Alaska, personifica estas fuerzas más amplias que reforman la estrategia de Estados Unidos en el mundo. Sullivan ha seguido el auge de China durante décadas, como un infante de marina enviado al Estrecho de Taiwán en 1996 en respuesta a las provocaciones chinas; como funcionario del Consejo de Seguridad Nacional y del Departamento de Estado de George W. Bush; y por un tiempo como comisionado de recursos naturales de Alaska.
Cuando Xi visitó Estados Unidos en 2015, Sullivan instó a sus colegas a prestar más atención al ascenso de China. En el Senado, citó al científico político Graham Allison: “La guerra entre Estados Unidos y China es más probable de lo que se reconoce en este momento”.
La primavera pasada, Sullivan fue a China y se reunió con funcionarios, incluido el vicepresidente Wang Qishan. Parecían pensar que las tensiones con Estados Unidos se desvanecerán después de que Trump abandone la escena, recordó Sullivan.
“Yo sólo dije, ‘Ustedes está malinterpretando completamente esto’”. “La desconfianza”, les dijo, “es bipartidista, y sobrevivirá a Trump.
Mientras dio su mensaje a China, Sullivan entregó un mensaje diferente a la administración y a sus negociadores comerciales: no alienar a los aliados necesarios para enfrentar a China.
“Modernicen los acuerdos, pero manténganlos vigentes”, dijo que les aconsejó. “Entonces tendremos que ver al desafío geoestratégico realmente grande que enfrenta nuestro país y eso es China”.
La suya fue una de las muchas voces que instaban a Trump a presionar a China. Los presidentes Obama y George W. Bush buscaron cambiar el comportamiento de China a través del diálogo y el compromiso. Los funcionarios de Obama habían comenzado a cuestionar el compromiso hacia el final de la administración. El año pasado, en su Estrategia de Seguridad Nacional, la administración Trump declaró dicho estrategia como un fracaso.
La administración Trump considera que la política económica y la seguridad nacional son inseparables cuando se trata de Beijing, porque la adquisición de la tecnología occidental por parte de China fortalece militarmente al país y debilita económicamente a Estados Unidos.
“Tampoco nos gusta cuando nuestros aliados roban nuestras ideas, pero es una situación mucho menos peligrosa”, dijo Derek Scissors, un experto en China del American Enterprise Institute cuyas opiniones coinciden con las de los funcionarios más severos del gobierno. “No estamos preocupados por la capacidad de combate de guerra de Japón y Corea porque son nuestros amigos”.
La administración aún tiene que explicar públicamente sus objetivos. En 1946, al comienzo de la Guerra Fría, el diplomático George Kennan defendió la contención de la Unión Soviética en su famoso “telegrama largo”. La administración Trump no ha hecho nada comparable con China. Una razón podría ser que los funcionarios de la administración están divididos. Trump parece dividido entre querer detener el ascenso de China a cualquier costo y esperar llegar a “un acuerdo importante y muy completo” que disipe la ominosa nube de una guerra comercial.
Michael Pillsbury, un académico del Hudson Institute cercano al equipo de Trump que ha advertido durante mucho tiempo sobre la amenaza estratégica de China, ve tres escenarios plausibles. En un extremo se encuentra una nueva guerra fría con vínculos económicos drásticamente reducidos. En el otro, Estados Unidos y China resuelven sus tensiones, continúan integrándose y dirigiendo el mundo juntos.
Entre esos extremos, Pillsbury ve una ruta intermedia más probable y deseable: una relación transaccional entre Estados Unidos y China del tipo que prevaleció durante la década de los ochenta en la que los dos deciden, caso por caso, cuándo hacer negocios y cuándo no.
Aunque los funcionarios de la administración no han adoptado públicamente una política de este tipo, sus acciones se ajustan a ella, más claramente en sus esfuerzos intensos por detectar, publicitar y castigar las infracciones cometidas por compañías chinas y actores estatales chinos.
La solicitud de Estados Unidos a Canadá de extraditar a una ejecutiva del gigante chino de telecomunicaciones Huawei Technologies, como en un caso anterior contra el fabricante de teléfonos inteligentes ZTE, es supuestamente por violar las sanciones impuestas a Irán. Casos que también tienen el efecto de cortarles las alas a grandes empresas chinas.
Mientras tanto, el Congreso este año amplió la autoridad de la administración para bloquear las inversiones extranjeras en Estados Unidos, particularmente en tecnología, y para evitar las exportaciones que transfieran tecnología de Estados Unidos al exterior.
Traducido por Luis Felipe Cedillo
Editado por Michelle del Campo
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Fecha de publicación: 08/01/2019
Etiquetas: EUA China Comercio Global Relaciones Exportaciones Importaciones Aranceles Tecnología Robo Huawei Ejecutiva Detención Extradición ZTE URSS Unión Soviética Contención Amenaza