Managua, Nicaragua, 12 de jun. (Dow Jones) -- Una ola de violencia ha apagado la actividad económica y disminuido las perspectivas de resolver pacíficamente una crisis política que comenzó como una protesta contra el aumento de impuestos y que se convirtió en una revuelta contra el líder nicaragüense Daniel Ortega.

Desde mediados de abril, más de 100 personas han muerto en enfrentamientos con la policía durante manifestaciones masivas y con lo que grupos de derechos humanos dicen son bandas paramilitares alineadas con el gobierno de Ortega.

Entre ellos hubo 15 personas asesinadas en una marcha de protesta pacífica del Día de las Madres escenificada en Managua y 11 personas por grupos paramilitares y policías en la ciudad predominantemente indígena de Masaya un fin de semana reciente, incluido un manifestante de 15 años que de acuerdo con los testigos fue ejecutado por una mujer policía.

El martes 5 de junio, la violencia estalló en la pintoresca ciudad colonial de Granada, hogar de cientos de jubilados estadounidenses.

“Estamos pasando por días muy oscuros”, dijo Humberto Belli, un ex ministro de educación. “La gente está en la calle exigiendo que Ortega se vaya, pero él ha demostrado una capacidad inesperada para matar. Vemos más sangre todos los días: tres, cuatro, cinco personas mueren a diario. Esto no tiene fin”.

La Organización de Estados Americanos (OEA) aprobó recientemente una resolución redactada moderadamente exigiendo el fin inmediato de la violencia y pidiendo a todas las partes que participen en un diálogo pacífico.

La resolución, copatrocinada por Estados Unidos y Nicaragua, fue mucho menos fuerte que las declaraciones reciente proferidas por Mike Pompeo, secretario de Estado de Estados Unidos, quien acusó a la policía nicaragüense y a los grupos progubernamentales armados de asesinar a docenas de manifestantes.

“Fue una resolución insípida, Nicaragua exige más atención urgente de la OEA de lo que ha recibido”, dijo Michael Shifter, presidente de Inter-American Dialogue, un grupo analistas con sede en Washington.

El gobierno de Nicaragua niega vínculos con grupos paramilitares y dijo que los disturbios son resultado de un complot de la oposición para derrocarlo. La policía no ha abordado el supuesto tiroteo policial del adolescente.

Nicaragua “está comprometida con la estabilidad ante esta ola de violencia criminal generada por ciertos grupos de la oposición que conspiran desde el anonimato (. . .) para aterrorizar a las familias”, dijo Luis Alvarado, representante de Nicaragua ante la OEA.

Ortega, un ex líder guerrillero que jugó un papel central en el derrocamiento de la dictadura de la familia Somoza en 1979, fue relecto de manera abrumadora en 2016 después de 16 años alejado del poder. Contendió en gran parte sin oposición después de maniobrar para prohibir cualquier contendiente real.

Hasta la reciente ola de violencia, Nicaragua había disfrutado de niveles mucho más bajos de crímenes violentos que sus vecinos centroamericanos, El Salvador y Honduras. Ortega también había logrado un alto crecimiento económico y una aparente estabilidad política. La mayoría de los nicaragüenses parecían estar contentos o resignados con ese toma y daca, hasta ahora.

Pero muchos nicaragüenses dicen que ya están hastiados de Ortega y su esposa, la poco popular vicepresidenta Rosario Murillo, quienes dicen han usurpado las instituciones democráticas y sofocado la oposición política. Los planes del gobierno de confiscar grandes extensiones de tierra para construir una vía fluvial comercial que rivalice con el Canal de Panamá les ha costado el apoyo rural a los Ortegas.

“Managua y el país ya no están tranquilos. Ortega tiene que irse ahora”, dijo Claudia Guillén, una estudiante universitaria de 19 años.

La capital del país, Managua, una ciudad en expansión que tiene modestos centros comerciales, vendedores ambulantes y torres de oficinas mezcladas con pastizales, ahora está prácticamente desierta. Las tiendas están cerradas o  vandalizadas. Pocas personas se aventuran a salir por la noche. Las paredes están cubiertas de graffiti llamando asesino a Ortega. Un grupo de policías monta guardia en un monumento al difunto líder venezolano Hugo Chávez, erigido por Ortega, después que los manifestantes intentaron derribarlo durante las recientes manifestaciones.

En toda Nicaragua han surgido barricadas, bloqueando calles y afectando el tráfico vehicular, haciendo intransitable la estratégica carretera Panamericana que une a muchas de las ciudades del país. El turismo se ha visto muy afectado, dijeron gerentes de hoteles, con la caída de la ocupación en los hoteles más importantes y  teniendo a algunas aerolíneas internacionales recortando vuelos.

“La actividad económica se ha desplomado. La gente teme abandonar sus hogares”, dijo Pamela Vanega, camarera de un restaurante en uno de los centros comerciales más grandes de Managua.

Analistas dijeron que el aumento de la violencia ha retrasado cualquier esperanza de una resolución pacífica. El diálogo entre el gobierno de Ortega y la oposición, patrocinado por la influyente Iglesia Católica, ha sido cancelado. La clase empresarial de Nicaragua, que hasta hace poco trabajaba estrechamente con Ortega, está exigiendo nuevas elecciones.

“Tengo la sensación de que la situación continuará deteriorándose y que el gobierno continuará con su represión”, dijo Eric Farnsworth, quien dirige la oficina en Washington del Council of the Americas.

Una posibilidad, dijo Farnsworth: una insurrección civil en Masaya y otras ciudades de provincia como eco histórico de la revolución sandinista que derrocó al difunto dictador Anastasio Somoza.

Ortega se ha replegado, tal vez copiando la estrategia del asediado presidente venezolano, Nicolás Maduro, quien ha sobrevivido a una crisis económica, a las mortales protestas callejeras y a la condena mundial. Pocos creen que Ortega y Murillo renunciarán o aceptarán celebrar elecciones anticipadas.

El mes pasado, en una confrontación tensa con estudiantes iracundos en la apertura del diálogo de paz ahora suspendido, Ortega recordó la historia de Nicaragua de guerras civiles del siglo XX que dejaron 50 mil muertos. Advirtió a los estudiantes que pusieran fin a la violencia “irracional” y “diabólica que ha estallado en nuestro país”. Ortega dijo que su gobierno no tenía prisioneros políticos y que no hay manifestantes desaparecidos.

“Eso es porque los mataste a todos”, gritó un estudiante.

Un gran interrogante que se cierne sobre la supervivencia del régimen: ¿puede Ortega depender del ejército nicaragüense para defenderlo si se le pide?

“El ejército es clave”, dijo Frank Mora, jefe de Estudios Latinoamericanos de la Florida International University. “No es probable que reprima al pueblo si se lo ordena”.

Cuatro ex altos generales sandinistas han sido participantes destacados en las marchas contra Ortega. El hermano de Ortega, Humberto, y ex ministro de Defensa Sandinista, ha expresado públicamente su preocupación sobre cómo Ortega está manejando la crisis.

El mes pasado, el portavoz del ejército de Nicaragua dijo a la agencia de noticias AFP que el ejército “no reprimiría” a los manifestantes antigubernamentales.

La crisis se produjo solo unas semanas antes de que el Ortega tuviera previsto celebrar el 39 aniversario del triunfo de la revolución sandinista. El solitario Ortega suele pronunciar un discurso mientras decenas de miles de simpatizantes sandinistas marchan en un desfile.

Se cree ampliamente que Murillo es el poder detrás del trono en Nicaragua. Los analistas dicen que ha alienado a muchos de los viejos camaradas sandinistas de Ortega que resienten su influencia sobre él. Murillo no respondió de inmediato a una solicitud para obtener sus comentarios.

Poeta esotérica y creyente del espiritualismo místico y el sincretismo religioso, la excéntrica Murillo siempre luce muchos anillos con turquesas. Ella es responsable de la colocación de alrededor de 140 "arboles de la vida" --estructuras metálicas pintadas en colores vivos que se iluminan por la noche en Managua.

Las estructuras, burlonamente llamadas “Chayopalos”, jerga que significa “Palos de Rosario”, se han convertido en el blanco favorito de los manifestantes. Muchos han sido derribados o quemados en los últimos dos meses.

“Lo que ha quedado claro es que la marca de gobierno altamente personalizada de los Ortega ha servido para enfocar el repudio personal y la profunda frustración de diversos sectores con ellos”, dijo John Feeley, ex embajador de Estados Unidos en Panamá.

Traducido por Michelle del Campo  

Editado por Luis Felipe Cedillo

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Fecha de publicación: 12/06/2018

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