Nioaque, Brasil, 10 de may. (Dow Jones) -- Pareciera una escena de Marlboro Country. Ganaderos conduciendo sus camionetas Chevy al rodeo local. Vaqueros luciendo pantalones de mezclilla desgastados entreteniendo a la multitud.

De hecho, este es el corazón conservador de Brasil, ubicado a 14 horas en automóvil desde la playa más cercana y un mundo alejado de la reputación que tiene el país de ser un hedonista liberal.

Durante gran parte de los últimos 15 años, los conservadores brasileños han visto con inquietud el ascenso del socialismo en esta nación del tamaño de un continente. Han visto a granjeros ir a la cárcel por defender sus tierras contra las tribus indígenas; han retrocedido a medida que las parejas del mismo sexo protagonizan sus telenovelas favoritas; y se han quejado en el club de tiro local por los altos impuestos, la alta criminalidad y los escándalos de corrupción en dos presidencias sucesivas de izquierda.

“Es hora de que traigamos algo de moral a este país”, dijo el dueño de una farmacia, Francisco Lima, de 71 años, mientras su esposa, María, se levantaba de su silla de mimbre para buscar limonada casera en la somnolienta ciudad de Nioaque. “Brasil está invadido de criminales y políticos corruptos”.

El conservadurismo está regresando aquí. Y se está desarrollando en la batalla por la salud de las mujeres, la política, religión y las artes.

El movimiento hacia la derecha en Brasil --donde reside aproximadamente la mitad de la población y la riqueza de Sudamérica-- acelera una tendencia continental que ha visto a los países alejarse del socialismo desde el final del auge de las materias primas liderado por China.

Conforme se agotaron las arcas del gobierno, la llamada “marea rosa” de gobiernos izquierdistas comenzó a menguar, comenzando con las elecciones de 2015 en Argentina de Mauricio Macri, un empresario de centroderecha que está a favor de la libre empresa.

El reciente encarcelamiento del ex presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, un ícono de la izquierda que fue condenado el año pasado por corrupción, representó un nuevo nadir para el socialismo latinoamericano y eso lo descarta efectivamente de la contienda electoral para ocupar la presidencia que se realizará en octubre próximo.

Mientras tanto, Brasil está presenciando el ascenso político de un ardiente capitán del ejército convertido en congresista llamado Jair Messias Bolsonaro, que habla con afecto de la dictadura de 1964-1985 del país en la que participó alguna vez. El nacionalista de ojos azules, cuyo segundo nombre significa “Mesías”, es un cristiano devoto que fue bautizado recientemente en el río Jordán. Con 63 años de edad, se postuló para presidente con una plataforma que está a favor de las armas, en contra del aborto y contra los derechos de los homosexuales.

El clima político nacional es demasiado volátil como para ungirlo como el favorito, aunque las encuestas más recientes lo muestran con alrededor de 20% de las preferencias, solo superado por da Silva.

Pero en los alrededores de Nioaque, donde Bolsonaro estuvo destacado brevemente con el ejército en la década de los ochenta, es visto como el único político capaz de enfrentarse tanto a los delincuentes en la calle como en los pasillos del poder.

“Brasil necesita una figura paterna enojada para darles una lección a todos”, dijo Joyce Vilagre Vieira, una abogada de 26 años en Dois Irmãos do Buriti, ciudad ubicada a dos horas en coche al norte de Nioaque.

Dos fenómenos principales están impulsando el cambio conservador. El primero es el surgimiento del cristianismo evangélico. Mismo que ahora comprende un tercio de los brasileños, los evangélicos están en camino de superar en número a los católicos para 2035, de acuerdo con la encuestadora Datafolha. La segunda es la creciente exasperación con la anarquía, desde la corrupción hasta una tasa de homicidios tan alta que más de 61 mil personas son asesinadas aquí cada año, una tasa que eliminaría a la población de Cincinnati en cinco años.

“Cuando hay miedo, los aspectos conservadores de la sociedad brasileña se expresan con mayor fuerza, y una vez más, esa sensación de miedo ha vuelto”, dijo en una entrevista el ex presidente Fernando Henrique Cardoso, un centrista político.

La dictadura militar de Brasil, dirigida por generales de mentalidad conservadora, surgió principalmente por el temor al comunismo. Esta vez, muchos brasileños le temen el crimen y la inestabilidad política como resultado de la corrupción, dijo, mientras que otros temen la implosión de los valores culturales liberales.

Desde el final del gobierno militar en 1985, “conservador” ha sido una palabra con una mala connotación, dijo Bruno Garschagen, politólogo y escritor. Ninguno de los 35 partidos políticos de Brasil tiene dicha palabra en su nombre. Ningún presidente se ha atrevido a hablar en grande sobre la lucha contra el crimen por temor a ser tildado como opresor.

“Hasta hace poco, la izquierda básicamente ha dominado el debate cultural y político”, dijo Garschagen, un miembro de la generación de nuevos pensadores conservadores que llena estanterías y los diarios electrónicos.

Pero los tiempos están cambiando. El presidente Michel Temer ordenó recientemente a los militares que tomen el control de la seguridad pública en el estado de Río de Janeiro, un estado abrumado por la delincuencia, la primera intervención de este tipo en 33 años de democracia.

Brasil, cuyo lema de “Orden y Progreso” está estampado en su bandera, ahora está librando una guerra contra el caos, dijo.

La izquierda de Brasil, una vez considerada como moralmente superior, se ha visto empañada por sus vínculos con el gobierno autoritario de Venezuela, así como por el gran escándalo de corrupción “Car Wash” que ha teñido a Da Silva y a sus rivales.

“Las personas que siempre defendieron los valores conservadores ahora se sienten con poder”, dijo Matias Spektor, de la Fundación Getulio Vargas en São Paulo. Aquí, el fenómeno se llama “conservadores que salen del armario”.

Traducido por  Luis Felipe Cedillo

Editado por Michelle del Campo

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Fecha de publicación: 10/05/2018

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