Shanghái, 9 de feb. (Dow Jones) -- La última vez que Washington se movilizó para enfrentar una guerra comercial, Ronald Reagan era presidente y Japón el adversario.

Hoy, la Casa Blanca está preparando el mismo armamento --una combinación de aranceles y cuotas—que tendrían como objetivo principalmente a las importaciones chinas. En la mira está todo, desde el acero hasta los paneles solares y las lavadoras.

El superávit comercial anual chino con Estados Unidos, mismo que ha alcanzado niveles récord y que anunciado a principios de este mes, es el catalizador potencial de las hostilidades después de un año de la usual fanfarronería del presidente Donald Trump.

Una guerra comercial no es una certeza, pero si se presenta, no se parecerá en nada a las batallas que estallaron en la década de los ochenta sobre los semiconductores, autos y televisores japoneses.

Las fuerzas están más equiparadas esta vez: Estados Unidos nunca ha enfrentado una escaramuza comercial con un oponente como China en términos de tamaño económico, capacidades industriales y ambiciones globales.

Japón era aliado de Estados Unidos, China es cada vez más su rival. Eso aumenta el riesgo de una escalada ojo por ojo, especialmente ahora que el apoyo a Beijing se está desmoronando en todo el espectro político estadounidense, así como en la comunidad empresarial de Estados Unidos, tradicionalmente un fuerte defensor del comercio con China.

En esta batalla en ciernes impulsada por los proteccionistas en ambos campos (“America First” de Trump encuentra su contrapunto nacionalista en el “China Dream” del presidente Xi Jinping), cada bando tiene un idea exagerada de sus propias ventajas.

“Se avecina una guerra comercial debido al fanatismo ideológico y las estimaciones absolutamente contradictorias sobre, ¿quién tiene más influencia?”, dijo Scott Kennedy, un experto en política industrial de China en Center for Strategic and International Studies, un grupo de expertos con sede en Washington.

Los mercados mundiales parecen no estar preparados para lo que podría convertirse en un choque de titanes que tendría repercusiones inimaginables. Y excluyendo la amenaza nuclear de Corea del Norte, una guerra comercial entre Estados Unidos y China es el principal peligro económico de 2018.

Una vez en marcha, los efectos de una guerra comercial se percibirían mucho más allá de los propios combatientes. Los amigos y aliados de Estados Unidos a lo largo de las cadenas de suministro asiáticas serían los primeros daños colaterales. China sigue siendo en gran medida el punto de ensamble final de los componentes importados de alta tecnología de Japón, Corea del Sur y Taiwán.

Si ésta escalara lo suficiente, una guerra comercial podría acabar con toda la arquitectura del comercial global. Esa puede ser, de hecho, la meta de Trump.

Su punto de vista de larga data es que uno de los errores más grandes que Estados Unidos cometió fue permitir el ingreso de China a la Organización Mundial del Comercio en 2001, lo que le ha permitido competir a escala global. Sus colaboradores dicen que él regularmente amenaza con retirarse del cuerpo que establece las reglas del comercio.

Trump ha sugerido en el pasado que la ayuda que le brinda China a Corea del Norte podría circunvenir las sanciones comerciales impuestas por Estados Unidos. En una llamada telefónica reciente con el presidente estadounidense, Xi sugirió que los problemas comerciales deberían resolverse “haciendo que el pastel de la cooperación sea más grande, informó la agencia de noticias Xinhua.

En privado, sin embargo, altos funcionarios chinos señalan las fortalezas tácticas de Beijing. Algunas son culturales; el pueblo chino, dijo uno de ellos, es más capaz de “comer amargura” --capear las dificultades. Las percepciones de acoso de Estados Unidos unirán más a la población en torno al Partido Comunista, argumentó este funcionario, mientras que la opinión de que Estados Unidos se dividiría entre los electores a favor y en contra de las hostilidades comerciales.

En la última categoría hay que incluir a Boeing, General Motors y Apple. Otra diferencia importante entre China y Japón es que el mercado japonés estuvo cerrado en gran medida a las corporaciones estadounidenses en la década de los ochenta, mientras que el de China es relativamente abierto, y estas compañías, que son altamente dependientes de las ventas de China, terminarían como rehenes en cualquier conflicto.

Mientras que la Casa Blanca lucha para armar una estrategia coherente --las manos de Trump siguen atadas por el Congreso: China tiene un plan de juego detallado para enfrentar una guerra comercial y una flexibilidad total para llevarla a cabo. El cambio a las compras de Airbus es un movimiento obvio, lo que afectaría a Boeing. Diversificar los suministros de soya es otra, lo que socavaría a los agricultores estadounidenses.

Confíe en que las acciones chinas de represalia serán muy selectivas, estado por estado, distrito congresional por distrito congresional, para infligir la mayor pérdida de empleos en Estados Unidos y ‘balconear’ a los políticos más interesados en la ofensiva comercial.

En la década de los ochenta, Japón tuvo que ceder, acordar restricciones voluntarias a la exportación y trasladar grandes partes de su base de fabricación automotriz a Estados Unidos para crear empleos y calmar las tensiones. China no será forzada de la misma manera.

Por lo que se avecina una larga guerra de desgaste que lesionará a todos los países.

Traducido por  Luis Felipe Cedillo

Editado por Michelle del Campo

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Fecha de publicación: 09/02/2018

Etiquetas: China EUA Guerra Comercial Aranceles Tarifas Japón Cosecuencias Cadenas Suministro Producción