Kollam, India, 26 de dic. (Dow Jones) -- He aquí la humilde nuez de la India, también conocida como anacardo, jocote de marañón, castaña de cajú, dependiendo del país. Resulta que no es tan humilde, bueno ni siquiera es una nuez.

Adherida a la parte baja del marañón, un raro ejemplo de una semilla que crece fuera de su propia fruta, la nuez de la India encarna la globalización y algunos de sus descontentos.

 

¿Qué tan global es?

Los árboles del anacardo fueron transportados a la India por exploradores portugueses que navegaban desde Brasil en el siglo XVI. Los árboles pronto encontraron su camino a la ciudad de Kollam, un puerto del océano Índico ubicado en las rutas comerciales alguna vez surcada por el explorador italiano Marco Polo y el aventurero musulmán Ibn Battuta.

Los granos con forma de media luna ingresaron al mercado mundial a partir de finales de la década de los veinte, cuando ejecutivos de una subsidiaria de la antigua General Foods contrataron a empresarios indios locales para recolectar anacardos crudos y extraerlos de sus duros caparazones.

General Foods envió las nueces con cáscara a Hoboken, New Jersey, utilizando un proceso patentado de envasado al vacío. Desde ahí fueron asadas, envasadas y vendidas en Estados Unidos con la marca Baker's Vitapack Cashews.

Este fue el comienzo de lo que ahora es un negocio global con rápido crecimiento valuado en seis mil 500 millones de dólares. En Estados Unidos, el mayor mercado de exportación, los anacardos se comercializan como bocadillos saludables y se han convertido en productos que van desde barras de nueces hasta sustitutos de la mantequilla y la leche. En India, el mayor mercado de consumo global de anacardos, una creciente clase media los agrega cada vez más a las tortas y dulces servidos en bodas y nacimientos.

Durante décadas, Kollam fue la capital del marañón del mundo. Las fábricas que realizaban casi todo el descascarado, pelado y clasificación --las entrañas de la industria del anacardo-- permanecieron en la ciudad del sur de India, exactamente donde Lindsay Johnson, ejecutiva de General Foods, los cultivó por primera vez en la década de los treinta.

Hoy Vietnam es el rey del anacardo, gracias a un esfuerzo ingenioso por automatizar el negocio. Kollam se está tambaleando, víctima del errado proteccionismo gubernamental y de su falta de voluntad para adaptarse a las realidades de la economía global desenfrenada.

Esta es una parábola de la era global. La globalización crea mercados mundiales en expansión. Las cadenas de suministro internacionales se extienden por todo el mundo. Esa combinación puede sacar a las comunidades de la pobreza extrema y generar una competencia brutal que puede socavar esas comunidades con la misma rapidez.

Los magnates del anacardo de Kollam mostraron una temprana inclinación empresarial. Después de unos años de realizar visitas para forjar contratos de suministro para General Foods, Johnson y su esposa se mudaron a Kollam, en las antípodas, donde estableció su propia fábrica de procesamiento del anacardo con un socio local, que después vendió a General Foods.

Él amasó una pequeña fortuna e incluso nombró Kerala a una hija nacida allí, en honor al estado. Después de que Estados Unidos entró a la Segunda Guerra Mundial y ordenó a todas las mujeres y niños estadounidenses que salieran de la India, Johnson dejó el país, con la plena esperanza de regresar. Pero nunca lo hizo.

Un puñado de familias llegó a dominar el mercado. Conocidos localmente como barones del anacardo, peleaban con la mano de obra local, incluso cuando proporcionaban la principal fuente de trabajo.

Desde el comienzo, el negocio del anacardo recurrió a la mano de obra barata pero calificada para llevar a cabo el complicado proceso de retirar los anacardos de sus cáscaras. Casi todo era hecho por mujeres, quienes ganaron un reducido ingreso, a menudo el segundo de sus familias.

“Antes estaban sentadas en sus casas”, dijo K. Ravindranathan Nair, de 85 años, cuyo padre fue uno de los primeros en el negocio de los anacardos. “El ingreso no era muy grande, pero para ellas era dinero adicional”.

Nair se hizo cargo del negocio familiar a los 24 años cuando murió su padre. Lo convirtió en uno de los mayores procesadores de anacardo de Kollam, VijayAlaxmi Cashew.

Una generación de trabajadores enseñaba a la siguiente. Los trabajadores experimentados que podían rápidamente descascarar, pelar y seleccionar decenas de miles de granos al día eran altamente valorados, aunque su paga no lo reflejaba. Especialmente los talentosos podían rápidamente, a simple vista, clasificar los granos en grados específicos que medían exactamente la cantidad de granos por libra que exigían los exigentes compradores internacionales.

“Esta es una habilidad que solo nosotros conocemos”, dijo Khadeeja, una trabajadora de 39 años que solo usa un nombre y que ha trabajado en las instalaciones de anacardo de Kollam desde que tenía 15 años.

En la década de los sesenta, Kollam estaba salpicada de cientos de pequeños procesadores, las plumas de humo acre de sus tostadoras se alzaban por todas partes en la exuberante región costera. Emplearon a cientos de miles de trabajadores en el clímax de la industria.

“Kollam era el lugar donde se hacían los mercados”, dijo Krishnan G. Nair, que dirige KGN Cashew. La compañía fue fundada por su padre, que era hermano y socio comercial de K. Ravindranathan Nair.

En su escritorio se encuentran copias de dos libros: “La riqueza de las naciones”, el tratado de Adam Smith que elogia los mercados libres; y Das Kapital de Karl Marx. Estos captan las fuerzas competidoras que han dado forma a la industria del anacardo de Kollam desde sus comienzos.

El negocio entró en auge. Pero para los trabajadores los salarios se mantuvieron bajos, los beneficios pocos, las largas horas de trabajo y el abuso en los centros de trabajo eran comunes. La política laboral pronto se afianzó.

Desde la década de los setenta, los líderes sindicales ayudaron a convertir la industria en un motor de desarrollo comunitario. Dos partidos comunistas locales, que compitieron por los votos emitidos por los trabajadores sindicalizados del anacardo, poblaron el gobierno local con funcionarios que apoyaban el movimiento laboral.

Para ampliar el empleo y elevar los salarios, el estado estableció dos grandes procesadoras de anacardo del gobierno. Esas compañías dominaban la industria local. Los salarios mínimos, incluso para los productores privados, fueron ordenados por el gobierno estatal.

Los salarios aumentaron, la atención médica mejoró, se instituyeron pensiones y se abordaron los abusos en el lugar de trabajo. A pesar de lo difícil que era, los trabajos de procesamiento del anacardo mantuvieron a las familias fuera de la pobreza. Las mujeres fueron las principales beneficiarias, junto con los niños que fueron más capaces de sostener. Las nuevas fortunas del anacardo de Kollam ayudaron a construir un teatro local, una biblioteca pública, el mejor hotel de la ciudad. Kerala se convirtió en uno de los estados más avanzados de la India.

“Casi todos los establecimientos, casi todas las instituciones de aquí, son el resultado de los anacardos”, dijo N.K. Premachandran, el representante local ante la legislatura de Kerala.

Por un tiempo, pareció prevalecer un equilibrio entre el capitalismo y los ideales marxistas. Las exportaciones indias de anacardos alcanzaron las 97 mil toneladas en 1999, el doble de lo que eran a comienzos de la década. Representaban alrededor de 80% del mercado mundial. En general, India procesó 173 mil toneladas de granos ese año, lo mejor del mundo.

En Kollam, los pilares de una industria fueron elevados, literalmente, a objetos de culto por aquellos que empleaba. Un retrato de un fundador de una instalación de procesamiento de anacardo todavía se encuentra dentro de un pequeño templo que está en la parte posterior de la fábrica.

“Es nuestro proveedor, nuestro dios”, dijo Bhaiamma, una mujer de 80 años con manchas negras y rojas pegadas en la frente como señal de humildad, quien trabajó en la fábrica desde los 11 años hasta su retiro en 2006”. La vida fue difícil para nosotros. Los anacardos son todo para la gente de aquí”.

Los visitantes de Vietnam comenzaron a llegar a Kollam a mediados de la década de los noventa. Los productores pensaron que representaban a los agricultores, ya que Vietnam era una fuente de anacardos crudos para muchos en la ciudad. Los productores mostraron felizmente cómo se procesaban los anacardos.

Pero algunos de los visitantes eran en realidad ingenieros que trabajaban para un hombre muy determinado llamado Nguyen van Lang.

En la década de los ochenta, el gobierno de Vietnam alentó a los terratenientes de algunos de sus distritos más pobres a plantar árboles de anacardo. En la década de los noventa, algunos procesadores ya se habían establecido, operando con miles de trabajadores, al igual que los de Kollam.

Pero los supermercados occidentales como Wal-Mart, Carrefour y Tesco --los mayores compradores de nueces de acajú-- estaban usando su creciente poder a través de una red global de proveedores, presionando implacablemente por recortes de costos.

El gobierno solicitó a Lang, propietario de un negocio de empaque de alimentos para su venta en el extranjero, en 1995, que explorara cómo Vietnam podría impulsar las exportaciones de marañón a Estados Unidos o a cualquier otro lugar que las comprara.

Él nunca había visto un anacardo. Cuando no pudo obtener una visa para visitar India, un hermano que vivía en París viajó ahí a nombre de Nguyen van Lang.

La visión crítica de Lang: el procesamiento del anacardo era esencialmente un trabajo de fabricación en el que la mecanización podía proporcionarles una ventaja. No sería fácil. Una empresa italiana fabricó una máquina que podría cortar conchas de anacardo. La máquina era costosa y dañaba muchos de los granos. Cortar las nueces también era sólo un paso, posiblemente el más simple.

Entonces decidió inventar sus propias máquinas.

“Gasté una gran cantidad de mi propio dinero”, dijo el hombre de 73 años, ahora retirado y que vive en un suburbio de la ciudad de Ho Chi Minh con una docena de Chihuahuas, un Pit Bull Terrier y un pez dorado. “Lo intentamos una y otra vez hasta que logramos mecanizar cada paso”.

Recientemente, a principios de la década de 2000, las plantas procesadoras vietnamitas todavía se parecían mucho a sus contrapartes en Kollam: habitaciones llenas en su mayoría de mujeres que descascaraban furiosamente, pelaban, clasificaban, graduaban y empacaban anacardos a mano.

Traducido por  Luis Felipe Cedillo

Editado por Michelle del Campo

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Fecha de publicación: 26/12/2017

Etiquetas: Globalización India Nuez