4 de jul. (Dow Jones) -- En la mayoría de las administraciones, los funcionarios de menor rango son los que hacen los comentarios incendiarios, mientras que el presidente ofrece las explicaciones más calmadas y tranquilizadoras de sus políticas.

En la administración Trump sucede totalmente lo contrario. Ese es especialmente el caso en los asuntos exteriores y, en particular, de la política comercial.

El presidente Donald Trump pareciera como si quisiera derruir el sistema comercial internacional con una bola de demolición; la gente teme las guerras comerciales por lo que sus comentarios a menudo tiene un aire marcial. “No me importan las guerras comerciales” cuando Estados Unidos está generando grandes déficits comerciales, dijo en un momento. Su discurso sobre las nuevas tarifas debe leerse como una “amenaza”, dijo durante su campaña presidencial. Una vez se refirió a China como “nuestro enemigo” debido a sus prácticas comerciales, mientras que Alemania es “mala, muy mala”.

En contraste, su consejero comercial más influyente, el secretario de Comercio Wilbur Ross, da una explicación más razonada de las políticas de Trump. También usa la fraseología de “guerra comercial”, pero en un contexto filosófico para explicar por qué piensa que esa ya es la situación actual.

Lo más importante es que él coloca el intento que hace la administración por cambiar la arquitectura comercial internacional en un contexto histórico –y con el cual muchos demócratas estarían de acuerdo.

Cuando Ross apareció en CFO Network del diario The Wall Street Journal, describió como anacrónico el régimen del comercio internacional --uno basado en las mejores intenciones ante los escombros de la posguerra pero que ahora ha perdido su sincronía con las realidades económicas modernas.

“Después de la Segunda Guerra Mundial, en nuestra política pública hubo el desafío deliberado de tratar de ayudar a reconstruirse a las naciones devastadas por la guerra”, dijo Ross. En ese momento, obviamente, Estados Unidos era el poder económico dominante del mundo y su propio interés consistía en ayudar a sus aliados europeos y a Japón a levantarse económicamente para evitar la expansión del comunismo. Estados Unidos no sólo podía permitirse ser generoso en las relaciones comerciales, sino que también tenían un profundo interés en hacerlo.

Esa actitud, argumentó Ross, “se transformó” en las estructuras sopa de letras que constituyen la arquitectura comercial internacional de nuestros días: la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (AGAAC) y la Organización Mundial del Comercio (OMC).

Con el paso del tiempo, el mundo evolucionó y los aliados se pusieron a la par con Estados Unidos, pero, de acuerdo con Ross, “nuestras políticas no cambiaron realmente, y ahora tenemos un terrible problema estructural que creo que realmente inhibe el libre comercio”.

Esa historia, dijo, ha producido algunos resultados “oximorónicos”. Por ejemplo, el arancel sobre un automóvil europeo exportado a Estados Unidos es de 2.5%, mientras que el de un automóvil estadounidense enviado a Europa es de 10%, a pesar de que ambos mercados ahora tienen aproximadamente el mismo tamaño.

Tal vez lo más importante es que la estructura del comercio internacional no anticipó el ascenso de China como un gigante comercial poderoso por los desequilibrios que ha creado. Además, dado que la estructura fue creada en una era de tipos de cambio fijos, éste tampoco anticipó la capacidad de los países para manipular los valores monetarios para darles una ventaja a sus exportaciones.

En esto hay ciertos factores que aclarar. En el comercio de automóviles con Europa, por ejemplo, la Unión Europea no discute el desequilibrio arancelario. Pero también señala que lo mismo sucede al revés, por ejemplo, en los trenes de pasajeros, en los que Estados Unidos imponen una tarifa de 14% a las importaciones europeas, mientras que la Unión Europea cobra 1.7% a los comprados a Estados Unidos.

“El bloque europeo quiere eliminar estos aranceles y otros obstáculos al comercio, como los largos controles administrativos, que aumentan el costo del comercio de las mercancías “, dijo la Unión Europea en una explicación en línea de su punto de vista.

Sin embargo, el argumento más amplio de Ross es uno que muchos aceptarían en el lado demócrata en Estados Unidos. “Creo que Ross tiene razón”, dijo Jared Bernstein, miembro de Center on Budget and Policy Priorities (Centro de Prioridades de Política y Presupuesto) y quien alguna vez fue asesor económico del ex vicepresidente Joe Biden. El comercio “macro-infraestructura” es “problemático”, señaló. “Hay países que manejan el comercio de tal manera que aumentan sus superávits comerciales y principalmente importan empleos de otros países”.

Bernstein sugiere cambiar los acuerdos de comercio internacional para permitirle a un país poder compensar la manipulación monetaria que haga un socio comercial comprando la moneda de ese socio. En términos más generales, aboga por establecer una comisión bipartidista de alto rango para encontrar una estrategia consensuada a estas cuestiones --idealmente dirigida por el inversionista Warren Buffett.

Sin embargo, en última instancia, incluso el punto de vista de línea dura de Trump aboga a favor, y no está en contra, de las soluciones negociadas. Douglas Irwin, economista e historiador de comercio en Dartmouth College, señala que, a diferencia de Estados Unidos, México “no paga ningún arancel cuando exporta sus autos a Europa”. ¿Por qué? “Porque firmaron un acuerdo de libre comercio... Si queremos deshacernos de ese arancel, tenemos que llegar a un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea”.

Traducido por  Luis Felipe Cedillo

Editado por Michelle del Campo

                                                                                    

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Fecha de publicación: 04/07/2017

Etiquetas: Política Comercial Trump Wilbur Ross Secretario Comercio EUA