9 de may. (Dow Jones) -- Al día siguiente que la administración Trump anunció un arancel de 20% a las importaciones de madera provenientes de Canadá, al secretario de comercio Wilbur Ross le preguntaron si estaba a gusto por tomar una medida en contra de “un aliado estrechamente cercano que también es vecino”.

“Son un aliado importante y en general son buenos vecinos”, respondió Ross. Pero vender a menor precio su madera, dijo, “no considero eso como algo que haría un buen vecino”.

La respuesta de Ross fue un recordatorio útil de que los aliados pueden tener diferencias y seguir siendo amigos. De hecho, la táctica más contundente del presidente Donald Trump sobre el comercio podría catalizar un reexamen útil de la suposición de que el comercio siempre debe estar ligado a objetivos geopolíticos de mayor relevancia. Eso le funcionó bien a Estados Unidos y Europa Occidental durante la mayor parte del período de posguerra, pero en las últimas décadas también ha contribuido en la reacción contra la globalización y cuyas repercusiones aún son palpables.

Las guerras comerciales de los años treinta motivaron al Congreso a dar al presidente más autoridad sobre comercio con base en la teoría que él equilibraría las consideraciones comerciales parroquiales con el interés nacional más general.

Después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos consideró los lazos comerciales y militares como esenciales para fortalecer a sus aliados contra la Unión Soviética. Abrió su mercado a Alemania Occidental y Japón a pesar de sus propias barreras impuestas a las exportaciones estadounidenses, como los tipos de cambio artificialmente bajos.

En diferentes grados, este sigue siendo la táctica preferida de Estados Unidos desde entonces. Una de las razones principales del Tratado de Libre Comercio de América del Norte fue convertir a México en un socio confiable y democrático.

Sin embargo, la lógica de que el comercio puede promover siempre y en todas partes cierta agenda geopolítica ha sido a veces exagerada. En 2000, Bill Clinton razonó que la admisión de China a la Organización Mundial del Comercio (OMC) aceleraría la liberación política internamente. Pero se equivocó. En los años siguientes, la combinación de la membresía de China a la OMC y su moneda artificialmente baja condujeron a excedentes comerciales cada vez mayores, marginando a millones de trabajadores estadounidenses, aun así la política interna de China se ha liberado escasamente.

Otros intereses de Estados Unidos se han argumentado sobre confrontar a China en el ámbito del comercio. Cuando George W. Bush fue presidente, funcionarios debatieron si debían tachar a China como manipulador de divisas. Pero la moneda fue una prioridad menor que obtener la ayuda de China para frenar el programa nuclear de Corea del Norte y la administración pospuso dicha designación. A final de cuentas, Estados Unidos sufrió repercusiones comerciales y Corea del Norte desarrolló un armamento nuclear.

Una lógica similar ha impulsado durante mucho tiempo la integración europea. Un puñado de naciones de Europa Occidental conformó el núcleo de la Unión Europea en los años cincuenta en parte para poner fin a las constantes guerras, el cual se amplió a España, Grecia y Portugal para evitar que volvieran a la dictadura militar.

Cuando cayó el Muro de Berlín, la Unión Europea ofreció la membresía a los antiguos satélites de Rusia en Europa del Este como estrategia para sacarlos permanentemente de su órbita.

Esta expansión, sin embargo, tensó la cohesión del bloque. La afluencia de inmigrantes de Europa del Este con salarios bajos eventualmente alimentó una reacción negativa de los trabajadores oriundos que se sintieron agraviados, un elemento importante que influyó en el referéndum de Gran Bretaña para abandonar la Unión Europea y que apuntaló en Francia el apoyo al Frente Nacional que está en contra del Bloque Europeo.

Sin embargo, Hungría ha caído en la autocracia a pesar de su membresía, al igual que Turquía, que ha buscado durante mucho tiempo su adhesión.

No hay una fórmula sencilla para determinar el momento en que se debe vincular el comercio y la política de seguridad nacional, pero ayuda cuando ambas tienen sentido por méritos propios. Ronald Reagan tomó medidas proteccionistas contra Japón en la década de los ochenta, pero ninguno de los dos países dejó que eso afectara su alianza de seguridad, que simplemente era demasiado vital para ambos países.

¿Qué puede aprender Trump de todo esto?

En China, el instinto original de Trump era atacar su evidente discriminación sistemática contra las compañías estadounidenses recurriendo a políticas monetarias y empresariales. Sin embargo, al igual que sus predecesores, ha llegado a la conclusión de que la cooperación de China en el caso de Corea del Norte es más importante y por ahora ha evitado sus ataques en el comercio. Aún queda por ver si lo logra o no ese objetivo; hasta ahora, Corea del Norte sólo se ha vuelto más belicosa.

Sin embargo, más cerca, el Lejano Oriente proporcionó un ejemplo potencialmente más importante de cómo equilibrar las prioridades competitivas de seguridad nacional y de economía.

Cuando el vicepresidente Mike Pence visitó Corea del Sur el mes pasado, él reiteró el compromiso “inquebrantable” de Estados Unidos con su defensa mientras pedía “reformar” el acuerdo de libre comercio firmado entra ambos países, el cual, dijo, impone demasiadas barreras a las firmas estadounidenses. Pence mantuvo los desacuerdos comerciales y las prioridades estratégicas en ámbitos separados, tal y como lo hizo Reagan con Japón en los años ochenta.

El hecho de que Japón y Corea del Sur sean aliados hace que sea más fácil para Estados Unidos mantener esa separación que en el caso de China, un rival potencial.

Al igual que las observaciones de Ross sobre Canadá, los comentarios de Pence señalaron que sólo porque a Estados Unidos no les gusta cómo negocia un país, eso no significa que ambos países no puedan ser amigos.

Por el contrario, como lo demuestra la decepcionante experiencia hasta ahora con China y Corea del Norte, el equipo de Trump no debe albergar ilusiones de que evitar los ataques comerciales influirá en sus adversarios.

Traducido por  Luis Felipe Cedillo

Editado por Michelle del Campo

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Fecha de publicación: 09/05/2017

Etiquetas: EUA China Acuerdos Comerciales Aliados Canadá China OMC