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28 de abr. (Dow Jones) -- En las capitales occidentales y en la autocracia de Washington hubo una conmoción mezclada con aprobación cuando el presidente Donald Trump intervino en la guerra civil de Siria, reafirmando la importancia de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), y que decidió no calificar a China como manipulador de su moneda.
Pero antes de que alguien llegue a la conclusión de que Trump se ha tornado globalista, es necesario verificar los hechos reales. Los acontecimientos recientes demuestran que su estrategia con respecto al mundo se ha bifurcado, convirtiéndose tradicionalmente internacionalista en política exterior mientras sigue siendo rotundamente nacionalista en economía.
De hecho, cuando Trump lanzó misiles crucero a Siria e intercambió dimes y diretes con Corea del Norte, él también ordenó examinar las acciones extranjeras abusivas que contribuyen al déficit comercial de Estados Unidos, amplió las categorías de inmigrantes ilegales priorizadas para su deportación, hizo más estrictos los requerimientos de “Compre las cosas de Estados Unidos” en el gasto federal y restringió las visas para los trabajadores extranjeros.
Esta bifurcación refleja las prioridades filosóficas de Trump y la evolución del partido que ahora lidera. Durante mucho tiempo, los republicanos han estado a favor de esgrimir su poder en seguridad nacional basándose en alianzas militares. Como candidato, Trump desafió ese consenso con su alabanza al presidente ruso Vladimir Putin, las sugerencias de que Corea del Sur y Japón desarrollan armas nucleares, y la descalificación de la OTAN por considerarla obsoleta.
“Hemos defendido las fronteras de otras naciones mientras nos negamos a defender las nuestras”, se quejó en su discurso de toma de posesión escrito en gran parte por sus consejeros más nacionalistas, Stephen Miller y Steve Bannon.
Pero la desconfianza de Trump en los compromisos extranjeros se basa menos en sus principios y más en el resentimiento por tener que pagarlos. Eso ha hecho que esté abierto a la persuasión de los halcones tradicionales de la política exterior como el vice presidente Mike Pence y el secretario de defensa Jim Mattis. Bannon ha sido excluido del Consejo de Seguridad Nacional, ahora encabezado por el internacionalista comprometido H. McMaster.
Las cuestiones económicas, por el contrario, son la base de la visión mundial de Trump y su movimiento. Desde los años ochenta, el empresario de Nueva York creía que otros países usaban el libre comercio para defraudar a los estadounidenses.
Sus estridentes ataques contra inmigrantes ilegales lo decantaron de sus rivales durante la campaña republicana de elecciones primarias. En parte, sus nombramientos reflejan esas opiniones: Jeff Sessions, el fiscal general, ha encabezado la represión contra la inmigración ilegal, mientras que el secretario de Comercio, Wilbur Ross, está estudiando cómo usar las herramientas comerciales existentes de manera más agresiva contra las importaciones.
Miller y Bannon acompañaron a Trump en un reciente viaje a Wisconsin, donde el presidente criticó el TLC y la industria láctea protegida de Canadá, y calificó a la Organización Mundial del Comercio un “desastre” mientras firmaba un decreto presidencial que volvió más estrictas las normas y condiciones para conceder los visados H-1B.
En inmigración y el comercio, la base obrera republicana está más cerca de Trump que de sus otros líderes. Esa base impidió que los líderes republicanos en el Congreso llegaran a un acuerdo para legalizar a los inmigrantes indocumentados. Dicha base ahora ve también al libre comercio como malo, lo que ha minado el apoyo para éste en el Congreso.
En el Congreso, “no conozco a ningún miembro [republicano] que esté dispuesto a morir por el libre comercio”, dijo a principios de este año Lanhee Chen, director de política del candidato presidencial republicano Mitt Romney en 2012. “La mayoría para el libre comercio ya no existe”. De hecho, ser más estrictos en el comercio es uno de los pocos temas en los que concuerdan los demócratas con Trump.
Ciertamente, Trump no ha sido la bola de demolición que muchos temían. El peso mexicano, que se hundió después de su elección, ha recuperado esas pérdidas cuando Trump señaló que buscaría hacer cambios relativamente modestos al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC). El peso volvió a caer tras darse a conocer esta semana información sobre supuestos planes formales de dimisión de Estados Unidos del tratado, cuestión que luego fue rectificada por la administración Trump. El presidente ya no calificó a China como un país manipulador de moneda.
Sin embargo, las guerras comerciales y los tratados cancelados nunca fueron el resultado más probable. El objetivo de la retórica de Trump es obtener concesiones.
En el TLC, él quiere tener el derecho de imponerle a México y Canadá aranceles si aumentan las importaciones de alguno de ellos. Al negarse a calificar a China como un manipulador de su moneda, Trump, además de reconocer la realidad, concluyó como los presidentes anteriores que evitar hacer esa designación podría alentar la cooperación china en el dilema que implica Corea del Norte. Aún queda por ver si ese cálculo es correcto, y el Departamento del Tesoro se cubrió, prometiendo “seguir examinando muy de cerca las prácticas comerciales y monetarias de China”.
Trump tiene amplias herramientas para castigar a los competidores extranjeros, incluyendo a China, sin tener que descartar ningún acuerdo comercial existente. Sus nominados como representante comercial y subsecretario de Comercio, Robert Lighthizer y Gilbert Kaplan, respectivamente, son maestros en las minucias del derecho comercial y en cómo desplegarlo contra las empresas y gobiernos extranjeros. La administración ya ha señalado una mayor disposición para actuar fuera de los límites de la OMC.
“Si vamos a ver algo muy diferente de esta administración, eso estará en su disposición para considerar realizar acciones unilaterales”, dijo John Veroneau, quien fue sub-representante comercial de Estados Unidos durante el gobierno de George W. Bush.
Acciones más unilaterales sobre el comercio por sí mismas no significarán el final del sistema del comercial mundial; el mundo ha sobrevivido a los brotes de proteccionismo anteriores, por ejemplo durante la presidencia de Ronald Reagan en los años ochenta. Pero en el fondo, Reagan era amante del libre comercio; cosa que Trump no lo es.
En un momento en que el proteccionismo y el nacionalismo están en aumento en todas partes, la economía mundial no puede contar con Estados Unidos para que actúe como contrapeso sólo porque su presidente está dispuesto a lanzar bombas contra Siria y Afganistán.
Traducido por Luis Felipe Cedillo
Editado por Michelle del Campo
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Fecha de publicación: 28/04/2017