13 de mar. (Dow Jones) -- En la década de los ochenta y durante los pujantes años de Japón, Hiromi Shibata alguna vez dilapidó su salario completo de un mes en un abrigo de cachemira, lo usó varias veces, luego lo arrumbó. Hoy en día, la idea que tiene su hija de ir de compras es buscar en el armario de su madre en Shizuoka, una capital provincial.

“Aproximadamente un tercio de mi guardarropa es herencia de mi mamá”, dijo Nanako Shibata de 26 años, quien vive en Tokio. Para ahorrar en el viaje de 180 kilómetros a su casa, toma el autobús en lugar viajar en el rápido tren bala, alguna vez un símbolo del ascenso de Japón.

Estados Unidos parece estar liderando a otras partes del mundo en salir de una era extendida en la que los bancos centrales dependieron en gran medida de tasas de interés bajas y negativas, y el estímulo para impulsar el crecimiento y evitar que los precios cayeran. La Reserva Federal ha aumentado las tasas de interés de Estados Unidos, y el Banco Central Europeo está considerando reducir su estímulo, su programa de recompra de activos.

Japón sigue definitivamente paralizado, a pesar de un experimento largo y agresivo con tasas ultra bajas. Un cuarto de siglo después de que estallara su burbuja inmobiliaria, una generación de ahorradores ha crecido conociendo solamente malestar económico, salarios estancados y deflación –situación en la que los precios caen en vez de aumentar.

La creencia de que la deflación continuará se ha vuelto tan arraigada que ha presentado desafíos aparentemente insalvables a la política monetaria, una lección para otros países que están tomando un camino similar.

“Es difícil cambiar la mentalidad deflacionaria incluso con políticas radicales”, dijo Frederic Neumann, jefe adjunto de economía para Asia de HSBC. “Yo diría que Japón seguirá en su crisis y así permanecerá durante muchos años”.

Japón ya tiene casi cuatro años en su esfuerzo de estímulo por parte del banco central que implica la impresión de billones de yenes y llevar las tasas de interés a territorio negativo, tal vez los esfuerzos en curso más agresivos del mundo.

El estímulo de impacto y asombro del gobernador del Banco de Japón, Haruhiko Kuroda, lanzado en abril de 2013, se desvaneció tras un breve período de crecimiento y aumento en los precios. Japón volvió a caer en la deflación el año pasado. Más recientemente, la tasa de inflación ha estado oscilando cerca de cero.

En noviembre, Kuroda pospuso su objetivo de alcanzar una inflación de 2%, casi admitiendo que no tiene ideas. En una serie de discursos el año pasado, dijo que una atrincherada “mentalidad deflacionaria” ahogó la esperanza de que los salarios o los precios aumentarán, limitando el impacto de las políticas monetarias como las tasas negativas de interés. Kuroda declinó hacer comentarios a través de un portavoz.

La tasa de inflación de Japón ha medrado por encima de cero en los últimos meses, lo que los economistas atribuyen a la elección del presidente estadounidense Donald Trump, un dólar más fuerte y precios más altos del petróleo, no a los fundamentos económicos de Japón. Pocos creen que Japón regrese al crecimiento robusto y al alza de precios.

La deflación es mala para una economía porque socava el crecimiento económico. Las empresas ganan menos, por lo que invierten menos, reducen los salarios y dejan de contratar. En medio de la incertidumbre económica, los consumidores dejan de gastar, impulsando la espiral descendente.

La idea detrás de las tasas ultra bajas es que estas motivan a los consumidores y las empresas a gastar por impulsar la inflación. Pero las expectativas deflacionarias de Japón se han vuelto tan rutinarias que los consumidores y las empresas se abstienen de gastar, no importa cuán bajo llegue el banco central. Hay pruebas, de hecho, de que las tasas muy bajas son contraproducentes, al asustar a los consumidores que ahorran para los tiempos económicamente peligrosos, y no gastar.

En una época de improvisación en los bancos centrales, ninguna otra nación ha presionado tanto. El Banco de Japón fue el primero en bajar su tasa de referencia a casi cero en 1999, mucho antes que lo hicieran Europa, Reino Unido y Estados Unidos en respuesta a la crisis financiera de 2008. En 2001, Japón comenzó a inundar su sistema financiero con dinero en efectivo para intentar estimular la inflación y el crecimiento, una práctica llamada flexibilización monetaria que fue adoptada posteriormente en Occidente.

En 2013, Kuroda comenzó a inyectarle tanto dinero al sistema financiero --eventualmente alrededor de 700 mil millones de dólares anuales-- que algunos inversionistas se preocuparon por la hiperinflación o que se formaran burbujas de activos. Eso no ha sucedido. El año pasado, Banco de Japón emuló al Banco Central Europeo para llevar las tasas hacia territorio negativo, un intento radical para obligar a los bancos a prestar más dinero haciéndolo costoso si no lo hacen.

La situación de Japón hoy era casi impensable durante su auge de los ochenta, cuando los magnates japoneses compraron propiedades trofeo como el Rockefeller Center de Nueva York y que los precios inmobiliarios de Tokio fueron los más altos del mundo. En 1989, Japón inició un alza en sus tasas de interés que desató las burbujas inmobiliarias y bursátiles.

Desde entonces, el crecimiento anual ha promediado menos de 1% en medio de recesiones periódicas. Los precios comenzaron a caer a finales de los noventa.

La economía de Japón cayó al tercer lugar más grande del mundo después que el rápido crecimiento de China lo superó como el segundo lugar. Actualmente, el promedio del mercado Nikkei es de alrededor de la mitad de su pico de 1989.  Los precios de las propiedades han caído ampliamente durante un cuarto de siglo.

Traducido por  Luis Felipe Cedillo

Editado por Michelle del Campo

                                                                                    

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Fecha de publicación: 13/03/2017

Etiquetas: Japón Economía Experimento Tasas Interés Estímulo