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19 de ene. (Dow Jones) -- ¿Qué depararán los primeros cien días de Donald Trump como presidente: sorpresas, logros, catástrofes? ¿Un periodo de preparación gradual, pero constante?
La historia no puede permitir predecir el futuro, sólo nos ofrece una serie de posibilidades para el presidente número 45 de Estados Unidos. Para Trump, esa gama es más amplia que la de costumbre porque él asume su cargo sin antecedente político alguno, neófito y sin experiencia.
Los primeros “cien días” como un período distintivo de la presidencia se utilizó por primera vez para describir la sesión especial del Congreso convocada por Franklin D. Roosevelt (FDR) en marzo de 1933.
Este periodo estableció el formato del acto de apertura de una administración activista: un presidente y su aliados (realmente subordinados) del Congreso que aprueban un programa audaz para hacer frente a una crisis. El presidente, si no el programa, es entonces consagrado en el mito.
La crisis de Roosevelt fue la Gran Depresión, que había estado afectando al país durante tres años y medio. El desempleo superaba 20% y el sistema bancario se había colapsado. En su discurso inaugural, Roosevelt dijo: “Esta nación exige actuar al respecto, pero actuar ahora mismo”.
Entre el 9 de marzo y el 17 de junio, Roosevelt aprobó un paquete heterogéneo de iniciativas. El Departamento de Agricultura pagaría a los agricultores por no cultivar. Civilian Conservation Corps le pagaría a la gente por plantar árboles. Federal Emergency Relief Administration fue diseñada para supervisar programas de asistencia social, Tennessee Valley Authority para construir presas y suministrar electricidad en una parte rezagada del país. National Industrial Recovery Act (la Ley Nacional de Recuperación Industrial) le dio al presidente amplios poderes para regular la economía.
Estas leyes fueron aprobadas por un Congreso con mayorías demócratas tanto en el Senado como en la Cámara de Representantes. También hubo mayorías ideológicas, ya que los demócratas conservadores del sur propensos a rechazar una reforma radical fueron contrarrestados por los progresistas republicanos occidentales que estaban ansiosos por avanzar.
Una característica crucial del programa de Roosevelt fue el aura del mito que lo rodeó. La presidencia, le había dicho a un reportero durante su campaña, “es algo más que un trabajo de ingeniería. . . es un lugar preeminente de liderazgo moral”. La retórica de Roosevelt cumplió ese mandato. Él fue tanto un patricio como un populista, devoto sin ser sectario, urgente sin comprometerlo jamás en demasiados detalles.
Su mirada y su voz hicieron el resto. Su sonrisa de la mañana resplandecía en las fotografías y los noticiarios, y se dirigió al país en transmisiones de radio que duraban de 15 a 30 minutos, en las charlas al lado de la chimenea. Sam Rosenman, su redactor de discursos, describió el tono de las pláticas de Roosevelt como “una conversación informal con uno o dos de sus amigos”.
Roosevelt realizó tres de esas transmisiones durante la primavera y el verano de 1933, diciendo a los estadounidenses “lo que se ha hecho en los últimos días, por qué se hizo y cuáles serán los próximos pasos”. En su tercera charla, del 24 de julio, él bautizó al intenso periodo legislativo que acababa de terminar como “los múltiples eventos de los primeros cien días”.
Con el paso de los años, los mitos creados por Roosevelt se verían reforzados por las letras de admiración y los historiadores de la corte, desde Archibald MacLeish hasta Arthur Schlesinger Jr. Pero su principal mito fue él mismo.
El periodo inicial no es el único modelo para comenzar una administración. La mayoría de los presidentes antes de FDR se pasaron sus primeros cien días percatándose de cómo sería su trabajo, ninguno más que George Washington en 1789.
Washington bien podía consultar la nueva Constitución para buscar las especificaciones legales de su nuevo cargo. Pero una constitución no es un ejemplo de la vida real.
¿Debe un presidente estrechar las manos de los que asisten a las recepciones? ¿Debe buscar consejo del Senado sobre los tratados acudiendo al mismo y solicitarlo? Nadie tenía la menor idea. Washington tenía que responder a esas preguntas día con día.
Algunos desafortunados presidentes han sido tan bombardeados por el desastre que difícilmente tuvieron tiempo para pensar o planificar algo, y mucho menos empezar su trabajo sin contratiempos. Siete estados se separaron de la incipiente nación entre la elección de Abraham Lincoln y su toma de posesión; cuatro más lo hicieron durante sus primeros cien días.
Una mañana nublada de abril de 1861, mientras esperaba desesperadamente la llegada de tropas leales a una capital rodeada por secesionistas, se quejó: «No creo que haya Norte».
Pero el ejemplo de FDR inspiró a sus sucesores, principalmente a los demócratas con la esperanza de unirse a él en el panteón liberal (y al círculo de los ganadores de las reelecciones logradas de manera rotunda).
Bill Clinton no enfrentó una verdadera crisis en 1993. Su predecesor, George H.W. Bush, había presidido una recesión que ya comenzaba a superarse antes de la toma de posesión de Clinton.
Pero Clinton tenía ambiciones y una importante mayoría demócrata en el Congreso y recurrió al mito al tomar un autobús para llegar a su toma de posesión desde Monticello (el autobús había sido su vehículo distintivo de campaña, y Jefferson era su primer apellido). Sus colegas de la generación que nacieron a finales de la Segunda Guerra Mundial en la prensa lo calificaron de transformador generacional.
Cinco días después de tomar posesión, hizo el intento de alcanzar la grandeza al anunciar la formación de un grupo de trabajo que se enfocaría a la reforma integral de los servicios médicos, presidido por Ira Magaziner y Hillary Clinton. “Estoy convencido de que, en los próximos meses, el pueblo estadounidense se percatará --como hizo la gente de Arkansas-- de la maravillosa primera dama que tienen”.
En 2009, Barack Obama realmente enfrentó tiempos difíciles --la crisis del sistema financiero. El Congreso y su predecesor, George W. Bush, temiendo una segunda depresión, ya habían aprobado un plan de rescate bancario y crediticio de 700 mil millones de dólares el año anterior. Obama, al disfrutar tener mayorías demócratas en el Congreso tan grandes como las de Clinton, aumentó el rescate con un proyecto de ley de estímulo de 787 mil millones de dólares en febrero. En abril y mayo (para extender un poco el periodo de cien días), Chrysler y General Motors se declararon en quiebra, dando pie al rescate automotriz de julio.
A diferencia de FDR y Clinton, Obama también tomó dramáticas medias de política exterior. “No me opongo a todas las guerras”, había declarado en 2002, sólo “a las guerras que no tienen sentido”, con lo que se refería a la guerra en Irak.
Comenzó a retirar las tropas estadounidenses en febrero y anunció que no se detendría. “Permítame decirlo tan claramente como pueda: para el 31 de agosto de 2010, nuestra misión de combate en Irak habrá terminado”.
Los presidentes republicanos han tendido a evitar la dramatización de los primeros cien días, asumiendo con calma el insigne cargo. George H.W. Bush en 1989 fue motivado a ir lento por su temperamento, la política y el momento. Durante su campaña, había prometido una “nación más amable y gentil”. Las mayorías demócratas en ambas cámaras del Congreso le impusieron precaución, si no es que amabilidad.
Además, los trastornos globales más allá de su control lo obligaron a desempeñar un papel de espectador. Durante sus primeros cien días, el gobierno comunista de Polonia legalizó Solidaridad, y los estudiantes chinos comenzaron a protestar en la Plaza de Tiananmen. El movimiento de liberación de China se ahogaría en sangre, pero Europa del Este derrocaría a una media docena de sátrapas soviéticos y el Muro de Berlín cayó antes de que terminara 1989.
Entre los republicanos recientes, sólo Ronald Reagan en 1981, reflejando tal vez su admiración juvenil por Franklin Roosevelt, adoptó el modelo del demócrata. Reagan enfrentó una doble crisis: el estancamiento aunado a la inflación en casa y el avance del comunismo en el extranjero, desde Afganistán hasta África. Utilizó sus primeros cien días para centrarse en la economía, proponiendo reducir las tasas impositivas y la tasa de crecimiento del presupuesto.
Por lo tanto, los primeros cien días no predicen necesariamente el resto de la presidencia.
¿Entonces, qué significrá esto para los primeros días de Donald Trump en el poder?
Él enfrentará una serie de crisis, más incipiente que la de Reagan o de Obama, pero al fin molesta. La economía se ha recuperado lentamente desde 2008, y los estadounidenses no están contentos con ella. Los malos actores vagan por el mundo, desde líderes lunáticos (en Corea del Norte) y rivales de mucho tiempo atrás (Rusia, China) hasta los violentos combatientes musulmanes de la Guerra Santa.
Traducido por Luis Felipe Cedillo
Editado por Michelle del Campo
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Fecha de publicación: 19/01/2017
Etiquetas: Trump Toma Posesión 100 Días Presidencia