San Juan de la Vega, Guanajuato, 23 de feb. (Dow Jones) -- Los brasileños celebran el día anterior al inicio de la cuaresma con alegres bailes de samba en trajes diminutos. En New Orleans, los juerguistas lanzan collares de cuentas durante el Mardi Gras. Pero en esta polvorienta ciudad del centro de la República Mexicana, hay un tipo diferente de celebración.

Llámelo la fiesta de los mazos explosivos.

Incluso ante el número inagotable de rituales extravagantes con los que comunidades de varias partes del mundo celebran el frenesí del martes de carnaval, en San Juan de la Vega, una localidad del municipio de Celaya, esta celebración provoca asombro y temor.

Cientos de niños y jóvenes se reunieron aquí recientemente para golpear con mazos  cohetes y petardos de fabricación casera, que son del tamaño de un puño y contienen una mezcla de clorato de potasio (utilizado en cerillos y fuegos artificiales) y azufre.

El resultado: ensordecedoras explosiones que producen humo y que son potencialmente mortales. A mediodía, cerca de una docena de personas resultaron levemente heridas.

"Se trata de ver quién produce la mayor [explosión]", dijo Heriberto Medrano, un jornalero de 17 años de edad, mientras tomaba un descanso de la acción para tomar un refresco y evaluar las quemaduras que sufrió en los brazos y el pecho.

"Han enviado policías y soldados para impedirlo, pero nunca podrán hacerlo", dijo Medrano.

Las explosiones, que se realizan en un campo de fútbol, forman parte de una tradición del pueblo para venerar a San Juan Bautista, denominado su patrono por el hombre que fundó la ciudad en otro martes de carnaval, hace más de 450 años.

"Hacemos esto por devoción", dijo Gustavo Jáuregui, de 52 años, un comerciante de productos, cuya familia ha albergado en su casa la imagen de San Juan Bautista durante los últimos 12 meses, a pocas cuadras de la plaza del pueblo. "Si se tiene fe en un santo, entonces hay que demostrarlo".

De acuerdo con algunas versiones, Juan de la Vega, el hombre en cuyo honor se nombró a la ciudad, era un acaudalado minero y ganadero que gracias a la intercesión del santo pudo recuperar el oro que le hurtaron unos bandidos. Los fuegos artificiales supuestamente conmemoran una escaramuza entre los ladrones y los arrieros que transportaban el oro del fundador del poblado.

Las fiestas sostienen a las comunidades mexicanas, se llevan a cabo miles anualmente en todos los rincones del país. La mayoría son para venerar a uno o dos benefactores celestiales. Los fuegos artificiales son el mayor espectáculo en casi todas ellas.

"Somos un pueblo ritual", escribió el fallecido poeta Octavio Paz hace más de seis décadas en su ensayo ‘El Laberinto de la Soledad’, una oda a las identidad de los mexicanos, que aborda el tema de las festividades folklóricas, que en gran medida son rurales. "Durante estos días, los silenciosos mexicanos silban, gritan, cantan, lanzan chinampinas, dispara su pistola al aire. Descargan su alma".

Algunos funcionarios locales, e incluso un sacerdote, trataron de impedir en vano el ritual el año pasado. Un adolescente perdió la mano hace unos años, dijeron los lugareños y varios de ellos han perdido un ojo. Un niño tuvo quemaduras en más de 90% de su cuerpo, cuando los explosivos que llevaba en su mochila se prendieron debido a una explosión cercana.

Ese número de víctimas ha motivado a las autoridades a restringir el martilleo a un campo de fútbol desolado ubicado en las orillas de la ciudad. Cientos de soldados y policías fueron desplegados para asegurarse de que la pirotecnia esté contenida en ese espacio. Las ambulancias y equipos médicos están preparados para actuar.

Las autoridades locales estiman que durante la jornada explotan cerca de cinco toneladas de explosivos.

"¡Cinco toneladas! Imagínese eso", dijo Juan Alberto Cerritos, quien a los 30 años es el delegado de la comunidad y el más preocupado en esta época cada año. "No podemos detenerlo, sólo podemos esperar poder contenerlo, controlarlo".

El ritual de hacer explotar los martillos es sorprendentemente solemne. Aunque la multitud aplaudió especialmente a las grandes explosiones, hubo pocas bromas o gritos cuando las personas estrellaban los explosivos con los mazos. Levantar el martillo, hacerlo explotar, tambalearse y repetir la mecánica.

Pero había un orden jerárquico. Los chicos mayores ponen cargas cada vez más grandes y las detonaciones los envuelven en una nube de humo blanco de fósforo. Algunos de los participantes fueron lanzados al suelo por la explosión.

"Las bombas se hacen cada vez más grandes, todos los años las explosiones son más potentes", dijo Dionisio Dondiego, agricultor de 53 años. "Esto se está volviendo realmente loco. Pero debe haber un límite, ¿de acuerdo?"

Esta localidad se encuentra a sólo seis kilómetros de la pujante ciudad de Celaya,  que forma parte del crecimiento que está registrando el sector automotriz en México, donde Honda Motors recientemente comenzó a producir autos para enviarlos a los consumidores estadounidenses.

Casi todas las familias de San Juan tienen al menos a uno de sus miembros residiendo al norte de la frontera --en Texas, Florida, California. Muchos regresan cada año para participar en la festividad. Placas estadounidenses adornaban muchos de los coches que atestaron las calles azarosamente pavimentadas del centro de la ciudad la semana pasada.

Al igual que en muchas comunidades, la principal festividad de San Juan incluye bailes, peregrinaciones, intercambio de comida entre los vecinos, oraciones en los altares en honor a San Juan Bautista y a otros santos. Se dice que la distinción de albergar a la pequeña estatua del santo, conocido aquí como San Juanito, se remonta a la fundación de la ciudad, la cual cada año pasa de familia en familia en uno de los seis barrios.

Muchos aquí desconocen cuándo los fuegos artificiales se convirtieron en parte de las festividades. Los abuelos de sus abuelos aprendieron la tradición de sus padres, dijeron los pobladores.

Pero en ese entonces, los jóvenes acostumbraban llenar paquetes del tamaño de un dedo pulgar con mezclas de explosivos que se prendían sin causar daño en las calles. Luego las cargas se volvieron cada vez más grandes y las personas que las activaban cada vez más atrevidas. Ahora, casi 3,000 personas se congregan en el campo de fútbol anualmente, muchos cargando 10 kilogramos o más de explosivos inestables.

"Esto ha venido empeorando desde hace más de una década", dijo Cerritos. "Muchas de estas personas ni siquiera saben por qué están provocando las explosiones. Ni siquiera tienen idea de qué santo se trata".

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Fecha de publicación: 23/02/2015