26 de nov. (Dow Jones) -- En un viaje a China en 2009, subí a la parte superior de una pagoda con 13 pisos de altura que se encuentra en el centro industrial de Changzhou, no muy lejos de Shanghai, y exploré los alrededores. 

     Las grúas de construcción tachonaban el horizonte con smog, que parecía de color amarillo con el sol. Mi hijo Daniel, que estaba enseñando inglés en una universidad local, me dijo: "El amarillo es el color de desarrollo".

Durante mi estancia en Beijing como reportero cubriendo la economía de China desde 2011, el país se convirtió en la principal potencia comercial del mundo, superando a Estados Unidos, y la segunda economía más importante del mundo, superando a Japón. Los economistas dicen que es sólo cuestión de tiempo para que el PIB de China sea el mayor del mundo.

Este período también ha visto al Partido Comunista de China nombrar a un nuevo y poderoso secretario general, Xi Jinping, quien se pronunció como un reformador y quien publicó un plan de 60 puntos para reformar la economía de China. Además, el ha iniciado una campaña para limpiar la corrupción del partido. 

La purga, me dijeron sus admiradores, atemorizaría a burócratas, políticos y ejecutivos de las mega empresas locales de propiedad estatal --la Santísima Trinidad de los intereses creados-, lo que apoyaría los cambios de Xi.

¿Entonces, por qué al dejar China al final de una asignación de casi cuatro años, tengo cierto pesimismo sobre el futuro económico del país? 

Cuando llegué, el PIB de China crecía a casi 10% anual, como lo había hecho durante casi 30 años --una hazaña sin precedentes en la historia económica moderna. Pero ahora, ese crecimiento se está desacelerando a 7%. 

Hombres de negocios occidentales y economistas internacionales en China advierten que las estadísticas del PIB del gobierno son precisas únicamente como un indicio de la dirección, y la dirección de la economía china está claramente a la baja. 

Las grandes preguntas son qué tan rápido y en qué magnitud.

Mi propio reporte sugiere que estamos presenciando el final del milagro económico chino. Estamos viendo qué tanto el éxito de China dependió de una burbuja inmobiliaria impulsada por la deuda y el gasto, teñido por la corrupción. Una grúa de construcción no es necesariamente un símbolo de vitalidad económica; también puede ser un símbolo de una economía fuera de control.

La mayoría de las ciudades chinas que visité están rodeadas por extensos complejos de departamentos vacíos cuyos contornos sólo son visibles por las noches gracias a las luces intermitentes de sus pisos superiores. Estuve particularmente consciente de eso en los viajes a las llamadas ciudades de tercer y cuarto nivel --las cerca de 200 ciudades con poblaciones que van desde 500,000 hasta varios millones de habitantes, que los occidentales rara vez visitan, pero que representan 70% de las ventas de propiedades residenciales de China.

Por ejemplo, desde la ventana de mi hotel ubicado en la ciudad nororiental china de Yingkou pude ver que los edificios de departamentos vacíos se extendían kilómetros y kilómetros y que únicamente pasaban por ahí unos cuantos autos. 

Eso me hizo pensar en las consecuencias de una detonación de una bomba de neutrones --las estructuras quedan en pie pero sin gente a la vista.

La situación ha llegado a ser tan mala en Handan, un centro del acero que está a unos 300 kilómetros al sur de Beijing, que un inversionista de mediana edad, temiendo que un promotor local no fuera capaz de realizar sus pagos de intereses prometidos, amenazó con suicidarse de manera dramática el verano pasado. 

Después de escuchar historias similares de desesperación, funcionarios de la ciudad les recordaron a los residentes que es ilegal saltar desde lo alto de los edificios, dijeron inversionistas locales. 

Funcionarios de Handan no respondieron a las solicitudes para que brindaran sus comentarios sobre el tema.

Durante los últimos 20 años, los bienes raíces han sido un motor importante del crecimiento económico chino. A finales de 1990, el partido finalmente les permitió a los chinos urbanos ser dueños de sus casas, y la economía se disparó. La gente vertió sus ahorros en bienes raíces.

Industrias relacionadas como las del acero, vidrio y electrónica doméstica crecieron hasta que el sector inmobiliario representó una cuarta parte del PIB de China, o tal vez más.

La deuda financió ese auge, incluyendo el endeudamiento de los gobiernos, desarrolladores y de otras muy variadas industrias. Este verano, el Fondo Monetario Internacional señaló que en los últimos 50 años, sólo cuatro países han experimentado una acumulación de deuda tan rápida como China en los últimos cinco años. Los cuatro --Brasil, Irlanda, España y Suecia-- afrontaron crisis bancarias a los tres años de su recargado crecimiento crediticio.

China emuló a Japón y Corea del Sur en el uso de las exportaciones para salir de la pobreza. Pero la inmensa escala de China se ha convertido en una limitación. Como el mayor exportador del mundo, ¿qué tanto más de su crecimiento puede depender del comercio con Estados Unidos y especialmente con Europa? ¿Podrá cambiar hacia la innovación? 

Esa es la plegaria de toda economía avanzada, pero los rivales de China tienen una gran ventaja: sus sociedades fomentan el libre pensamiento y las distintas idiosincrasias que en ocasiones son precursores necesarios de esa innovación.  

Cuando hablé con estudiantes universitarios chinos, les pregunté acerca de sus planes. ¿Por qué, me pregunté, en una economía con un potencial aparentemente ilimitado, tan pocos optan por convertirse en empresarios? 

De acuerdo con los investigadores de Estados Unidos y China, los estudiantes de ingeniería de Stanford eran siete veces más propensos a unirse a las empresas de reciente creación, que los que están en universidades chinas de elite.

Una entrevista con un estudiante de ingeniería ambiental de la Universidad de Tsinghua se me quedó grabada. Sus padres se enriquecieron creando empresas que fabricaban zapatos y bombas de agua. Pero no tenía ningún deseo de seguir sus pasos --y ellos tampoco querían que lo hiciera. Era mejor que él trabajara para el Estado, le dijeron: El trabajo es más seguro y tal vez él podría terminar en un puesto del gobierno que podría ayudar a la empresa familiar.

¿La campaña de Xi revertirá la desaceleración de China, o por lo menos la limitará?

Tal vez. Él sigue la receta estándar de los reformadores chinos: reformar el sistema financiero para fomentar la toma de riesgos, deshacer los monopolios para imbuirle un papel más importante a la empresa privada y depender más del consumo interno.

Pero hasta los poderosos líderes chinos tienen problemas para hacer cumplir su voluntad.

A principios de año informé sobre el plan del gobierno para manejar un problema sencillo: reducir el exceso de producción de acero en Hebei, la provincia que rodea a Beijing. Hebei produce el doble del acero crudo que produce Estados Unidos, pero China ya no necesita tanto acero, por no hablar de las emisiones que oscurecen los cielos de Beijing. 

Xi tomó cartas en el asunto al advertirles a los funcionarios locales que su desempeño ya no sería juzgado simplemente por el aumento del PIB; sino que también contaría el cumplir con los objetivos ambientales.

En China, he aprendido, el amarillo no es sólo el color del desarrollo. También es el color de un atardecer.

Traducido por Luis Felipe Cedillo

Editado por Michelle del Campo

 

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Fecha de publicación: 26/11/2014