El amor no puede conquistarlo todo en ‘Cold War’ (‘Guerra Fría’). Vence lo que puede y eso, al final, ya es una especie de triunfo. Este oscuro y bello romance de Pawel Pawlikowski, que ganó un Oscar hace cuatro años por la cinta ‘Ida’, sigue el ir y venir, poniendo énfasis en los acontecimientos, de dos amantes a lo largo de 15 turbulentos años de la Europa posterior a la Segunda Guerra Mundial.

La acción se desarrolla principalmente en Polonia, Alemania y Francia, con una breve incursión en Yugoslavia. Todo eso hace que la historia parezca algo larga, al igual que el título hace que parezca fría. Sin embargo, con 88 minutos, la película es sorprendentemente corta para el terreno emocional que cubre y que se basa en un tórrido romance.

Desde otra perspectiva, es posible que el cineasta esté extrapolando sus limitaciones; la duración de ‘Ida’ fue de 82 minutos.

El hombre, Wiktor (Tomasz Kot), es alto, intenso y no mal parecido; es un pianista con algo de musicólogo. La mujer, Zula (una actuación sensacional de Joanna Kulig), es una chica de campo, o eso dice ella, y también cantante; se conocen en la Polonia rural de 1949, en las audiciones para conformar una compañía de música folklórica patrocinada por el estado.

   Como la mitad de un jurado de dos personas, él la considera un talento excepcional, aunque de ninguna manera tan puro como pretende serlo, ni musical ni personalmente. También decide, en un relampagueante instante del cual no hay vuelta atrás, que ella será la mujer de su vida, después de lo cual ambos se sumergen en una aventura amorosa tan tormentosa como trascendente.

 La música fluye a través de ‘Cold War’, teniendo a la política como contrapunto. La primera vez que estos elementos convergen inexorablemente es cuando un miembro destacado del Partido Comunista elogia a la compañía por mostrar los tesoros de la cultura polaca, luego anuncia que es hora de expandir el repertorio con una nueva canción sobre la reforma agraria y el líder del proletariado mundial, verbigracia, Stalin.

   Una de las preocupaciones de la película es cómo la política puede contaminar el arte y como un gobierno autoritario puede arruinar toda una nación, haciéndola insufrible quienes aman lo que alguna vez fue su país.

Esa no es la única razón de las vicisitudes de Wiktor y Zula --ellos conforman una pareja de caracteres volátiles, por lo tanto improbable-- pero si es la razón por la que Wiktor deserta, además de ser gran parte de su fracaso en florecer en el extranjero. “En Polonia eras un hombre”, le dice Zula cuando están juntos en París. “Aquí eres diferente”.

Esas dos oraciones sugieren lo concisión del cineasta como regalo, y no solo en el diálogo, aunque muchos pasajes evocan mundos en pocas palabras. Como cuando Zula le explica a Wiktor por qué pasó tiempo en la cárcel, le dice que su padre “me confundió con mi madre, así que usé un cuchillo para mostrarle la diferencia”.

Pawlikowski también evoca la esencia del romance en la pantalla grande con todo, a excepción  de imágenes mudas.

En una escena nocturna en un bistró, Wiktor se sienta en el bar a la espera de la llegada de Zula, quien, como predice una camarera, no aparecerá. Uno bien podría pensar en la cinta ‘Nighthawks’ en París, la imagen misma de la melancolía y el intenso anhelo por la persona amada.

Luego la camarera exclama “¡Ahhh!” y Zula aparece como por magia en el quicio de la puerta, que es entonces cuando la vida de Wiktor se transforma de inmediato, aunque solo sea por un breve momento.

Unas palabras más sobre esas imágenes. Como ‘Roma’, otra gloria de la temporada actual, la película se rodó en blanco y negro; el cinematógrafo fue Lukasz Zal, que fue co-director de fotografía con Ryszard Lenczewski, en ‘Ida’.

Como en ambas cintas, el resultado aquí es misteriosamente deslumbrante, tanto que se olvida que no es a todo color, los ricos negros y blancos radiantes son colores por derecho propio.

Además, el negro es el color de la pantalla entre los capítulos de una historia que toma audaces saltos narrativos fuera de la misma; el impacto de estas elipses es impresionante.

Unas breves palabras sobre la música, que tiene su propio barrido narrativo. Está la exquisita armonía ceñida de las canciones populares polacas; una muestra de Billie Holiday cantando ‘The Man I Love’; el jazz que Wiktor toca como un pianista emigrado en París (en un grupo que incluye a un saxofonista destinado a recordar a Sidney Bechet); y un set sensacional en el que un DJ de un club de París interpreta ‘Rock Around the Clock’ de Bill Haley, lo que incita a Zula a embriagarse y realizar un furibundo baile de libertad física y abandono espiritual.

“El tiempo no importa cuando estás enamorado”, dice una canción que canta Zula en su encarnación de una estrella del pop. Pero éste importa desesperadamente, por supuesto.

En la década y media que transcurre durante ‘Cold War’, los amantes, asediados por el destino personal y las circunstancias históricas, tienen poco tiempo para estar en paz con ellos mismos, y mucho menos con los demás.

Sin embargo, Zula quiere decir lo que dice cuando le comenta a Wiktor, al principio de su romance: “Estaré contigo hasta el fin del mundo”.

El final de la película, como tantas otras cosas que lo preceden, es exquisito más allá de las palabras.

Traducido por Michelle del Campo  

Editado por Luis Felipe Cedillo

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Fecha de publicación: 12/02/2019