Green Book’ (‘Una amistad sin fronteras’) reconforta el corazón pero después aturde. Es una lección general sobre el racismo, una cátedra sobre el poder de la empatía y,  a final de cuentas, una guía sobre la tolerancia descrita como una comedia de amigos inimaginables.

El título hace referencia a una guía turística de la vida real de los viejos tiempos de Jim Crow: ‘The Negro Motorist Green-Book’ (La guía del viajero negro), un compendio de los establecimientos donde los viajeros afroamericanos eran bienvenidos.

El pasado rígidamente segregado de Estados Unidos es el presente de la película. Es la década de los sesenta, y un culto músico afroamericano, Don Shirley (Mahershala Ali), sale de Manhattan con la guía del viajero para realizar una gira de conciertos por el sur del país, donde la segregación racial era implacable en ese tiempo.

Su chofer, Tony Lip (Viggo Mortensen), es el clásico saca-borrachos ítalo-estadounidense y ex conductor de un camión de basura que ha sido contratado principalmente para mantenerlo a salvo.

Las coprotagonistas son geniales y esta brillante producción de estudio encontrará una gran audiencia, aunque carece de ciertos matices. Los dos aprenden uno del otro y la película nos enseña con toda la sutileza de un maestro golpeando los nudillos de un alumno con una regla.

La vida real fue la inspiración de la historia, misma que revierte intrigantemente las polaridades raciales de ‘Driving Miss Daisy’ (y también se parece, con las polaridades originales vigentes a ‘The Intouchables’ (‘Amigos’), la película francesa sobre el tetrapléjico aristocrático blanco que contrata a un vigoroso ex convicto negro como su curador.

Tony Lip, quien murió en 2013, hizo una gira por el sur de Estados Unidos con Don Shirley a principios de la década de los sesenta; también se convirtió en actor, destacándose principalmente como un jefe mafioso de Nueva York en la serie ‘The Sopranos’.

Shirley, quien también murió en 2013, fue una figura singular en Nueva York durante muchas décadas. Como pianista y compositor de formación clásica, vivió bien, e incluso con elegancia, en uno de los departamentos para artistas de Carnegie Hall, desarrollando un estilo distintivo que combinó la sensibilidad del jazz con la música popular pero muy al estilo sinfónico.

En la película, una fábula que no pretende ser de la vida real, él es una figura extravagante que se conduce con un aire de realeza africana en su primer encuentro con Tony, y que domina a su chofer y guardaespaldas, tratándolo desde el principio como el párvulo emocional e intelectual que parece ser.

En otras palabras, una buena configuración para que dos personajes de carácter fuerte se enfrenten entre sí hasta que descubren las cosas de las que están hechos, y para que dos espléndidos actores exhiban sus talentos respectivos.

Ali desempeña el papel más llamativo, y lo desempeña al máximo, lo que significa llevar a Don --o doctor Shirley como le gusta llamarse así mismo--, más allá de la condescendencia, a un humor astuto, imperioso, astuto, evasivo emocional y la soledad que rígidamente defiende.

Mortensen tiene el papel más sustancioso, el de un cara dura con la intolerancia informal que es tan natural en él, así como su glotonería. Pero también tiene el papel más peligroso, debido a lo ampliamente que ha sido dirigido por Peter Farrelly (‘Dumb and Dumber’, et al.) haciendo aquí su debut como director en solitario.

Farrelly trabajó a partir de un guion plagado de ligerezas en negritas y cursivas, que escribió con Nick Vallelonga, el hijo de la vida real de Tony, y Brian Hayes Currie.

Gran parte de esto funciona de manera encantadora, gracias a la improbable extravagancia de Mortensen: Tony es claramente un tipo de corazón robusto, así como vago e imbécil a la vez. Además, gran parte de la película funciona de manera fabulosa cuando Tony comienza a ver la maldad que implica la segregación; le presenta a Don las delicias de Kentucky Fried Chicken, Little Richard y Chubby Checker; y se convierte en el devoto amigo del músico, así como su defensor a puño limpio.

 Sin embargo, ‘Green Book’ se desgasta, y cómo no, ya que es básicamente una construcción ilustrativa en la que cada escena tiene un formato predecible y un propósito claro.

Don y Tony viajan en un vacío dramático donde los personajes secundarios solo están ahí como apoyo para destacar los puntos claves de la trama: entre estos los asiduos a los clubes campestres; un vendedor de ropa que no deja que Don se pruebe un traje; los aparceros que observan en silencio desde el otro lado de la cerca mientras Tony se ocupa del radiador sobrecalentado del Caddilac sedan que el sello discográfico de Don ha alquilado para que ambos realicen la gira.

El argumento a favor de estas ilustraciones es que son educativas, un conjunto de lecciones de la historia racial de Estados Unidos que podrían aturdir a los jóvenes miembros de la audiencia. Aun así, bajo la superficie, la escritura llena de clichés lo deja a uno ansiando ver algo más sustancioso.

¿Por qué, por ejemplo, Don nunca habla de música, su pasión, con los músicos que viajan con él en la gira como miembros del Don Shirley Trio? Y quien le explica sus conflictos artísticos a Tony --los de un hombre negro que se dedicó a la música popular después de ver frustrada su carrera clásica para la que tenía un don brillante.

Pero esa sólo es una explicación, la gemela perezosa de la exposición, a alguien que, para decirlo con gentileza, es lento de aprendizaje. Y esa es otra zona mortal. Tony y Don, tal como están escritos --aunque ciertamente no como son actuados--  no tienen nada en común sino su naturaleza humana. Eso está bien para la moraleja que transmite la película, pero no en su autenticidad. 

 En la vida real, estos dos personajes que vemos en la pantalla se habrían vuelto locos en un minuto.

Traducido por Michelle del Campo  

Editado por Luis Felipe Cedillo

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Fecha de publicación: 06/02/2019