Justo a tiempo para Pascua, Steven Spielberg nos brinda ‘Ready Player One’ (‘Comienza el juego’), una aventura de acción extravagante, ambientada en el futuro no muy lejano de 2045, que al igual que los tradicionales huevos de esta temporada, tiene una sorpresa inesperada en el centro de la trama.

     El huevo aquí es virtual, uno de esos secretos ocultos en los videojuegos, y la mayor parte de la acción tiene lugar en el Oasis, un juego de realidad virtual que ofrece a los jugadores de todo el mundo una alternativa adictiva a la miseria del mundo real. En muchos puntos a lo largo del camino, la película muestra la marca magistral de su creador: persecuciones vertiginosas, vistas sorprendentes, humor cautivador y destellos brillantes de romance juvenil.

     Sin embargo, Spielberg aquí funge tanto brujo como aprendiz. La tecnología que le permitió conjurar todas estas cosas espectaculares parece haber cobrado vida propia. Aunque el guion de varias capas tiene mucho en mente, las ideas y los sentimientos deben competir con una sucesión implacable de secuencias generadas por computadora que no difieren demasiado de lo que el público ve en las pantallas  un verano tras otro.

     La historia comienza en un centro de casas rodantes de Columbus, Ohio -- Zak Penn y Ernest Cline basaron el guion en la novela para jóvenes escrita por este último.

      Es un centro vertical, el traspatio de un desarrollo de viviendas llamado Stacks, y la cámara de Janusz Kaminski, el director de fotografía de la película, atisba a algunos de sus residentes con anteojos de realidad virtual ajustados a sus cabezas, mientras ellos se retuercen, giran, brincan, o golpean en los confines de sus lúgubres departamentos.

      Quienes están simultáneamente en otra parte, por supuesto, como avatares vagando por el Oasis. “Hoy en día la realidad es un fastidio”, explica Wade Watts (Tye Sheridan), el narrador y héroe nerd de espíritu dulce, cuyo avatar, Parzival, es una variante de Perceval, uno de los caballeros de la Mesa Redonda que encontró el Santo Grial.

     Aquí el grial que busca Wade es el esencial huevo de Pascua, escondido en los rincones más profundos del juego por su creador, James Halliday (Mark Rylance). Como un genio solitario, Halliday es adorado tras su muerte como algo entre un santo cibernético y una divinidad. En la misión en tres partes que ideó, quien logre encontrar el premio heredará el Oasis y la corporación inigualablemente poderosa que lo posee.

     Parte de la diversión de este esquema radica en el anonimato-- nadie sabe quién está detrás de los avatares en la vida real-- y en la lenta revelación de identidades. Los compañeros de Wade en la búsqueda del tesoro usan, además de visores de realidad virtual, trajes, botas y guantes para registrar la experiencia táctil. Se llaman a sí mismos High Five, e incluyen un caprichoso coloso llamado Aech, y una combativa luchadora callejera llamada Art3mis, que es una variante de Artemisa, la diosa griega de la cacería.

     Ella es deslumbrante, como por lo general son los avatares --su exquisita cara triangular está coronada por un alborotado pelo electrificado-- el personaje en el juego resulta ser una hermosa joven llamada Samantha, interpretada por Olivia Cooke. (Cooke fue la chica protagonista de ‘Me and Earl and the Dying Girl’).

      El malvado rival de los High Five, Sorrento (Ben Mendelsohn), dirige otra gran compañía de la industria del ciberespacio, por lo que se convierte en una competencia entre la avaricia corporativa y la pureza del joven jugador, aunque debes preguntarte qué tan puros se mantendrán los chicos si heredan el Oasis y toda la riqueza que éste implica.

     Otra fuente de diversión, tal vez la fuente principal, proviene de la nostalgia. Wade desearía haber crecido en la década de los ochenta, durante el florecimiento de la tecnología consagrada en las películas ahora clásicas o clásicamente tontas.

      Ready Player One’, cuyo título se deriva de la pantalla de apertura en los juegos de Atari, es un museo viviente de sorpresas que nos ofrece innumerables referencias de los ochenta, muchas oscuras y otras demasiado obvias como el DeLorean de Parzival (todos saben a qué película de Robert Zemeckis se refiere); un cubo Rubik llamado cubo Zemeckis; películas de John Hughes; una referencia fenomenal a ‘The Shining’; música lírica de guitarra estilo ‘Saturday Night Fever’; Duran Duran; Thriller de Michael Jackson; Chuckie; “Buckaroo Banzai” y así sucesivamente.

     Todo culmina en una carrera, derivada del juego Atari ‘Adventure’, que reúne no solo a Iron Giant, un intruso de la película animada de 1999 de Brad Bird, sino también a personajes del género de la acción como King Kong y Mechagodzilla.

     El filme transporta a todos y a todo a gran velocidad por lugares de interés de Manhattan que se combinan y despliegan como paisajes urbanos en ‘Inception’ de Christopher Nolan.

     Pero, ¿qué hay de malo en esta parte de la película, aparte de la mezcolanza de imágenes que atemoriza la mente y que constituye tanto su orgullo, como su pesada carga? Para ser justos, debo señalar que asistí a ver el filme en 2-D, tal vez me perdí algo de la versión 3-D.

     Se puede encontrar una pista en el logotipo de Amblin Entertainment que abre el filme. Es la silueta austera e inolvidable de la obra maestra de 1982 de Spielberg, ‘E.T.’ - el niño en su bicicleta con el extraterrestre oculto a simple vista en el manubrio.

     No tiene que ser un fanático de la tecnología para recordar cómo se conmocionó su corazón cuando esa bicicleta se elevó mágicamente al cielo, o cómo las otras películas de acción del director durante esa década --que comprensiblemente se escapan en las copiosas referencias de esta nueva-- incluyen placeres como el irónico encanto del aventurero rompecorazones de Harrison Ford en ‘Raiders of the Lost Ark’; y el correr de multitudes aterrorizadas en ‘Empire of the Sun’; o la simplicidad de una montaña rusa en la ya clásica escena del recorrido vertiginoso en el carrito de carga minero de ‘Indiana Jones and the Temple of Doom’.

     Una de las rarezas de la dirección de Spielberg en esta ocasión es que el cineasta, a menudo culpado por una veta sentimental, ha hecho una película principalmente, aunque no del todo, notable por su eliminación emocional.

      Esa es la naturaleza de la producción, sin duda, y no tiene sentido preguntar, como algunos lo han hecho recientemente, si aún Spielberg puede divertirse a la edad y el estado en que está actualmente. Claro que él debe haberse divertido mucho haciendo este inmenso juguete de película, pero hay una falta de coincidencia fundamental entre el artista y el material.

   Los hápticos no eran necesarios para sentir la atracción emocional de sus mejores películas; apuntan al corazón y golpeaban mucho más a menudo de lo que se echaban de menos. ‘Ready Player One’ apunta a las glándulas suprarrenales. Y el que ésta alcance su objetivo, y a su audiencia objetivo, que son los jóvenes, aún está por verse.

Traducido por Michelle del Campo  

Editado por Luis Felipe Cedillo

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Fecha de publicación: 03/04/2018