Si existe un secreto para lograr la adaptación exitosa a la pantalla grande de ‘A Wrinkle in Time’ (‘Un viaje en el tiempo’), ese sigue siendo un secreto.

La versión de Disney de la novela juvenil de Madeleine L'Engle es un paseo mágico y misterioso, sin la magia y el misterio, y una gran decepción, ya que había muchas razones para que ésta fuera una película exitosa.

Es una producción racialmente diversa con elaboradas atracciones de ciencia ficción centradas en Meg Murry (Storm Reid), una chica inteligente y valiente que está recorriendo planetas distantes en busca de su padre desaparecido. También es la primera vez que una mujer de color, Ava DuVernay, dirige una película de estudio de gran presupuesto. Pero a la cinta le falta esa chispa vital y toda esa magia digital en el cosmos no pudo reemplazarla.

El material fuente de la historia siempre ha presentado desafíos, tal vez insuperables; la adaptación para la televisión de 2003 fue un fiasco.

Desde su publicación en 1962, el libro de L'Engle ha sido apreciado por generaciones de jóvenes lectores, pero no se caracteriza por su pulcritud.

El viaje a través del tiempo y el espacio simplemente sucede, así como así; el único gesto hacia una explicación es que eso lo permite algo llamado un teseracto (figura formada por dos cubos tridimesionales que se despalzan en una cuarta dimensión).

La amada heroína, en su adolescencia y convencida de que no es una joven atractiva, recibe ayuda de un trío de guías celestiales que cambian de forma. La narrativa de forma libre toca áreas tan diversas como la física de partículas, el mito cristiano (esas guías no fueron asignadas al viaje por un operador turístico) y los peligros que implican el conformismo enfermizo de la sociedad.

La preocupación central, sin embargo, es el descubrimiento gradual que tiene que hacer Meg de su personalidad, de su ser hermoso y al mismo tiempo singular. El libro atrae a los lectores con energía inagotable, imágenes vívidas y el constante deleite en Meg y su hermano pequeño, Charles Wallace (interpretado aquí por Deric McCabe), ambos prodigios de inteligencia y pasión que se convierten en luchadores contra las fuerzas galácticas de la oscuridad.

La película reduce los coeficientes intelectuales de los niños protagonistas, aunque siguen siendo brillantes y articulados, y eso eleva las apuestas cósmicas con descuidada grandiosidad. No es suficiente para Meg ser mujer y valiente; a quien Which, interpretada por Oprah Winfrey, exhorta a ser guerrera (palabra que no aparece en el libro), una aparición solemne y prodigiosamente engalanada que flota en el aire como uno de los grandes globos del desfile de Acción de Gracias de Macy's en Nueva York. 

    Sus acompañantes son Who y Whatsit, interpretadas, respectivamente, por Mindy Kaling y Reese Witherspoon. Solo Witherspoon se las arregla para divertirse en su papel, aunque no mucho.

Tampoco es suficiente que Meg se sienta amada por lo que es, y digna de ser amada por lo que logra. Ella está segura del amor, colmada de amor en la tradición sagrada del movimiento de autoestima. “El amor siempre está ahí para ti, incluso si no lo percibes”, dice su padre, interpretado por Chris Pine, en un recuerdo fugaz de su vida familiar antes de su desaparición.

En lugar de confiar en el poder del material para enseñar con el ejemplo, la película dispensa dosis de liberación prolongada de las panaceas estándar de Disney: la preponderancia de la familia, la importancia de la alabanza.

En un modo particular de enseñanza, el guion, de Jennifer Lee y Jeff Stockwell, ofrece una explicación temprana y sonoramente clínica del comportamiento de Meg cuando el director de su escuela le dice: “No puedes seguir utilizando la desaparición de tu padre como una excusa para actuar”.

En cuanto a los peligros del conformismo, se los trata con desdén en un par de secuencias que son filmadas bellamente como niños clonados rebotando pelotas al unísono, pero no desarrolladas dramáticamente.

Por la evidencia en la pantalla, DuVernay y sus colegas carecieron de una visión original de la película. Se dedicaron a ilustrar el libro --a veces de manera sorprendente, algunas veces con videos musicales-- pero nunca encontraron su esencia emocional, o la intimidad y espontaneidad para transmitirla.

Storm Reid es atractiva como la heroína, que es birracial en esta versión, pero se ve limitada por un papel que a menudo convierte a Meg en espectadora pasiva de los eventos exteriores.

    En ‘El mago de Oz’, cinta con la cual ‘A Wrinkle In Time’ tiene muchas semejanzas, Judy Garland fue un fenómeno para su generación, no solo una estrella joven, sin embargo no podría haber hecho lo que hizo sin el ardiente y dinámico libreto, algo que está ausente en este caso.

Deric McCabe, que es aún más joven, es encantador como el precoz sobrecogedor Charles Wallace, pero tiene dificultades para recitar sus intrincadas líneas. Levi Miller personifica a Calvin, el chico atractivo que acompaña a Meg y Charles en su viaje. (Calvin le dice dos veces a Meg que le gusta su cabello, pero su personaje está tan poco desarrollado que no sabemos de qué está hablando cuando lo dice, hacia el final de la cinta, quien finalmente puede decirle ciertas cosas que ha necesitado decirle a su papá).

 Zach Galifianakis le da destellos de energía cómica al fragmentario papel de Happy Medium. Gugu Mbatha-Raw es silenciosamente impresionante como la madre de Meg; su actuación es elegante y sólida al mismo tiempo.

    Pero Pine está atrapado con pomposidades altisonantes como el padre de Meg. En un momento lo vemos hablando de las maravillas de la ciencia como un simulacro de inteligencia artificial de Neil deGrasse Tyson. Hacia el final, le dice a Meg: “Quería estrecharle la mano al universo, pero debí haber estado sosteniendo la tuya”, y te preguntas cómo cualquier científico, por atrevido que fuera, extendería un apretón de manos de tan largo alcance.

Traducido por Michelle del Campo  

Editado por Luis Felipe Cedillo

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Fecha de publicación: 27/03/2018