En el caso de ‘Roman J. Israel, Esq.’, permítame estipular desde un principio que Denzel Washington bien podría leernos textos de leyes y aun así mantenernos absortos. De hecho, eso lo hace de vez en cuando en este drama criminal de Dan Gilroy, quien hizo su debut como guionista y director hace tres años con la ligera y absorbente cinta ‘Nightcrawler’.

     La nueva película de Gilroy no intenta ser ligera. Cuando su heroico abogado no está citando un precedente legal, utiliza un lenguaje espectacularmente florido que refleja su inusual estado mental. Aunque hay cierta desconexión entre lo que vemos y escuchamos con lo que debemos sentir. A pesar de la intensidad y apasionamiento de Roman, él sigue siendo una obra en construcción, un símbolo del espíritu inextinguible más que la encarnación del mismo espíritu.

     La historia se desarrolla en Los Ángeles actuales, pero Roman es un devoto de carne y hueso de la década de los sesenta, un abogado defensor y activista de los derechos civiles con el molde de su papel, Bayard Rustin. También es una mezcla entre el Cándido de Rousseau y Don Quijote de Cervantes de Saavedra, en parte porque su feroz radicalismo ya pasó de moda, y en un mayor alcance porque parece residir en el espectro del autismo, en algún lugar en el vecindad del síndrome de Asperger.

     Durante más de un cuarto de siglo, su prodigiosa memoria lo ha convertido en el pilar intelectual de un bufete de abogados compuesto por dos personas, pero su déficit en habilidades sociales lo ha mantenido tras bambalinas, lejos de la sala del tribunal. Ahora, la muerte repentina de su compañero, quien daba la cara en los litigios, deja a Roman solo en un mundo desconcertante.

     Éste es el escenario para lo que resulta ser otra escenificación muy larga, una abundancia de detalles sobre la existencia valerosa pero hermética del héroe en proceso de envejecimiento.

     Gilroy ya nos ha mostrado, en uno de las primeras tomas, que este abogado obsesivo-compulsivo, con sus gafas estilo aviador y cabellera afro muy retro, tapiza todos los espacios de su oficina con notas de colores --tal plaga de hojas amarillas que no pude dejar de pensar “ah, oh, eso sí es sutileza”.

     Lo mismo ocurre con su dieta básica, mantequilla de maní: innumerables jarras de esta alineadas en los estantes de su pequeño y desvencijado apartamento. Mi respuesta fue algo así como “Lo entiendo, lo entiendo”, aunque no pude evitar darme cuenta de que mi compañera se conmovió hasta las lágrimas por el aislamiento autoimpuesto de Roman. Las maquinaciones de una persona son la socio-patología de otra persona.

     Finalmente, la película gana fuerza y Washington, quien subió de peso para representar el personaje, puede desarrollar algunas escenas con sustancia dramática. Pero siguen siendo escenas, o señales de la trama --a veces con una redacción notablemente torpe-- en un improbable melodrama de tentación, caída y la consabida redención.

    Una persecución automovilística en el desierto ni siquiera califica como un indicativo, solo es una banal persecución en el desierto, a menos que haya pasado por alto alguna referencia bíblica.

      Colin Farrell es un abogado implacable que lleva a Roman a colaborar a un despacho legal que es moderno pero en todas las peores formas. Carmen Ejogo es una organizadora comunitaria con su propia dedicación a los derechos civiles, y una profunda apreciación de lo que Roman ha hecho con su vida. “Realmente tomaste el liderazgo con tu defensa”, le dice durante la cena.

     La respuesta adecuada a un comentario como ese es la maniobra de Heimlich.

Traducido por Michelle del Campo

Editado por Luis Felipe Cedillo

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Fecha de publicación: 27/02/2018