‘Three Billboards Outside Ebbing, Missouri’ (‘Tres anuncios por un crimen’) expande el potencial de la publicidad exterior, haciendo lo mismo por el medio cinematográfico. Las vallas publicitarias transmiten una sorprendente expresión de indignación moral.

La película es, por turnos, y a veces simultáneamente, oscuramente cómica, tremendamente profana, descaradamente hilarante y sorprendentemente violenta, por no mencionar frívola, tierna, poética y profunda. También es difusa, al menos al principio; los temas tardan en gelificar.

En esencia, el tercer largometraje de Martin McDonagh es una historia de venganza, un testimonio al poder del dolor y la posibilidad de otorgar perdón, y una cuenta vertiginosa de cómo la violencia engendra violencia, con una breve pausa para preguntarse quién usa realmente la palabra "engendrar"

Las palabras son importantes aquí, McDonagh fue dramaturgo antes de empezar a producir películas, y aquí fluyen en un torrente ácido de los labios de Mildred Hayes, una residente local interpretada con gloriosa ferocidad por Frances McDormand. Meses después de la violación y asesinato de su hija, no se ha encontrado ningún sospechoso y no hay señales de que los policías lo estén buscando, por lo que Mildred alquila tres vallas publicitarias de una carretera cercana a la ciudad y publica su propia versión analógica de un mensaje directo al jefe de policía. Ben Davis es responsable de la buena cinematografía.

No importa que el camino rara vez se use desde que se construyó la carretera interestatal. Ella se imagina que alguien que pase por allí notará las grandes letras negras sobre fondos rojo sangre, y tiene razón; las vallas publicitarias de Mildred se convierten en las municiones de su guerra contra el jefe de la policía, Bill Willoughby, y su compinche racista, el oficial Jason Dixon. (Dado que los elogios pueden ser tan repetitivos como el menosprecio, estipulemos que nadie en el elenco es algo menos que excelente, mientras que Woody Harrelson, como Willoughby, y Sam Rockwell, como Dixon, están a la altura de McDormand en el panteón de las inolvidables actuaciones.

 En este punto, la película, ambientada en la ciudad ficticia de Ozarks, parece haberse posicionado astutamente en la intersección de dos temas contemporáneos, la furia femenina y el empoderamiento (ambos tópicos valen por uno), y la mala conducta policial. Sin embargo, resulta que el guion que fue escrito hace ocho años y McDonagh es el director menos orientado a los temas que manejan los cineastas contemporáneos.

Él está enfocado hacia los temas del amor y el dolor; alegría y desconsuelo, como lo muestra su áspero y hermoso filme ‘In Bruges’, y no hay necesidad de mencionar que esa tendencia también se encuentra en ‘Seven Psychopaths’. Es un coleccionista de caprichos, un conocedor de la complejidad humana y discípulo de la redención.

Todos en la película tienen dimensiones inesperadas. Por citar un ejemplo sin dar demasiada información, hay una enconada confrontación entre Mildred y Willoughby, teniendo a ambos casi literalmente en la garganta del otro. De repente, la mortalidad irrumpe en la escena sin invitación, su enojo se disipa, ella le dice tiernamente: “Lo sé, bebé”, y entonces sabes que estás viendo a dos personas con la capacidad de cambiar, para bien o para mal, o en algún punto intermedio.

 En el caso de Mildred, el cambio se da principalmente hacia el mal antes de que surja cualquier atisbo de esperanza. Su furia se alimenta de su dolor, eso está claro, pero esta madre iracunda con el ceño adusto --su hijo adolescente es interpretado por Lucas Hedges--, puede ser tan cruel como una piedra, tanto en sus hechos como en sus palabras. Un letrero de “Peligro” aún cuelga en la puerta de la habitación de su hija muerta, pero Mildred ahora es la más peligrosa, por eso es aún más notable la actuación de McDormand, infaliblemente interesante y consistentemente boyante, incluso cuando en todo momento excluye cualquier posibilidad de un rasgo humorístico.

El oficial Dixon es otra historia. El lector de historietas y bruto casual, es el hijo consentido de mamá, en resumen una arpía interpretada por Sandy Martin, que tiene una voz de timbre eléctrico. De cualquier manera, Dixon tiene un alma aún no resuelta y permanece al alcance de sus mejores cualidades.

Cada escena ofrece sorpresas o revelaciones. Welby (Caleb Landry Jones), un representante de ventas de la empresa que es propietaria de las vallas publicitarias, es un fiel defensor de la libertad de expresión, hasta que alguien se entromete con él. Abercrombie (Clarke Peters), un policía profesional contratado para reforzar el departamento de policía de Ebbing, demuestra ser, de todas las cosas, un pilar de probidad.

Willoughby saborea la perfección de un día soleado a orillas de un río con su adorable esposa, Anne (Abbie Cornish), y sus dos hijos pequeños. Penélope (interpretada por Samara Weaving), la exageradamente joven novia del ex marido de Mildred, Charlie (John Hawkes), no está segura de la diferencia entre la polio y el polo. James, Peter Dinklage, un enano que invita a Mildred a cenar, le dice con toda seriedad que va a pasar al baño de los hombrecitos.

La mayoría de estas personas se pasan la vida, día tras día, lo mejor que pueden, dentro de los límites de su comprensión. La excepción es Willoughby, quien, debido a circunstancias especiales que nunca buscó, obtiene destellos ocasionales del infinito. Es como si McDonagh nos hubiera dado, a través de su jefe de policía, la contraparte dramática de un tropo fotográfico que se ha llamado vista de Dios: la cámara enfocada directamente hacia abajo colgada de un poste, o, más comúnmente en estos días, de un dron.

La vista en ‘Three Billboards Outside Ebbing, Missouri’ está lejos de ser elevada, y mucho menos divina, pero mientras vemos esta maravillosa película, podemos ver quién es realmente Mildred y todos los demás, y, mejor aún, en quién pueden convertirse.

Traducido por Michelle del Campo  

Editado por Luis Felipe Cedillo

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Fecha de publicación: 23/01/2018