El primer vistazo que tenemos de Winston Churchill en ‘Darkest Hour’ no incita al elogio, aunque tampoco es su cometido. Es un viejo desaliñado en pijama y bata de baño color de rosa, sentado en la cama, con un puro en la boca, una bandeja de desayuno que incluye vino y un periódico cuyas páginas han sido planchadas por un abnegado sirviente.

“Es un hombre, como cualquier otro”, dice su esposa secamente, tratando de tranquilizar a su nueva y nerviosa secretaria.

Pero nosotros sabemos que no lo es. Es el hombre que pronto se convertirá en primer ministro de Reino Unido, el hombre que, más que cualquier otro, fijará el rumbo de su nación durante los oscuros primeros días de la Segunda Guerra Mundial, cuando parece imparable la maquinaria bélica de Hitler y que es inminente la invasión nazi a Gran Bretaña.

También Gary Oldman, quien interpreta a Churchill, no es un actor como cualquier otro. A la vez formidable y modesto, ha personificado y prácticamente encendido una extraordinaria variedad de papeles, desde su interpretación de Sid Vicious, el vocalista de Sex Pistols, hasta George Smiley, el personaje de John le Carré. Pero él está excelente en esta ocasión, un estudio del liderazgo excéntrico pero magnético, y con una actuación magistralmente lograda.

Gran parte de la autoridad audible de Churchill reside en sus palabras que repercuten, y la inflamada perorata de su oratoria formal. La interpretación que realiza Oldman sobre los discursos del gran estadista elevan esta película, que fue dirigida por Joe Wright a partir de un guion de Anthony McCarten.

Churchill también libra una batalla espontánea con sus rivales políticos en el Parlamento durante una serie de debates desvergonzadamente fogosos en exceso, debido a cómo los organizó Wright, aunque de todos modos disfrutables.

Sin embargo, la mayor parte de ‘Darkest Hour’ se desarrolla en oficinas sucias, pasillos angostos y bunkers subterráneos. Ahí es donde se está confeccionando la política, y donde las incertidumbres y las dudas de Churchill se ven expuestas a la tenue luz de la noche.

¿Debería Gran Bretaña luchar hasta el final, como cree con todo su corazón y la mayor parte de su alma, o debería el gobierno explorar conversaciones de paz con el monstruo devorador de Berlín, como lo insisten Neville Chamberlain y sus aliados?

La película tiene éxito en la escurridiza tarea de retratar el aislamiento espiritual y político de Churchill a medida que Europa es engullida por ese monstruo bélico.

Pero con la sapiencia que nos de la retrospectiva, sabemos muy bien que las negociaciones con Hitler hubieran sido fútiles, así como suicidas, y que Churchill realmente abogó por el único camino correcto.

Es conmovedor, entonces, verlo luchar consigo mismo, antes que nadie. Además, es sorprendente que, aunque los realizadores afirman estar en el terreno firme de los hechos, enterarnos que fue Churchill quien precisamente inició la Operación Dínamo, la flotilla civil que evacuó de manera heroica a las tropas aliadas de Dunkerque, que estaban asediadas de forma implacable por el enemigo y en riesgo de verse aniquiladas a la brevedad.

Un comentario sobre la apariencia, ya que se relaciona con la esencia. Ésta es ricamente satisfactoria así como lo es la actuación de Oldman. Él no nació, como lo dice la tan llevada y traída frase, para desempeñar ese papel. No tiene una cara regordeta y tampoco es un hombre corpulento de 65 años, tal y como lo fue Churchill al comienzo de la Segunda Guerra Mundial.

La proeza se debe a Kazuhiro Tsuji, el legendario diseñador de prótesis y maquillador. El maquillaje de la vejez puede arruinar una película si no se logra a la perfección; vea a Billy Crystal en ‘Mr. Saturday Night’. La transformación que hace Tsuji de la fisonomía de Gary Oldman es sutil, ya que su prótesis facial se mueve e incluso parece respirar de una manera realista, pero es tan completa que ni siquiera se nota.

Otro paréntesis, ahora sobre el alejamiento de los hechos y la apropiación indebida. ‘Darkest Hour’ se desactiva temporalmente cuando Churchill se aventura en el metro de Londres para conocer lo que los británicos comunes piensan que él debería hacer.

La secuencia es efectiva, en una forma cursi y hasta cierto punto manipuladora, pero también es absurda en sus ecos sintéticos que reconfortan, muy al estilo de Frank Capra.

Además es vergonzoso que la película haga suya la célebre frase de un gran estadounidense. No fue Chamberlain el que dijo sobre Churchill, como dice la película, que "movilizó el idioma inglés y lo envió a la batalla". Fue el periodista Edward R. Murrow, y lo dijo en 1954, casi una década después del final de la guerra.

Sin embargo, eso es pecata minuta en una película que informa, que incluso inspira y a la vez entretiene.

Lily James es tranquilamente conmovedora, interpretando a Elizabeth Layton, la secretaria Churchill que intenta, y fracasa en tiranizar a su jefe. Kristin Scott Thomas está muy bien como la amorosa y sufrida esposa de Winston, Clementine.

“Estoy consiguiendo el trabajo”, le dice Churchill desde el principio, cuando parece que sustituirá a Chamberlain como Primer Ministro de Gran Bretaña, “porque el barco se está hundiendo”. Puede haber sido así en ese momento, pero gracias en gran medida a él, el barco permaneció desafiante y a flote.

Traducido por Michelle del Campo  

Editado por Luis Felipe Cedillo

Copyright © 2017 Dow Jones & Company, Inc. All Rights Reserved

 


Fecha de publicación: 16/01/2018