‘The Shape of Water’ (‘La forma del agua’) es un torrente de imágenes sintonizadas musicalmente, pero de manera suntuosa, una marejada irrefrenable de sentimientos que le dejará una mítica resaca.

Empezar a describir las bellezas de la fábula romántica de Guillermo del Toro puede llevar a excesos verbales, ya que es una mezcla tanto exótica como erótica: ciencia extraña extraída de las antiguas revistas de caricaturas; intriga de la Guerra Fría; la inhumanidad del hombre frente a la igualdad de oportunidades para el ser humano y otras especies, y el amor de una mujer solitaria por una criatura que podría haber surgido de una mítica laguna.

Hasta ahora, del Toro ha sido mejor conocido por sus adaptaciones de historietas, especialmente el par de películas épicas ‘Hellboy’, y por un par de películas de terror con una inquietante resonancia política: ‘The Devil's Backbone’ (‘El espinazo del diablo’) y ‘Pan's Labyrinth’ (‘El laberinto del fauno’).

Esta vez, dirigiendo con base en un guion que escribió con Vanessa Taylor, ha dado luz a una película que usa el clásico poder del cine para fundir temas dispares más o menos a la perfección.

Para abrir boca --en lo que puede ser considerado como un sueño surrealista para una secuencia inicial--, está Elisa, una especie de heroína de la era del cine mudo interpretada por Sally Hawkins. Ella es una mujer de limpieza en un centro de investigación militar de principios de la década de los sesenta en Baltimore, Elisa es muda, pero no sorda, perdió la voz en la infancia y está sobrenaturalmente atenta a todo y a todos los que la rodean.

Hawkins nos recuerda cuán intensas podían ser las películas mudas. Ella nos brinda la mejor actuación del año con el silencio más penetrante que se haya visto. La compañera de equipo de limpieza de Elisa, Zelda, es interpretada con entusiasmo por Octavia Spencer.

Las películas que tienen al cine como leitmotif lo manifiestan desde el inicio. Elisa vive en una vetusta sala de cine ubicada en un destartalado edificio cuyos corredores están atestados de latas de película de 35 mm. El amor cinematográfico, particularmente el amor al cine musical, es un vínculo entre ella y su vecino, Giles, interpretado por Richard Jenkins, un ilustrador independiente y solitario; un hombre que está ansiosamente recluido en el disfraz del día. Jenkins es excéntrico e irresistiblemente encantador.

 Las películas no son su único vínculo, o su único amor. Se necesitan el uno al otro, se adoran y se deleitan, como dos niños sentados en el balcón, con las estrellas de la Era Dorada de Hollywood que ven en su  televisión en blanco y negro: Alice Faye, Bill "Bojangles" Robinson, Shirley Temple, Betty Grable.

Así transcurre su vida hasta que Elisa descubre, en la instalación donde limpia y trapea, un ente nadador extremadamente vivo semejante al personaje principal del clásico de ciencia ficción de 1954 ‘El monstruo de la laguna negra’.

 Él no tiene nombre. Solo es llamado “el activo” o “el objeto” por sus captores militares estadounidenses, que lo encadenaron y lo encerraron en un tanque atornillado al piso que parece sacado de un rincón oscuro de una historia de Julio Verne.

 “Lo que guardamos aquí es una afrenta”, dice Strickland, el antagonista espectacularmente malvado interpretado por Michael Shannon, quien lo sacó de un río de Sudamérica, donde los nativos adoraban a la criatura como a un dios. Al principio de la película nos dicen que Elisa, una huérfana, también fue encontrada en un río.

En la película de 1954, la criatura era claramente un actor ataviado con un traje de goma. Ahora, interpretado con agrado por Doug Jones, el ente se beneficia de unas elegantes prótesis, con correas flexibles y agallas sensuales, pero el parecido familiar es inconfundible e intencional: ‘The Shape of Water’ también califica como una película de monstruos.

Así que en la tradición sagrada del género, la criatura de la jungla, cueva o laguna es inocente, mientras que el verdadero monstruo es el ser humano. Shannon desarrolla esa tradición bastante bien. Ya lo hemos visto interpretar malvados con anterioridad: esos son los papeles que este talentoso artista usualmente obtiene, gracias a su formidable estatura y sorprendente fisonomía. Aun así, Strickland es otra cosa, un fanático racista y religioso que tiene el deseo insaciable de satisfacer su crueldad.

Los militares no ganan corazones o mentes aquí. Son caricaturizados en el apogeo de la Guerra Fría, cuando Estados Unidos está extendiendo su poder al extranjero y al espacio. Pero tampoco lo hace un grupo de espías soviéticos y científicos investigadores que planean robar a la criatura y, al igual que los estadounidenses quieren hacerlo para convertirlo en una especie de arma de la carrera espacial.

 Elisa, por otro lado, es la heroína ardiente que estaba predestinada a ser desde el primer momento en que miró a los ojos parpadeantes de la criatura. Él es la bestia y ella es bella, una belleza poco convencional con una entrecejo preocupado y mirada furtiva, aunque encantadora de todos modos, y, con Giles como su compinche torpe, decidido a rescatar a su amado de aquellos que lo explotarían, o, en el nombre de la ciencia, reducirlo a sushi.

 Exactamente lo que ven los rivales de la Guerra Fría en la criatura no está claro; tiene algo que ver con que él tenga dos sistemas de respiración. Un científico renegado, interpretado magníficamente por Michael Stuhlbarg, parece intuir casi instantáneamente los detalles del plan de rescate de Elisa. La claridad no es lo fuerte de la película, y los comentarios sociales no son su objetivo, aunque el diseño de producción de Paul D. Austerberry y la cinematografía de Dan Laustsen se combinan maravillosamente para evocar tanto la desolación como el fulgor del futuro de Estados Unidos a mediados de siglo.

La cámara rara vez se queda inmóvil; del Toro ha grabado su oscuro cuento de hadas como un musical --inspirado en los colores utilizados por el director de los años cincuenta Douglas Sirk-- con una acción giratoria que incluye un tributo en blanco y negro a Fred y Ginger.

La exquisita partitura de Alexandre Desplat proviene de fuentes tan diversas y fabulosas como la balalaika y ‘Smile’ de Charlie Chaplin, con destellos de acordeón que acompañan el romance.

Lo que la película hace mejor es ser bella, en casi todas las escenas brillantes, y no puedo resistirme a volver a saborear algunas. Los exhibidores giratorios de una cafetería de Baltimore con tentadores pastelillos. Una fantasía metalizada del destino manifiesto en una sala de exhibición Cadillac. Elisa y su chico en las alturas y las profundidades del éxtasis. Un departamento inundado que podría pasar por una cabina del Titanic. Una ventanilla de autobús cubierta de gotas de lluvia.

 La primera vez que vi ‘The Shape of Water’ fue en el Festival de Cine de Telluride el otoño pasado, estaba lloviendo tan fuerte que los dioses del cine parecían estar sonriendo de forma oblicua. Ahora se reirán en todos los cines que proyecten la película.

Traducido por Michelle del Campo  

Editado por Luis Felipe Cedillo

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Fecha de publicación: 09/01/2018