Palabras e interjecciones como “mmm”, “ufff” y “¿qué?” son ampliamente despreciadas por aquellos que enseñan o regulan el uso apropiado del lenguaje. Estas pequeñas palabras pueden parecer imperfecciones groseras que interrumpen el flujo del habla, aunque en realidad son esenciales para el discurso.

El lenguaje, después de todo, es nuestra manera de salir adelante sin tener que recurrir a la telepatía. Nuestra tarea en la conversación no sólo es deducir lo que otros quieren decir. En medio del rápido ir y venir del diálogo, también necesitamos saber en cada etapa: ¿ya terminó de hablar nuestro interlocutor? ¿Ya puedo responder? ¿Qué querría decir con eso?

Sin determinar estos elementos, un diálogo puede encontrar turbulencia rápidamente: interrupciones, inicios en falso, malentendidos. La conversación es una forma de tráfico sin señales regulatorias externas. El lenguaje proporciona las suyas.

La conversación está plagada de ruido, distracciones y ambigüedades. El ritmo es rápido. Ningún guión nos dice quién debe hablar y cuándo hacerlo. Por lo que si tenemos problemas para comprender o escuchar lo que alguien acaba de decir, debemos resolverlo en ese momento o nunca. Es por eso que las personas dependen tanto, lo sepamos o no, de las pequeñas señales (“¿Perdón?”, “¿Qué?” “¿Ah?”), que nos ayudan a “reparar” las fallas de la conversación.

En una variedad de idiomas, desde el siwu hasta el islandés, las personas utilizan estas señales de tráfico específicas para detectar problemas antes de que se nos pasen por alto. En Lao, la consulta "¿Qué?" es "hã"; en el Cha'palaa, que se habla en Ecuador, es “aa”; en el chino, es “ha”.

Usamos esas palabras todo el tiempo. Difícilmente pasa un minuto antes de encontremos algún tipo de problema conversacional: una mala interpretación, un fraseo inútil, un nombre que no reconocimos. En un estudio de 12 idiomas de los cinco continentes, publicado en 2015 en la revista PLOS One, mis colegas y yo encontramos que una “secuencia de reparación” se presenta en las conversaciones informales una vez cada 84 segundos, en promedio.

Si bien algunas de estas pequeñas señales abordan los problemas de conversación a medida que surgen, otras reducen activamente el flujo de tráfico. Cuando decimos “mmm” y “ufff" mientras escuchamos la historia de alguien, no solo les estamos mostrando que tienen nuestra atención; también los estamos ayudando a formular su narrativa.

A menudo pensamos que una narración es un monólogo, que involucra a una sola persona. Pero en el lenguaje tal como lo vivimos, las señales de tráfico del que escucha -- en efecto dicen, “Te estoy siguiendo, así que continúa”-- retroalimentan el desempeño del narrador. Eso pone de relieve las bases cooperativas del lenguaje.

A pesar de lo trivial que puedan parecer estos mensajes, las señales de tráfico como estas nos llevan al meollo de la capacidad humana para desarrollar el lenguaje, de varias maneras.

Por un lado, estas pequeñas palabras subrayan la curiosa característica --única en el lenguaje humano-- de un sistema de comunicación que puede comunicarse consigo mismo. Una interjección como “mmm” no agrega información al tema que se está discutiendo, pero si proporciona información sobre el estado de ánimo del que escucha y sobre el flujo y la dirección de la conversación.

En segundo lugar, estas señales tienen sentido dentro del sistema de conversación en los turnos de alta velocidad que todos empleamos. Las personas son exquisitamente sensibles al paso del tiempo: la demora conversacional promedio antes de que empiece a hablar la otra persona, como cuando respondemos una pregunta, es de 200 milisegundos, aproximadamente el tiempo que le toma parpadear al ojo.

Incluso los retrasos más sutiles se considerarán significativos. Un silencio después de una pregunta puede sugerir que la persona no la escuchó o no cree que el interrogador haya terminado. Señales como “mmm” y “ufff” nos permiten evitar ese silencio mientras nos tomamos el tiempo para formular nuestro siguiente movimiento. La señal transmite que vamos a hablar efectivamente, que no nos hemos desconectado o perdido la pista, y que pronto reanudaremos, teniendo todo bajo control.

En tercer lugar, cuando usamos “mmm” y “ufff”, suponemos que nuestros oyentes cooperarán. Suponemos que los otros respetarán la señal de “espera” que les estamos enviando y que se abstendrán de intervenir. Las señales del lenguaje suponen una comunidad cooperativa y respetuosa de los convencionalismos sociales.

Traducido por  Luis Felipe Cedillo

Editado por Michelle del Campo

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Fecha de publicación: 09/11/2017